Fueron varias las oportunidades en las que las Madres de Plaza de Mayo acudieron a la jerarquía eclesiástica para pedir ayuda ante la desaparición de sus hijes. Una reacción, un movimiento, una actitud que sirviese de presión para que los dueños de la vida y la muerte de todes les argentinos aquellos días de terrorismo de Estado aflojaran un poco, largaran un dato. Y, con excepciones personalísimas y particulares, la respuesta de la Iglesia en tanto institución siempre fue la indiferencia, amparada en más o menos excusas. Un ejemplo es aquella vez que intentaron que la asamblea de obispos de todo el país las recibiera en mayo de 1981. “Varios obispos dicen: no”, según quedó registrado en las actas de aquel encuentro eclesiástico en el que se discutió y se votó por no abrirles las puertas a las mujeres que “están sufriendo”, reconocieron, eso sí. Los rechazos de parte de la Iglesia fueron varias veces narrados por las “viejas” a lo largo de sus flamantes 46 años de lucha y ahora, por primera vez, se conocen las razones que esbozaron las autoridades católicas para dejarlas solas.

“Visto con los años entiendo que les generábamos incomodidad. No querían mirarnos a los ojos, tener que decirnos que no iban a cumplir con lo que predicaban desde el púlpito”, recuerda Nora Cortiñas en diálogo con Página/12. Y tiene razón. Es incomodidad, hasta cierta vergüenza, la que se desprende de la versión que la Conferencia Episcopal Argentina ofrece, recién ahora, a más de 40 años del episodio, de aquella vez que le negaron a las Madres de Plaza de Mayo la posibilidad de dialogar con la asamblea plenaria de obispos en 1981.

Aquella ocasión no fue la primera en la que Madres –acompañadas por otros familiares de desaparecides– y en plena dictadura militar acudieron al escenario en el que sucedía la reunión anual plenaria de obispos de todo el país con el objetivo de que el pleno de religiosos las recibiera. En 1978, acudieron junto a familiares. Eran 78 madres, según la cuenta que hizo Hebe de Bonafini. “Nos tuvieron debajo de la lluvia, muertas de frío”, detalló Cortiñas. Los obispos no recibieron a nadie. Enojadísima, Bonafini le escribió una carta al epíscopo Raúl Primatesta: “¡Cuánto dolor! ¡Cuánta angustia! Regresamos de San Miguel mojadas de lluvia, dolor y lágrimas. Nuestro cardenal no nos recibió. No tuvo tiempo, ni un solo minuto, para atendernos, pero grande fue mi sorpresa cuando a la noche ví todo el tiempo que tuvo para el programa de Andrés Percivale”, le enrostró la Madre.

Sin embargo, el intento de ingresar a la 42° asamblea plenaria de obispos, en mayo de 1981, es el único registrado en las actas formales de esos encuentros que figura en “La verdad los hará libres”, la versión del Episcopado sobre el rol de la Iglesia ante los crímenes de lesa humanidad de la última dictadura.

“Varios obispos dicen: no”

Entre el 4 y el 9 de mayo de 1981, 55 obispos de todo el país se reunieron en la casa de Ejercicios espirituales “María Auxiliadora”, que quedaba en San Miguel. Los teólogos Luis Liberti y Federico Tavelli indicaron en el capítulo número 16 del tomo II de su investigación sobre los archivos eclesiásticos, que la apertura de aquel encuentro estuvo signada por la presencia de “una delegación numerosa” de Madres de Plaza de Mayo en el jardín del lugar. Primatesta envió a los obispos Miguel Aleman y Rúmulo García a ver qué querían.

Parafraseados por Liberti y Tavelli, los registros de la Asamblea indican que Aleman informó que las Madres pidieron “ser recibidas” por todos los obispos y García completó que “no estaban dispuestas a retirarse” hasta obtener una respuesta.

Una de ellas era María del Rosario Cerruti: “Estábamos ahí, en unos pasillos amplios frente a un gran parque, varias horas nos tuvieron, pero la respuesta fue que no, que no nos recibiría la asamblea”, reconstruyó consultada por este diario.

“No nos querían ni ver”, agregó Norita, que también integró la comitiva.

