Cuando habla Cristina se tensa el aire de este país. Insólitamente me viene a la cabeza una frase de Bataille: “Lo erótico es la tela”. Ella provoca una ansiedad amorosa cuando habla, una politización de los oídos, un ensanchamiento de la comprensión. La persecución y los obstáculos de la proscripción aumentan dramáticamente ese efecto porque no solo le prohíben gobernar, también prohíben que nos gobierne.

Bataille se refería a que la visión más o menos retaceada del desnudo provoca más intriga y es una aproximación más lenta y perfumada al objeto de deseo. Y tal vez me haya venido a la cabeza porque la Cristina de hoy, la de esta edad, la de esta etapa y la que emergió contadas veces --y cada una de esas veces hizo temblar los veladores-- durante el gobierno que armó y que sin embargo la sumergió en el silencio, hoy es el objeto de deseo de la política argentina.

Esta de hoy es otra Cristina que la que nos gobernó durante ocho años en los que por primera vez en nuestras vidas no parábamos de salir a la calle a defender a un gobierno. Esta es decididamente otra etapa en la que estamos forzados a la reinvención del camino que nos permita volver a tener la misma comprensión histórica que Néstor, y que no es ésta en la que nos hemos enlodado.

Esos tres gobiernos no paraban de hacer y de tomar decisiones riesgosas. Al mismo tiempo que nos hicimos kirchneristas aprendimos que si se defienden los intereses populares hay que estar dispuesto a renunciar al confort, y eso, que no es poco, es nuestra forma de adhesión, de militancia y de pertenencia a una fuerza política disruptiva en serio y no para la monada, demonizada hasta lo estúpido por los sicarios de la comunicación.

Aquella era una Cristina plena que tan entregada estaba, que no distrajo su responsabilidad ni mientras hizo su largo duelo por Néstor. La que soportaba las tapas de Noticias mucho antes de la explosión verde que divulgó masivamente la noción de violencia simbólica. La que cuando se despidió del gobierno, en el final de mandato más multitudinario y amante del que tengamos memoria, nos adelantó lo que iba a pasar. Y se cumplió. Venían por nosotros.

Pero esta Cristina es otra. Más experimentada y también con un temple de otro orden: ha tenido que elaborar, en estos últimos años, adversidades que hubieran doblado a la mayoría. Situaciones límite, todas juntas o sucesivas.

Ver enferma a su hija, los viajes a Cuba mientras había que poner en marcha la forma de ganarle a Macri. La lluvia de procesamientos descabellados, tales como el de un cuaderno que fue quemado pero después apareció, o cosas por el estilo.

La persecución de la guerra judicial desde hace más de una década. Las indagatorias, las evidencias de farsa que no eran publicadas, las amenazas a su hijo, más tapas de decenas de diarios y cientos de radios vomitando insultos sobre su persona forman parte del sonido ambiente. Los bajos instintos de la mafia y también de muchos de los que estaban aparentemente cerca.

La que comprendió cuando se armó el gabinete y se trajo el acuerdo con el Fondo que todo iría de mal en peor porque era un acuerdo para un par de años y después daba paso a las peores pesadillas. La que vio cómo cuando ese acuerdo se aprobaba decenas de piedras le destruían el despacho y el gobierno bien gracias.

La que fue detallada como una delincuente por un fiscal botoxeado durante una miniserie de TN que duró una semana. La que fue condenada por fiscales y jueces que compartían su transpiración con Macri en deportes varios. La que fue inhabilitada a perpetuidad para ejercer cargos públicos en esa nueva forma de varieté que ha encontrado Estados Unidos para borrar de la faz de la tierra a los dirigentes populares que no aceptan limosna.

La que no se dio cuenta de que le gatillaban a la cabeza, pero esa misma noche del 1 de septiembre cuando vio el video, se encomendó a su fe. La que tiene el umbral psíquico más alto conocido.

Y digo que lo erótico es la tela, como Bataille, porque el jueves, mientras la veía y escuchaba, pensaba que tal vez no pueda ser candidata. Pero Cristina, hoy, también a causa de todo el mal que le han hecho y ella ha soportado estoicamente, se ha ganado un lugar en la historia por lo que significa hoy para millones de personas. El “sistema democrático” liberal no prevé ni admite los liderazgos latinoamericanos que suelen ser así, apasionados.

 

Si no llega a ser ella (y ojalá lo sea), nadie que aspire a la presidencia puede ignorarlo otra vez: la que lubrica la esperanza política del campo nacional y popular es ella. Que el peronismo se dé oficialmente por enterado, porque a Cristina no la han sostenido estos años las cúpulas ni la superestructura política, que ella interpela y que irrita. La sostuvo el deseo popular. Ella es el motor libidinal sin el que el peronismo hoy sería completamente impotente. Y cualquier estrategia electoral debe reconocerla como conducción política o nada. Cristina es la única dirigente que en la política argentina tiene un haber construido con su cuerpo y su inteligencia que la ubica arriba, con o sin cargo.