Una de las maneras más frecuentes de pensar a Brasil y al ser brasileño es en relación con su biosfera. Imaginarios sociales recurrentes sobre el país vecino tales como la mentada “alegría brasileña”, la idea del eterno carnaval y de un territorio utópico habitado por gente cordial, cariñosa y voluptuosa suele ir anudada a los climas tropicales, los paisajes paradisíacos, la flora y la fauna coloridas y los morros y las espléndidas costas de Río de Janeiro, Salvador de Bahía o Itapúa, entre otras playas paradigmáticas.

A su vez, tempranamente ficciones fílmicas, televisivas, literarias y musicales alimentaron fantasías felices y voluptuosas que hacían de estas locaciones el reino de la belleza masculina y femenina y la concupiscencia para todas y todos. Así, para los gays, Río puede ser sinónimo de turismo sexual y orgías desenfrenadas con musculosos y dotados garotos morenos. O, en épocas difíciles cuando Argentina parecía más poco sensual que nunca, artistas como Tulio Carella, Néstor Perlongher, Federico Moura o Carlos Hugo Christensen, entre tantos otros, se exiliaban en San Pablo o en las cálidas aguas de la costa atlántica sureña para aliviar la carne.

Uno de los tantos méritos de “Pantanal” es que da cuenta de que el extenso territorio brasileño se extiende mucho más allá del Trópico de Cáncer. La telenovela recupera un universo poco explorado o perdido en las ficciones y el imaginario social: el centro oeste del gran país del sur dominado por terratenientes, campesinos y peones, entre otros personajes.

A su vez, “Pantanal” retoma la tradición en la cual se funden naturaleza y vida humana. En efecto, los parajes plenos de humedales -captados en la plenitud de su hermosura silvestre por las cámaras dirigidas por Rogério Gómes y Gustavo Fernández- con sus aves exóticas, gigantes y multicolores, mamíferos silvestres, reptiles y anfibios propios del Mato Grosso coincide con las pasiones desatadas y los sentimientos violentos y desmesurados de sus habitantes. El escenario se complementa con un cosmos paralelo de espíritus que hablan con los vivos, varones que se transforman en anacondas y mujeres fieras y valerosas que, para desafiar al machirulaje hegemónico, tienen la potencialidad de metamorfosearse en jaguares. En suma: un realismo mágico que recoge leyendas locales -de manera análoga al texto fundacional “Macunaíma” de Mario de Andrade- adaptado a los ritmos televisivos.


Sexo, clase social y fatalidades

El punto de partida de “Pantanal” es el encuentro entre dos mundos disímiles y destinados a no encontrarse jamás: el de la aristócrata carioca Madelaine Braga Novaez (Bruna Linzmeyer cuando joven y Karine Teles, madura) y el rudimentario hacendado José Leoncio (Renato Góez y Marcos Palmeira). Como en los melodramas clásicos, los amantes están unidos por un erotismo desbordado y separados, primero por la clase social, la cultura y el ambiente y finalmente por la fatalidad. Pero la historia truncada de Madelaine y José Leoncio es a su vez, una nueva versión del tópico romántico de la civilización y la barbarie y una metáfora de la contraposición entre el campo y la ciudad.

A su vez, en el hijo de ambos, Joventino (José Jesuita Barbosa Neto) y en su amor por la salvaje Juma Marrúa (Alanis Guillen) se retoma un tema clave y un motivo caro a la sociología, la historiografía y la literatura: el mestizaje como constitutivo de la identidad y redención brasileñas.

Pero, además, la novela no se priva de reflexionar sobre diversas formas de ser varón y mujer y sobre las diversidades sexuales. En efecto, el paisaje selvático parece dar lugar a todas las formas de voluptuosidad: en los primeros episodios, Juma mantiene una relación que no osa decir su nombre con otra mujer a la que, no casualmente llaman Muda (Bella Campos). Muda, que en realidad tiene el tan prestigioso nombre lésbico de Rut, no es que no puede, sino que no quiere hablar porque tiene sentimientos encontrados e inconfesables con Juma. Ahora ¿la admira? ¿la ama? ¿le teme? ¿la odia? ¿una suma de todo o acaso es que, simplemente la desea? En todo caso, ellas parecen la versión femenina de otro monumento de la literatura: “Gran Sertón: veredas” de João Guimarães Rosa, que, en el contexto de los rudos desiertos brasileños coloca dos enamorados: el bandido Riobaldo y amigo Diadorim.

A su vez, el delicado Joventino fue criado en Río de Janeiro y cuando llega al Pantanal su padre está aterrorizado de que sea gay y es burlado por los peones que lo consideran afeminado. Ante ello, lejos de negarlo, y para rebelarse a la vez contra la ignorancia paterna y las violentas masculinidades hegemónicas, el muchacho se autodefine como “hombre-mujer” o como “hombre- flor”. Al momento de enterarse de que Juma convive con otra mujer, se fascina: dos mujeres en una choza en un ambiente hostil le parecen el epítome de la osadía, de la libertad y de la magia. A todo eso se suma que el actor que interpreta a Joventino, se declaró públicamente bisexual en 2016 y desde entonces aparece en las revistas del corazón mimándose en la playa con novios ocasionales.

Una remake de Pantanal de 1990

Remake de la novela del mismo nombre de 1990, “Pantanal” supuso un respiro y algo de subversión en 2022, el último año de la era Bolsonaro. Mientras el mesiánico presidente seguía predicando contra las diversidades sexuales, O Globo ponía en escena un melodrama erótico donde abundaban las desnudeces de varones y mujeres, ponía en tela de juicio la masculinidad hegemónica, hacía circular sentimientos intensos entre varones y entre mujeres y defendía pedagógica y explícitamente los derechos de los gay a manifestarse.

Porque, más allá de las relaciones amorosas ambiguas descriptas, el verdadero héroe aparece avanzada la novela: es Zaqueu (Silvero Pereira), el mayordomo abiertamente loca de la familia Braga Novaez. Es él quien se muestra desbocado y glamoroso en el hostil Pantanal a pesar de las burlas de los peones, quien le enseña a José Leoncio el valor de aceptar la diferencia y quien se atreve primero a desear a uno de los más rudos y homofóbicos mozos de cuadra y hasta a dormir abrazado a él y a fundirse con otro en un apasionado e histórico beso en la boca en plena selva (cosa que no se pudo hacer en la versión original de 1990 y que constituye un homenaje al anterior intérprete del personaje, el muchacho João Alberto Pinheiro, que falleció por complicaciones con el sida y justicia poética contra el autor Benedito Ruy Barbosa que curiosamente hizo declaraciones homofóbicas hace unos años).

La otra subversión fue intentar dar otra cosmovisión del mundo anclada en leyendas y folklores ancestrales y una defensa de la ecología que se contraponen con los valores racionales e industrialistas a todo costo del neoliberalismo. El resultado es una verdadera poética que anuda el paisaje y los sentimientos, un canto a la naturaleza y a las pasiones diversas y una novedosa acuarela del Brasil profundo.

“Pantanal” se estrenó el miércoles pasado en Telefé y está disponible en Paramount +