“Jamás tan cerca arremetió lo lejos.” Ese verso de César Vallejo es lo primero que cita la memoria ante la noticia del fallecimiento, a los 73 años y en Kentucky, del inclasificable Sam Shepard (Illinois, 1942). Después, un repaso por su biografía, traerá datos certeros: fue el coguionista de Paris-Texas, de Wim Wenders, destacado actor en películas como Elegidos para la gloria (papel por el que estuvo nominado al Oscar en 1984), Frances, El informe Pelícano, El enemigo está dentro y Blackthor; escribió más de cuarenta obras de teatro, muchas para el denominado “circuito off neoyorquino”; recibió algunos premios como el Pulitzer en 1979 por El niño enterrado, y hasta fue amigo musical (batero de alma) de Bob Dylan, los Stone y Patti Smith. 

Todo eso viene, sin embrago, después del verso del poeta peruano ya que es epígrafe del libro por el cual, por lo menos en estas tierras, mejor se lo conoció: Crónicas de motel. Este título ubicó a Shepard como un narrador de esos a los que hay que prestar atención.  Aparecido en los años 80, ese pequeño libro (editado por Anagrama) es un ejercicio de escritura sin ataduras formales, a espaldas del corset de los géneros donde se entrecruzan poemas, crónicas, relatos, prosa poética, anotaciones de guiones, recuerdos, notas personales, etc., para alcanzar un “estado de narración” que apunta a la épica inútil del Sueño Americano.

Shepard fue el punto de transición entre la experiencia de la generación beat y el minimalismo posterior. Ese punto de cruce alcanzó quizás su expresión más depurada en su obra teatral Extraña pasión (Fool for Love), que en 1985 llevó al cine Robert Altman, en una versión en la que el propio Shepard compartía la pareja protagónica con Kim Basinger, acompañados por un memorable secundario de Harry Dean Stanton. 

Muchas veces comparado con Boris Vian, por su capacidad de abordar siempre bien múltiples roles (fue amante del jazz y de la literatura popular), Shepard llevaba una vida a espaldas de los brillos del cine, “yo soy un escritor antes que nada”. Y esa afirmación la repitió en las pocas entrevistas a las que se dejó someter. A Shepard le interesaba la escritura antes que nada, tanto es así que en 1975 el mismísimo Bob Dylan cuando decidió salir de gira con su Rolling Thunder –suerte de happening y circo ambulante junto a Joni Mitchell, Allen Ginsberg, Mick Ronson, Joan Baez, Roger McGuinn y Muhammad Alí, entre otros– por veintidós ciudades del noreste de los Estados Unidos, eligió a Shepard para escribir el guión de una película sobre aquella maratón del rock. Pero Shepard no hizo nada de lo pedido, no escribió un guión, sino crónicas de la ruta, estado de viajes, situaciones y recuerdos entre poesía, alcohol y rock, que tituló Rolling Thunder: con Bob Dylan en la carretera. Es que a Shepard sólo le interesaba escribir.