“Creo que el éxito de Piaf tiene que ver con que estamos relatando la vida de una persona con la que la gente empatiza. El público se emociona mucho y lo agradece, como si faltara poder emocionarse en la vida cotidiana por lo abrumados que estamos. Hace falta que se nos caigan un poco algunas corazas y poder emocionarnos”, sostiene Elena Roger, quien con un sobrio vestido negro y una voz arrolladora recrea la vida de Édith Piaf y propone un recorrido por las canciones más sobresalientes de la carrera de la cantante francesa en un repertorio de 13 temas musicales en el que se destacan títulos como La vie en Rose y Non, je ne regrette rien.

Elementos escenográficos minimalistas, cambios de escena, vestuario de época, luces a tono y una música capaz de atravesar muros transportan la imaginación y permiten adentrarse en las distintas etapas de la vida de Piaf. Del lujo a la pobreza extrema, del amor al desamor, de la felicidad al dolor más profundo casi palpables.

A trece años de su estreno en Londres y en Buenos Aires, Elena Roger hace vibrar nuevamente al Teatro Liceo con el musical de Pam Gems que dirige Jamie Lloyd y produce Adrián Suar junto a Preludio. En cartel hasta el 30 de julio, la obra relata la vida de Édith Giovanna Gassion, conocida desde siempre como Édith Piaf, un apellido que en francés significa gorrión: “El gorrión de París”.

Cantante, actriz y bailarina, Roger protagonizó Piaf en tres oportunidades: en Londres, donde obtuvo el prestigioso premio Lawrence Olivier como mejor actriz de Teatro Musical; en la Argentina, nuevamente con la dirección de Jamie Lloyd; y en Madrid. Representó obras emblemáticas de la comedia musical en Londres, Madrid, Broadway y Buenos Aires. Evita, Piaf, Passion y Mina, che cosa sei?! son algunos de sus trabajos más destacados y por los cuales obtuvo un gran reconocimiento del público nacional e internacional.

Incursionó en cine con La Voz, de Sabrina Farji; Un amor, de Paula Hernández; Wakolda, de Lucía Puenzo; y Nadie nos mira, de Julia Solomonoff, entre otros. Como cantante lleva editados tres discos de manera independiente: Elena Roger en concierto. Recorriendo el rock nacional; Vientos del Sur; y Tiempo Mariposa. En colaboración con Escalandrum grabó 3001 #ProyectoPiazzolla, nominado a Disco del Año en los Premios Gardel 2017. En febrero de 2020, Roger y Escalandrum presentaron su segundo material en el que la cantante y la agrupación abordan la obra de María Elena Walsh, trabajo que recibió nominaciones a los Premios Gardel en varias categorías.

En diálogo con Página 12, la ganadora del Konex a Mejor Actriz de Musical de la década (2001-2010) cuenta qué la llevó a personificar a Édith Piaf en 2009 y comparte detalles de una obra que, trece años después de su puesta primera, colma al público de una emoción “que agradece”.

--¿Qué cambió entre aquella primera interpretación de Piaf, en 2009, y la actual?

--Nosotros hemos madurado como personas, como artistas, nuestros egos han madurado, estamos mejor puestos. El elenco es el mismo de hace trece años salvo por dos artistas. Elegimos hacer esta obra ya sabiendo de qué se trataba y con quiénes íbamos a compartir el escenario, y eso es lo mejor. Es como si estuviéramos a salvo, en una misma familia. Estamos muy contentos, nos va muy bien como grupo. Antes de estrenar hablábamos de los temores y nos preguntábamos qué iría a pasar, si la obra aún le gustaría al público. Les decía que más allá de eso para mí ya era un éxito por lo que estábamos viviendo en ese instante, porque nos emocionamos un montón con volver a transitar las escenas, cantar las canciones, al reencontramos como equipo, con volver a revisar nuestras actuaciones en cada una de las escenas. Todo evolucionó mucho. También sucede que la obra se mueve. Esos movimientos a veces pueden ser acertados o no. Tenemos una buena devolución del público; hay días que se ríe más, hay días que se ríe menos, hay días que la gente se empecina en aplaudir al final de una canción, cuando la obra está planteada para que nadie aplauda, pero hay días que el público quiere aplaudir y no hay manera, y hay días que no, que hay un silencio absoluto. Lo que siempre sucede es que al final de la obra la gente estalla.

--Fundamental para constatar que la obra mantiene su emoción intacta.

