En la nueva obra de Claudio Tolcachir, que narra una historia de amor entre dos hombres que se conocen y relacionan por Internet, hay un detalle que la convierte en un homenaje al teatro como práctica, como ritual. Se trata del hecho de haber evitado la tentación de apoyarse en lo tecnológico para dar lugar a una narración puramente teatral, en el sentido “artesanal” de ese quehacer. No hay recursos mediatizados ni secuencias resueltas con efectos especiales o pantallas. Todo lo que sucede, aun cuando lo que suceda tenga que ver con la comunicación digital, está sostenido por el arma más poderosa de toda la obra del reconocido director: la magia de la actuación.

El propio dramaturgo reflexionó sobre esto en una nota con Página|12, en la que dijo que un teatro con desarrollo tecnológico lo “deslumbra pero emociona menos”. “El teatro es una vibración distinta. Me gusta mucho no depender de la tecnología, que lo espectacular no esté en la puesta en escena. Los climas cambian sin nada. Eso no lo puede hacer el cine. El teatro lo hacen los actores, en complicidad con el deseo del público de creer. En eso es imbatible”, expresó quien se ha convertido en un autor con la marca personal de ahondar profundamente en los vínculos humanos.

En efecto, aquella vibración que describe es imbatible. Pero no es fácil lograr. Por eso, la apuesta que el director hace en Próximo, la obra que protagonizan Lautaro Perotti y el español Santi Marín, es grande y merece reconocimiento. Tolcachir pudo haber resuelto las videollamadas con pantallas y evitarse el siempre riesgoso “efecto” de que el personaje atienda el teléfono antes de que el timbre de llamada deje de sonar, y podría haber aprovechado los cada vez más rápidos recursos audiovisuales para hacerle un jaque a lo “artesanal”. En cambio, decidió jugar con el espacio escénico, con el tiempo, con la mirada del espectador, y superponer los espacios narrativos de los personajes, que sobre el mismo escenario simulan estar a kilómetros de distancia, más precisamente de España a Australia. Esa decisión, que es casi la base de todo lo demás, no es otra cosa que una reafirmación de ser. Una forma de concebir la experiencia teatral.

Por fuera de esa, a otra tentación le escapa Tolcachir en esta obra: la de inferir que la comunicación a distancia es, per sé, una incomunicación. Es más: conscientemente o no, Próximo es quizá su obra con mayor comunicación, pese a que es la única en la que los protagonistas no se tocan, no se miran, no se pueden abrazar. Si se toman en comparación otros vínculos de su obra dramática (la de los miembros del grupo familiar en La omisión de la familia Coleman y Emilia, la de los personajes desgarrados de El viento en un violín, la de las mujeres de Dínamo y de los colegas de Tercer Cuerpo), la relación que construyen Pablo (Perotti) y Elián (Marín) es más “próxima”, más profunda, más irónicamente tangible que todas las demás.

Por lo demás, la obra es un “clásico Tolcachir” en el sentido del cuidado de cada detalle de la puesta en escena. Todo es de calidad, como siempre, y está al servicio de lograr verdad en escena, algo que los actores de esta pieza también conocen bien. La única “novedad” es quizás el tono de la propia obra, algo más naif, o al menos mucho menos “oscura” que las anteriores del autor. Pero pareciera que eso es ni más ni menos lo que quiso lograr: una bien contada y bella historia de amor.