Cuenta Rodolfo Carrizo que "lo de Malvinas fue inesperado". Dice Carrizo: "El 2 de abril, cuando arrancó todo, pensé que me había salvado por muy poco’”. Seis días más tarde, llegó el aviso. El 8 de abril de 1982 salió con su esposa y sus cuñadas a distenderse a un lugar muy concurrido por aquellos años: el samba de la República de Los Niños. Cuando regresó a la casa, doblando en la última esquina, Rodolfo vio un patrullero salir desde la puerta. "Ahí me recibió mi suegro diciéndome que me había llegado la citación para presentarme al otro día en el Regimiento 7 de Infantería; lo primero que sentí fue conmoción porque yo estaba en otra historia, llevaba siete meses de civil, en ese momento me atrapó la incertidumbre”, cuenta Carrizo, que pone especial énfasis al recordar el rol de su esposa: “Mi mujer me dio las fortalezas para encarar la etapa de reincorporarme como soldado. Hilda me dijo cosas que me dieron mucha fuerza, una de ellas fue saber que iba a estar con mis compañeros. La otra cuestión era que si no me presentaba, después no íbamos a poder vivir en paz. En ese momento estábamos armando el proyecto de familia y te agarraba la duda de cómo proceder”.

Carrizo nació el 26 de noviembre de 1954, en la provincia de San Juan. Cuando finalizó la escuela secundaria en la región cuyana, eligió -al igual que miles de jóvenes de todo el país- continuar con sus estudios terciarios en la capital de la provincia de Buenos Aires. En La Plata, a fines de 1974,  cursó en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional, desarrollando su día a día en el edificio de calle 6. “Cuando llegué a la ciudad, el servicio militar obligatorio se hacía a los 20 años. Como era estudiante, tramité la prórroga universitaria durante seis años”, le cuenta Rodolfo a BuenosAires/12.

Concluido ese plazo, en marzo de 1981 Rodolfo acudió a realizar la práctica obligatoria de las Fuerzas Armadas, y se sumó a la famosa “clase 62”. Previo a ingresar, contrajo matrimonio con Hilda, su mujer de toda la vida; por ese motivo, obtuvo una reducción de meses en su deber ya que, a los casados, en vez de hacer un año, les alcanzaba con seis meses de servicio. Para septiembre de aquel año, ya había salido de baja y regresó a su hogar. Familiero y hombre de la casa, Rodolfo continuó con su cotidianeidad hasta abril de 1982.

A Malvinas

Pese a los miedos por la proximidad de la muerte y los proyectos futuros que entraban en instancias de incertidumbre, al otro día, el 9 de abril de 1982, Carrizo se presentó ante el Regimiento y se encontró con sus compañeros. La mezcla de la décima brigada de la infantería, creada como una brigada voluntaria, estaba compuesta por “los viejos” de la clase 54 como él y los jóvenes de 18 años, que ni siquiera habían finalizado el servicio militar. Al llegar, se encontraron con un panorama que de entrada los preocupó: “Si hay algo que no me esperaba fue la actitud de los mandos, traducidos desde los jefes hasta los oficiales a cargo. Nunca nos dijeron con certeza que íbamos a ir a las islas Malvinas. No había un modelo de comunicación donde nos prepararan, fue todo a medias palabras. No tenían excusas para darnos respecto al para qué nos reclutaran, ni una explicación fehaciente en torno a las razones de la convicatoria, todo se intuía". "A veces consultábamos, pero había mucha evasión en el discurso militar”, señala Carrizo, que permaneció en el regimiento platense hasta el 14 de abril.

Tras cinco días reclutado en La Plata, el cuerpo de la décima brigada fue trasladado a la base aérea de El Palomar. De allí, aún sin información oficial, fueron llevados a Río Gallegos. En Ushuaia, Rodolfo y sus compañeros se subieron al Hércules que finalmente los trasladó a las islas. Al bajarse del avión, la confirmación de lo imaginado se posaba sobre el cartel que decía “Airport Falklands Islands”. En la llanura de la isla, con las bajas formaciones rocosas y acompañados de un intenso viento que apenas mostraba una parte de lo que sería el frío venidero, la décima brigada de la infantería comenzó a descargar el Hércules. Entre las municiones, la ropa, el poco alimento y lo que tenían puesto, cada soldado cargó su bolsón portaequipo y emprendió viaje hacia Puerto Argentino.

“El equipaje era muy pesado y uno no venía militarmente entrenado. Tras siete meses de baja, no tenía una composición con la carga y el entrenamiento necesario para la guerra. Al ser un soldado más grande que mis compañeros y contar con experiencia universitaria, laboral, y la que te dan los años recorridos, tenía una lectura más profunda. Más allá de la incertidumbre, con mis compañeros de 26 años, veíamos que algunas cosas no estaban en una lógica que uno pudiera decir ‘esto es serio’”, subraya Carrizo.

La guerra

Entre la incertidumbre y la falta de recursos, Rodolfo y sus compañeros llegaron a pensar que ir a Malvinas era una “puesta en escena”. Pero todo eso cambió el 1 de mayo, cuando Inglaterra propició el primer bombardeo. Al otro día, el hundimiento del crucero ARA General Belgrano terminó de confirmar que el conflicto sería indetenible hasta el final. “A partir de ahí todo se empezó a complicar; se dificultó la logística, nos movíamos dentro de la isla hacia el Monte London y en ese trayecto pasaban muchas cosas evidentes, como que la tropa no tenía la logística necesaria" seañala Carrizo que recuerda a soldados "mal alimentados, poco entrenados y con la moral muy baja”.