--Eso nos permite saber que la obra sigue conmoviendo. Nunca nos cansamos de que nos lo digan, porque es como confirmar que está bien, que está en forma. En la repetición a veces uno pierde la dimensión, porque pierde la emoción también. Una persona ve la obra por primera vez y hay un montón de cosas que la sorprenden. Cuando hacés la obra todos los días hay cosas que no te sorprenden. Hay días que estás súper vulnerable y te sorprende todo y días que es un poco más difícil; nosotros hacemos seis funciones a la semana y eso está buenísimo porque la tenés tan clara que podés manejar muchas cosas, pero hay momentos en los que se puede volver rutinario, entonces tenemos que buscar que eso no suceda.

--¿Cómo surgió la propuesta de personificar a Édith Piaf?

--Fue en 2008, yo venía de hacer Evita en 2006, en Londres, mi primer paso al exterior con un gran éxito de la mano de Andrew Lloyd Webber, con las mejores críticas que jamás me hicieron. Después de esa obra mi representante se puso a buscar material y encontró Piaf. Yo buscaba desafíos. Al terminar Evita me sumo a Boing Boing, una comedia de enredos que se estaba haciendo allá y que estaba renovando elenco. Mientras tanto nos pusimos a ver con mi representante qué otro próximo proyecto podíamos encarar. El director de Evita me viene a ver a Boing Boing y me pregunta qué planeaba hacer. Y ahí le dije que quería hacer Piaf y que estaba estudiando cockney, que es el lunfardo londinense. Me dijo que no perdiera el tiempo en eso, que nunca me iban a creer que fuera de ese lugar, que lo hiciera con mi acento que para ellos estaría bien. Le hice caso. Volví a la Argentina, grabé un disco, y al terminar, a mediados de enero de 2008, me llama y me dice que tenía un hueco de 12 semanas para hacer Piaf en el Donmar Warehouse, que era el teatro que él dirigía, un teatro muy prestigioso, de elite, del off, donde muchas celebridades hacen obras con muy poco tiempo y todas cobran lo mismo. Ahí me cuenta que la obra la iba a dirigir Jamie Lloyd, su asistente de dirección en Evita. Me agarró un miedo...

--¿Por qué?

--Porque pensé que la iba a dirigir Lloyd Webber, al que ya conocía porque me había dirigido en Evita. Cuando yo llegaba todas las mañanas para hacer Evita con Jamie (Lloyd) revisábamos las escenas que íbamos a hacer, revisaba la pronunciación con él, revisaba alguna palabra que no entendía bien a que se refería, revisábamos algunas metáforas. En ese entonces él era muy joven, tenía 20 cortos y yo tenía 33. Por eso sentí una especie de miedo cuando Andrew (Lloyd Webber) me dijo que la iba dirigir Jamie. Pero fui a ver la obra que él estaba dirigiendo en Londres y me pareció que estaba muy bien. Ahí me lancé y me metí a estudiar. Estudié, estudié, estudié como loca. Estudiaba todo el día y así fue que logré, con un montón de esfuerzo, hacer Piaf en Inglaterra.

--¿Cómo fue el reencuentro del público con la obra, trece años después?

--Lo maravilloso es que el público también forma parte de esta nostalgia que nosotros teníamos de volver. Hay un montón de gente que la había visto en 2009 y la quiso volver a ver. Hay gente que vino con sus abuelos, que tal vez ya no están, y ahora ya son grandes y a lo mejor vienen con sus hijos. Es muy bello lo que sucede. Vienen a ver la obra de Chile, Brasil, México, Perú, Uruguay, mucha gente que me espera y me saluda. Es muy fuerte.

--¿Dónde radica la grandeza de Piaf?

--Creo que Piaf ya había sufrido tanto en la niñez y había visto tanto… Tenía esa grandeza de quedar bien en todos los niveles sociales. Tuvo una vida dura pero no era una persona triste. Salió de una pobreza infinita y de vivir en la calle y llegó a ser la cantante mejor paga del mundo en su época. Ella sabía cómo comportarse con gente que no tenía educación o que no tenía dinero porque ella había salido de ahí, prostitución, alcohol, etc., pero a su vez se la admiraba mucho porque había llegado a codearse con intelectuales, con gente que realmente era de élite. Y no es que ella quedara mal en eso; Piaf era una persona que podía estar en distintos ámbitos. No tenía miedo de perder nada, ni el dinero ni la vida. En las entrevistas dice que no tenía miedo a morir, también dice que no ahorra, que no cree en el ahorro. Entonces, al no tener miedo, hacía lo que quería, actuaba libremente, no estaba atada a nada, no actuaba por conveniencia; si quería estaba con un hombre un día, con otro al día siguiente, se casaba o no se casaba.

--En ese sentido, Piaf abrió caminos en un contexto muy distinto al de estos tiempos.

