Nacido hace treinta años en Buenos Aires, Eduardo “Teddy” Williams es egresado de esa cantera de creatividad cinematográfica llamada FUC. Tiene una extensa trayectoria como cortometrajista y muchos de sus trabajos fueron premiados en festivales internacionales. Ahora debuta como director de un largo: El auge del humano se estrenará mañana a las 21 en la sala de la Asociación Amigos del Museo de Bellas Artes (Figueroa Alcorta 2280) y podrá verse todos los sábados de agosto en el mismo horario. Esta película, que escapa a cualquier tipo de encasillamiento y que al propio cineasta le cuesta definir en palabras, fue filmada en la Argentina, Mozambique y Filipinas. Presenta tres historias que refieren a los vínculos laborales, afectivos y sexuales que tienen unos jóvenes de países, en apariencia, muy distintos. El film ganó el Leopardo de Oro en la sección Cineastas del Presente del prestigioso Festival de Locarno y el Premio Especial del Jurado del Festival de Mar del Plata (ambos en 2016). “El auge del humano nació de la experiencia personal en diferentes sentidos. Y también de las ganas de llevar esa experiencia personal a diferentes personas, lugares y situaciones para ver cómo algo que, en un principio, puede parecer que son ideas muy personales después otras personas las encarnan y las toman como ellas quieren”, cuenta Williams en diálogo con PáginaI12. 

–Que no la pueda definir con palabras, como señaló, ¿tiene que ver con que es una película más bien del orden de lo sensorial?

–Tal vez. O de lo cinematográfico diría yo. No sé qué parte es sensorial y qué parte no. Lo que pasa es que también eso indica mi poco talento para definir las cosas con palabras. Por eso intento expresarme a través del cine. Encuentro que con las herramientas del cine consigo expresarme de la mejor manera. Igual, la película no es una expresión personal sino que parte de eso y se junta con todas otras cosas por el medio, otros lugares y otras personas y termina siendo algo que va más allá. Es la conjunción de ese primer deseo personal con todo el camino, con las personas y lugares y termina siendo otra cosa. 

–Es un film que reflexiona sobre lo incierto que, a veces, resulta el futuro de los jóvenes, ¿no?

–Sí, eso pensaba cuando le hablaba de mi experiencia personal y de los demás. Cuando viajé con los cortos y también por esta película vi que en países aparentemente muy diversos como Vietnam, Sierra Leona o Francia me encontraba con chicos de mi edad que sentían lo mismo o lo tomaban de diferentes maneras, pero sentía que eso era algo que compartía muy fácilmente. Hay algo de esa incertidumbre que no son solamente vaguedades, que uno esté flotando. Esas cosas que la sociedad te propone, como es trabajar en algo que no te gusta, te provoca muchas ganas de escapar de eso. Pero en mi caso no tenía muy claro hacia dónde iba a ir o cómo iba a solucionar ese problema de no querer dedicar mi vida a algo que me deprimiera. En la incertidumbre hay algo de eso. 

–También la película habla sobre el tema laboral en los jóvenes, como que son sometidos a una exigencia brutal para poder subsistir, ¿no? 

–Hay algo de eso de diferentes maneras. Tal vez, por ejemplo, en mi caso personal no me tocaba la peor parte de la sociedad. Dentro de todo tenía las cosas que necesitaba cubiertas pero, al mismo tiempo, iba a tener que dedicar la mayor parte de mi vida a un trabajo que no me gustaba para subsistir. Era lo más probable. Y eso le pasa a todo el mundo, de diferentes maneras ya que para algunos es un poco mejor que para otros. Pero no creo que la película lo trate como un tema porque no intenta ser temática o desarrollar un hilo. Es más como la relación entre diferentes temas que van apareciendo. Pero como punto de partida ese tema era importante y luego ver hacia dónde nos iba a llevar un poco eso. La idea era buscar el tiempo de otra manera que no fuera lo del trabajo y la productividad. 

–¿Cree que una de las características de la juventud es la desorientación, como les sucede a los personajes?

–No me lo pregunto. Es algo que me interesa mostrar o compartir con los demás, pero hay gente que no pasa por eso. Tal vez hay gente que se adapta mejor porque le va un poco mejor y otros porque no les queda otra y se adaptan para subsistir. También están los que intentan subsistir, pero no lo logran y, entonces, quedan más en esa incertidumbre. Yo, por lo menos, no puedo ver a la juventud tan de lejos como para darle una característica general. Hay diferentes tipos de juventud. 

–¿De alguna manera es también una historia sobre los nativos digitales y la hiperconectividad?

–Sí, es que yo me siento parte de eso, un poco por la edad y otro poco por la personalidad porque desde chico estuve bastante metido en eso. Conozco gente de mi edad que no usa tanto la computadora o que no juega tanto a videojuegos. En mi caso, sí. Cuando era adolescente, mi principal lugar de comunicación con los demás era la computadora. Eso ha moldeado mi manera de ver la vida y todo lo que me rodea. Pero todo surge muy naturalmente, no es que lo pienso como un tema ni digo: “Voy a describir a esto”. Después, en las charlas posteriores va saliendo el tema y soy consciente de eso, pero es muy desde la experiencia personal. Y después con la gente que hago la película, todos tenemos más o menos una relación con eso. Entonces, es una manera fácil de compartirlo y que lo tomen como propio. Con los actores ni hablamos de eso porque es algo que se da por sentado. 

–¿Por qué decidió que el primer episodio fuera filmado en Súper 16 mm, el segundo en digital y el tercero en HD? 

–Por muchas cosas. Principalmente ahora me gustaba que la película fuera mutando del fílmico al digital porque la parte del medio está filmada en digital pero después la pusimos en una computadora y refilmamos la pantalla de la computadora con Súper 16. O sea, que es como una mezcla. Entonces, es como un intermedio entre el Súper 16 y el digital del final. También me pareció que estaba bueno que haya esta especie de túneles que pasamos a otra parte y que la textura de la imagen cambie. Me parecía que era algo que iba a aportar y que iba a dar uno de los tantos cambios necesarios. Había algo también que no es tanto del resultado de la imagen sino del trabajo en sí mismo: es muy diferente trabajar una escena usando una cámara gigante en fílmico, que tenés poco material y que podés usar dos tomas. También cuando estás en la calle es diferente tener esa cámara. En Mozambique yo tenía una muy chiquita y, entonces, podía estar en la calle tranquilo y nadie pensaba que estaba rodando una película.