“Era notable como los jefes inmediatos no eran personas de arengar a la tropa. A veces uno pierde perspectiva, pero era una generación que se había criado en la dictadura militar toda su infancia y fue a la guerra con 19 años. La guerra la generó la dictadura y decidió políticamente inmolar a una generación”, sotiene Rodolfo, 41 años después. 

Las noches del 10, 11, 12 y 13 de junio fueron las de combate más intenso dentro del Monte London. La décima brigada de infantería batalló sin parar mientras la tensión escalaba. Las noticias de los compañeros heridos inundaban las trincheras y aquellos que agonizaban ya no tenían nada más por entregar. “Se generaba una angustia psicológica muy grande y empezábamos a ver cómo preservar nuestras vidas”, dice Carrizo, que sufrió dos heridas a causa de las esquirlas de una roca. Una fue en la pierna, otra debajo de la axila. “Esa roca, la del Monte London, es muy fragmentaria, si te quedabas cerca de la roca cuando caía una bomba te podía herir. Una esquirla me la lograron sacar, la otra la tengo encapsulada en el cuerpo”, describe.

Herido, cuando estaba por emprender su regreso hacia Puerto Madryn, Carrizo vivenció una de las pérdidas más sentidas de su historia. Alfredo Gattoni, su compañero diario con el que compartió carpa y batalló codo a codo ante los ingleses, salió a combatir y nunca volvió. “Yo me despedí de él cuando me dijo que fuera al hospital a que me curasen las esquirlas y no nos vimos nunca más”, recuerda, mientras suspira profundamente.

La mirada: La única foto que Rodolfo Carrizo conserva de su tiempo en Malvinas apenas da cuenta de sus ojos. 

Según sus propias palabras, el regreso conformado por emociones, encuentros y diálogos que se dan en el medio, es digno de una serie de un centenar de capítulos. En un crucero que fue adaptado improvisadamente para trasladar a la tropa, Rodolfo y el resto de los sobrevivientes viajaron hacia Puerto Madryn. Cuando pisó suelo argentino, la situación no mejoró. 

“Nos hicieron sentir que éramos los soldados de la derrota y eso generó un gran peso en nosotros” señala Carrizo que asegura que la batalla contra esa angustia fue la semilla del Centro de Excombatientes Islas Malvinas –CECIM-, que se había ideado en Malvinas, aunque con otros fines.

El CECIM

“El CECIM se creó en Malvinas. Durante los días de la espera, algunos compañeros que eran muy inquietos lo pensaron como un lugar recreativo, lúdico y que te juntarías a rememorar la época de la experiencia en Malvinas. CECIM nace ahí y ahí tiene sus primeros antecedentes”, detalla Carrizo. 

Con el conflico armado ya finalizado, entre los grupos de excombatientes comenzaron a comunicarse generando encuentros, charlas, rememorando el pasado y construyendo un fuerte vínculo entre ellos. Con el correr de los días, los meses y los años, desde el CECIM visibilizaron un fuerte incremento en las problemáticas que vivenciaban los compañeros.

El CECIM pasó a tener una necesidad de contención y resistencia. Generamos lazos de solidaridad con compañeros que estaban mal emocionalmente, con problemas con el estudio, carentes de oportunidades laborales y que acarreaban con todas las secuelas posteriores. Fueron situaciones muy angustiantes” remarca Carrizo, a la vez que subraya que el eje central del CECIM era y es el “ser solidario con los compañeros que tenían y tienen problemas”. 

“Empezamos a ver que los problemas se iban incrementando y Estado no brindaba respuestas. Había una actitud negacionista y las fuerzas armadas tampoco hicieron absolutamente nada para que los soldados se reinsertaran. Así como crecieron las necesidades, creció nuestra consciencia crítica”, remarca el excombatiente. 

La militancia

El CECIM siempre ha sido una organización que decidió militar por los de Derechos Humanos y querelló por los casos de torturas a las fuerzas armadas. Tras comprobarse las torturas en Malvinas, llevamos 176 denuncias hechas con 120 militares denunciados y recién hubo 4 convocados a indagatoria. Con el Estado nos relacionamos en el trabajo legislativo, hemos hechos leyes que tiene que ver con los derechos de los soldados y en el plano de los derechos humanos” enumera Carrizo que destaca el accionar del centro de excombatientes durante más de cuatro décadas. 

“La dictadura generó una guerra militar que le trajo mucho dolor a nuestro pueblo. La recuperación democrática también tiene que ver con Malvinas, porque marcó un momento en la sociedad donde el conjunto del pueblo argentino demandó volver al Estado de Derecho. Por eso para nosotros es muy importante defender la democracia porque, cada vez que no la tuvimos, ocurrieron aberraciones muy grandes que tienen que ver con violaciones de derechos humanos, deterioros del salario y de la actividad productiva”, asegura. 

La dictadura generó una falla en la manera de comprender nuestro país, que aún se sigue replicando en la política argentina. Falta contraer la conciencia de país bicontinental, de tener una mirada marítima, de entender que el océano atlántico es una gran oportunidad de perspectiva de desarrollo para la nación como soberana e independiente”, dice Carrizo que junto a sus compañeros logró convertir el dolor en un compromiso que sostiene con el paso de los años.

Este domingo en plaza Malvinas, habrá un homenaje encabezado por el CECIM. En el monumento que rememora a los caídos, estará el alto oficial de la mañana. Por la tarde, la Facultad de Periodismo y Comunicación Social, donde Carrizo se desempeña como docente del seminario "Malvinas, Comunicación y Nación", le entregará al CECIM el premio “Rodolfo Walsh” acompañado de un festival musical.