Le das a la Z del teclado como un endemoniado y pensás: “Bueno, al menos no la uso taaaaanto”. Pero empieza a sonar como una ametralladora chiquita en el dedo, que va takatakataka matando clonocélulas a toda marcha. Eso pasa cuando uno agarra Juanito Arcade, el shooter que hoy publicó el equipo argentino de desarrolladores Game Ever Studio. Eso y un viaje medio flashero por el tiempo, hasta los ‘80.

Juanito es un pibe cuya habilidad más grosa es ser bueno bajando navecitas en la compu. Hasta que le agarra un virus y termina dentro del sistema, combatiendo clonocélulas víricas a fuerza de disparos. Y ahí va, salvando uno por uno los grandes juegos de la época: Tetris, Arkanoid, Donkey Kong, Wonderland, Pac-Man, Kung-Fu Master y otros. Sí, también como en una cruza de películas gamers y revisionistas como Píxeles y Ralph, el demoledor.

La cosa se pone jodida al avanzar los niveles, con nuevas variantes de las clonocélulas y más armas para el heroecillo. Pero lo más interesante del juego es cómo reescribe los elementos más distintivos de cada uno de los originales con mecánicas distintivas para cada escenario, con diez niveles cada uno.

En el primero, que alude al Tetris, los bloques que caen obstaculizan el paso de las clonocélulas. En el del Pac-Man es imposible dañarlas si antes Juanito no se tragó una de esas pastillotas brillantes. En el que homenajea al Wonderland pasa el salvaje rubiecito revoleando para todos lados sus hachas, que pueden darles a los enemigos o al propio jugador. Y así cada nivel empuja pequeños cambios de estrategias que mantienen la cosa con un grado razonable de originalidad y desafío, incluso en los niveles más sencillos. Otra mecánica piola es que no alcanza con salvar un escenario/juego para pasar al siguiente. Además hay que juntar estrellas en los niveles para destrabarlo (a veces, con las suficientes, ni hace falta dar vuelta un escenario para habilitar su continuación).

Juanito Arcade es sencillo pero muy entretenido, pinta con buena rejugabilidad y está muy cuidado en los gráficos. La música está muy bien aunque puede volverse un pelín repetitiva (la salva estar atravesada por los efectos de sonido, que funcionan muy bien). Además, tiene cantidad de detalles copados y con mucho sentido del humor, como los anti-logros que se destraban al perder. Así, esta obra de Game Ever demuestra un enorme amor por los videojuegos clásicos que están en el Olimpo del fichín y que funcionaban por lo mismo por lo que funciona éste: eran fáciles de entender, tenían mecánicas accesibles, cebaban y, sobre todo, divertían.