Este mes Ashton Kutcher y Mila Kunis, una power-couple de Hollywood, anunciaron que donarán toda su fortuna, 300 millones de dólares, a “entidades de caridad” para que sus hijos “hagan su camino por sí mismos”. A su vez Malia Obama, que se acaba de recibir de Harvard y está empezando a dar sus primeros pasos como guionista participando de producciones millonarias, dijo que escribirá bajo un seudónimo. Según ella, que se sepa que es hija de Barack y Michelle Obama podría perjudicarla. Una decisión que fue replicada en cientos de medios y revistas con aplausos por su “valentía”.

No es casual que estas noticias hayan salido en medio de uno de los debates más calientes sobre la cultura pop, que se zanjó en Twitter y TikTok durante el 2022 y lo que va del 23: los nepo-babys. Este término, básicamente, significa “hijo de una celebridad”, pero con un agregado: en vez de romantizar y darle cierto valor sentimental a los descendientes de famosos, denota un privilegio que muchas celebrities niegan con vergüenza o intentan ocultar. Porque claro, ¿quién querría admitir que protagonizó una campaña de Chanel con tan solo 15 años porque sus papás son famosos? Este caso fue, justamente, el de Lily-Rose Depp: uno de los catalizadores de este trending topic.

En un contexto de precariedad cada vez más tortuoso y hostil, no sorprende a nadie que lxs usuarixs de las redes hayan explotado contra la ventaja de los “hijos-de” en Hollywood. Sin embargo, la polémica trascendió el nicho del mundo del espectáculo para abrir la conversación acerca de cómo el poder está cada vez más concentrado en menos familias y este mismo sistema de nepotismo hace que los espacios donde se mueven los hilos de la política, el capital financiero y las industrias básicamente operen como monarquías inaccesibles. Privilegios que quienes son parte de estas realezas construyen bajo la fantasía de la meritocracia, para no poner en duda la legitimidad desu poder y, de esa forma, seguir reproduciendo sus intereses y narrativas.

Cómo empezó todo

La modelo-barra-actriz Lily-Rose Depp es hija de Johnny Depp y de Vanessa Paradis, una de las top models más codiciadas de los 90’s; amiga íntima de Karl Lagerfeld, quien fue el director creativo de Chanel, y con quien mantuvo una relación idílica. Hasta ahí, nada nuevo. Solo tejes esperables dentro del mundo de la alta costura. Pero los usuarios de las redes sociales pusieron los ojos en blanco cuando Lily protagonizó, con 15 años y midiendo casi 1.60, una campaña para esa firma francesa. Algo que ninguna otra adolescente podría ni siquiera soñar. Solo una que, lógicamente, tiene los apellidos Depp y Paradis en su DNI.

Pero lo más irritante fue que, justamente, ella dijo que este privilegio no le significó nada para alcanzar este logro, o para ser convocada a la MET Gala, donde solo son invitadas las celebridades de las celebridades. “Tal vez pongas tu pie en la puerta, pero todavía tienes tu pie en la puerta. Hay mucho trabajo que viene después de eso”, reveló a la revista Elle, pasando por alto el pequeño detalle de que es básicamente imposible, para cualquier hijo de vecino, poner el pie en la puerta de Chanel.

Otro caso similar de negación de privilegios, (dentro de una lista tan larga que merecería un paper para recopilarlos), es Kendall Jenner, la modelo mejor pagada del mundo. Ella afirmó que se buscó solita sus trabajos, viajando entre Estados Unidos y Europa, y que el apellido Jenner a veces, incluso, le jugaba en contra. Dando a entender que empezó su carrera de modelo desde el kilómetro cero, al igual que cualquier otra aspirante, hija de porteros. Y que, posiblemente, que su mamá sea una de las personas mejor conectadas de Hollywood, no tuvo tenido nada que ver en su éxito.

Si tiramos de la cuerda, vemos que los nepo-babys están en todas partes. Ellos son famosos antes de nacer. Su lista es eterna y surca generaciones y generaciones hasta llegar a los hermanos Lumiére, los pioneros del cine, que usaban a familiares suyos para sus primeras películas. Claramente ser una nepo-baby no garantiza el éxito: pero, al menos, te pone un pie en la puerta. Como Emme, la hija de JLO y Marc Anthony, que cantó con su mamá en el Superbowl. Nadie pondría en duda la calidad de su voz. Pero ni siquiera tuvo que pasar el casting. Otro ejemplo es Sofía Coppola: su talento como directora es innegable, pero también es cierto que el conocimiento que pudo absorber de su papá, simplemente viviendo con él y aprendiendo a moverse en un ambiente muy restringido, es invaluable.