--Sí, es importante no olvidarse del contexto y de lo que significaba ser mujer en aquellos tiempos. Decían que Theo Sarapo, su último marido, era homosexual. Entonces, una a veces se pregunta, ¿se había casado para ayudarlo? ¿Se había casado porque realmente tenían una relación amorosa? No sé, pero ese matrimonio fue muy señalado: “esas cosas que hace La Piaf, qué loca que está, se casa con un chico veinte años más joven que ella”. Y en eso rompió muchas barreras; siento que sin tener una bandera del feminismo, sin decir “yo soy feminista y lucho por los derechos de la mujer”, Piaf creaba una vida que daba ejemplo de no ser una esclava del sexo opuesto o de la sociedad.

--El tema de la guerra y el compromiso social de Piaf también están presentes en la obra.

--Fue una persona muy generosa. Sacaba gente de los campos de concentración; entraba con diez personas de su banda y salía con quince. Cuando falleció se puso la bandera francesa arriba del ataúd. Se la consideraba una heroína de guerra.

--¿Cómo se trabaja la distancia afectiva cuando el personaje demanda tanta entrega?

--Hay una gran catarsis que puedo hacer mientras hago la obra. No me quedo sumida en la tristeza o algo parecido. Termina la obra y terminó. Yo soy una persona muy nostálgica así que el llanto no me es algo difícil de llegar, pero no lo arrastro durante todo el día. De hecho Édith Piaf no era una persona triste, lo que muestra la obra es que tuvo situaciones muy fuertes, límites y angustiantes más para el que la ve que para ella que lo vivió. Cuando ves toda esa vida junta, una vida de 47 años en dos horas, un poco te deja medio... Pero la verdad es que cuando me dicen sobre lo trágico que ha sido la vida de Piaf yo digo que no, todos tenemos tragedias en nuestras vidas, cosas que nos angustian, que hubiésemos querido negro y fue blanco, amores, desamores, pérdidas, fracasos, éxitos, dinero y no dinero, todas las vidas son ricas en ese sentido. Lo que emociona mucho es la entrega del artista hacia el público; en este caso supongo que la gente debe emocionarse con la entrega que nosotros hacemos como artistas al contar esta obra, pero además emociona la entrega que hizo Piaf de su arte atravesando todas estas situaciones, porque ella ya atravesaba todas estas cosas cuando cantaba de niña en la calle y se estaba muriendo de hambre.

--En más de una oportunidad contó que para Piaf lo más importante era cantar y que eso “genera mucha admiración”. ¿Por qué?

--La música es el arte que conecta directamente con el universo, no tiene explicación, no es palpable, no tiene forma, no existe, pero existe en vibración. A Piaf le gustaba cantar. Decía que si los médicos le hubiesen prohibido cantar ella hubiese elegido la muerte. Vivía con su música y a través de su música, de su canción, de su voz. Eso es para mí un gran ejemplo. Ella tenía esa tarea acá, en este plano. Creo que el éxito de Piaf tiene que ver con que estamos relatando la vida de una persona con la que la gente empatiza. Es ver una vida, con sus etapas de amor, desamor, pobreza, triunfo, muerte. La gente se emociona mucho y sale contenta por eso, como si faltara poder emocionarse en la vida cotidiana por lo abrumados que estamos. Hace falta que se nos caigan un poco algunas corazas y poder emocionarnos. El público agradece poder emocionarse.

--¿Cuál diría que es el momento más conmovedor de la obra?

--Cuando Marlene Dietrich le habla a Piaf sobre (el boxeador) Marcel Cerdan y comienza el tema de la pelea, se arma el box en el escenario, y de la pelea se llega a la canción Mon Dieu, que es una canción de amor muy hermosa, creo que ese momento es como la poesía más grande. No sé, no he visto nada similar en teatro; es increíble para mí. Tampoco había vivido en teatro algo similar.

--Actuó en grandes escenarios de Broadway, Londres, Madrid, pero sostiene que en la Argentina podés “ser más artista que afuera”. ¿Qué diferencia nota entre actuar en tu país y en el exterior?

--No es lo mismo cantar en Londres que pueden llegar a conocer quién soy pero que no están orgullosos de mí como de pronto puede estar orgulloso un argentino, que piensa que yo, que nací en Barracas, de repente logré como artista de comedia musical actuar en los escenarios o en las ciudades más importantes del teatro. No es lo mismo actuar para un público que tiene orgullo por el o la artista que actuar para un público al que le gusta lo que hacés pero que no siente orgullo; la sensación es otra. Me acuerdo del primer aplauso que recibí en el estreno, en 2009, cuando hicimos la obra acá por primera vez: sentí como si hubiera ganado un campeonato. Sentí algo que nunca voy a olvidar, algo muy fuerte. La obra había gustado mucho pero esos aplausos decían mucho más. El público argentino es muy agradecido; agradece al artista que sube a un escenario, lo reconoce, se da cuenta cuál es el sacrificio de ese actor, de esa actriz, de ese artista.