Y si no te va bien en el canto o la actuación, siempre está el noble y lucrativo camino de ser influencer, como hicieron las sobrinas de Lady Di o como hace Apple, la hija de Reese Witherspoon; o las herederas de Kim Kardashian, que tuvieron el privilegio de aparecer haciendo monerías en el escenario de un show de Katy Perry. Un verdadero sueño infantil.

Sin embargo, esto no es nada nuevo. De hecho, si ponemos la lupa en cómo se gestó Hollywood, podemos ver que los primeros inversores establecieron dinastías que continúan hasta el día de hoy. A su vez, el mundo del espectáculo, tanto vernáculo (Dalma y Gianina, Esmeralda Mitre, el Chino Darín, Juana Viale) como internacional, siempre tuvo una fascinación sentimental, entre nostálgica y curiosa, por los “hijos de los famosos”. Los “hijos-de” cortan tickets y generan expectativa entre quienes quieren ver si son tan buenos como sus papás. Sin embargo, ¿qué fue lo que cambió? ¿Por qué se está hablando de esto ahora?

El eje de la tormenta

En TikTok y Twitter se sembró la teoría conspiranoica de que todo el mundo del espectáculo estaba ocupado por nepo-babys, mucho más de lo que se ve a simple vista. Y ahora, gracias a las redes sociales, los usuarios empezaron a hacer una investigación colectiva y a unir puntos para ver hasta dónde llegaban las conexiones de influencia entre los “hijos de”. El resultado del alcance de estos clanes de productores, actores, directores, guionistas, ejecutivos es abismal. Y la sensación colectiva es que la fantasía de la meritocracia, uno de los ejes rectores del neoliberalismo, está roto.

¿Y quiénes están motorizando esta teoría? Los millenials. Un segmento demográfico que es caracterizado desde la comunicación masiva como una generación derrotada y agotada. Gente que creció mamando el slogan neoliberal de “si te esfuerzas y estudias, podrás lograr lo que sueñas”, para encontrarse llegando a los 30 años como monotributistas precarizadxs, generalmente sobrecalificadxs para el trabajo que tienen y con la única certeza de que nunca van a poder comprar una casa. 

Los nepo-babies generaron una catarata de frustración colectiva entre millenials al ver que esta desigualdad es cada vez mayor. Y mientras ellos hacen TikToks quejándose de esto desde sus casas compartidas entre cinco personas, porque nadie tiene plata para pagar el alquiler de un monoambiente, allá afuera hay un nepo-baby que ya están contratado antes de la entrevista de trabajo.

“Está claro que hay una grave falta de representación en la industria en lo que respecta a la clase y la raza. Todo el mundo sale perdiendo. Sin embargo, creo que se está utilizando a los nepo babys como chivos expiatorios. Hay un debate social más amplio sobre la desigualdad de la riqueza, la falta de programas y de financiación, y supongo que eso es lo que intentaba decir, aunque quizá mal”, dijo Lilly Allen, una nepo baby, que varias veces fue cuestionada por eso.

Tal vez, una forma de salir del victimismo millenial, es reclamarle a los nepo-babies que admitan sus privilegios y dejen de sostener la ilusión meritócrata de que hicieron sus carreras a base de esfuerzo y trabajo duro. “En un estudio aproximado, aproximadamente el 100 por ciento de los hijos de las celebridades fueron aclamados por sus colaboradores como talentosos, humildes y listos para trabajar”, escribió la revista Vulture. Y, a su vez, de la misma forma en que hace unos años el público le exigió a las productoras mayor diversidad de corporal y menos historias heterocis sexuales, es posible que, en un futuro, se empiece a reclamar que gente que no pertenezca a clanes de Hollywood también pueda ser parte de estas narrativas. Narrativas de la cultura popular que, al fin y al cabo, quedan en manos de pocas familias y que solo reproducen sus intereses.