–¿Qué querían de los obispos?

–Que nos ayudaran a buscar a nuestros hijos, que nos dijeran si sabían adónde estaban, que pidieran con nosotras datos. Pero siempre nos trataron con desprecio, nos trataban de comunistas. Les incomodaba recibirnos porque eran cómplices

Los obispos discutieron qué hacer, según los registros analizados en la investigación. Algunos, como Emilio Ogñenovich, obispo de Bahía Blanca, y el propio Primatesta, advirtieron que recibir a las Madres “se convertirá en un antecedente que van a utilizar otros sectores para presionar”. Otros, como Miguel Heysane, reconocieron que las mujeres “están sufriendo hace cinco años” y por tanto, había que “ubicarlas en un marco de comprensión”. De todos modos, propuso invitarlas a retirarse y evaluar recibirlas en días sucesivos. Carmelo Giaquinta apostó a abrirles las puertas en ese momento. “Varios obispos dicen: no”, quedó registrado, aunque algunos otros lo apoyaron, sin éxito.

Fue el caso de Jaime de Nevares, citado especialmente en la investigación: “Ellas tienen puesta su esperanza en la Jerarquía de la Iglesia, a la que consideran con gran poder de influencia con las autoridades militares”. Fue él quien incorporó un dato clave: años antes, los obispos habían recibido en su asamblea plenaria a militares y funcionarios de la dictadura: en la asamblea 34° escucharon al ministro de Economía José Alfredo Martínez de Hoz y un año después, el entonces general Roberto Viola les agradeció por el silencio ante los crímenes.

Delegados para la nada

La decisión de recibir o no a las Madres en el pleno de la asamblea se sometió a votación y la cosa estuvo dividida: mientras 31 obispos votaron a favor, 38 votaron en contra. Hubo un pedido de algunos de ellos para que el sentido de cada voto permaneciera “en secreto”, cosa que no prosperó por considerar la imposibilidad del pedido: la presencia de las Madres de Plaza de Mayo y de otros familiares en las inmediaciones del predio religioso de San Miguel ya era noticia en todos los medios. Luego, Primatesta propuso que “la Asamblea delegue a dos o tres obispos para que vayan a hablar con las Madres”: fueron designados los obispos Ítalo Severino, Emilio Bianchi Di Cárcano, Carlos Galán y Vicente Zazpe, quien ya era conocido por las Madres pues las había recibido en sus intentos anteriores ante la asamblea plenaria. En representación de los pañuelos blancos acudieron Hebe de Bonafini, María Adela Gard de Antokoletz, Ángela Muruzábal de Westerkamp, esposa de Federico “Pipo” Westerkamp, quienes integraban también Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas y el Centro de Estudios Legales y Sociales, acudió en representación de presos políticos.

Según el registro de Galán, las mujeres acusaron a la Iglesia de ineficiente: “Si hubiera sido otra la actitud de la Iglesia” frente a las desapariciones y las detenciones, le dijeron en aquel momento a Galán, “habrían muerto menos gente, porque los asesinos que están en el gobierno hubieran tomado otra postura porque la iglesia les importa como aliada”, reconstruyen los investigadores en el libro sobre el diálogo de Galán con las Madres. Pero no hubo solo críticas. Las Madres hicieron pedidos concretos: la excomunión de los dictadores, una jornada de duelo por los desaparecidos con el gesto de cerrar los templos, la predicación unánime de los obispos por los desaparecidos y que atendieran las celebraciones de misa que solicitaran. Los obispos respondieron que no estaban en condiciones de prometer nada, aunque no cumplieron con ninguno de esos puntos.

“Los encuentros nunca tuvieron resultados positivos”, reflexiona ahora Cerruti. “Hemos visto con frecuencia a Zazpe, que lloraba; a Laguna, que se mostraba afectuoso, y a otro que no recuerdo su nombre, pero que nos escuchaba. Y nada más”, acompañó.

Al día siguiente de aquel intento de 1981, y aún mientras la asamblea permanente continuaba su rumbo, Primatesta se reunió con el titular de la segunda junta militar, Roberto Viola, quién había solicitado el encuentro. La reunión duró dos horas y fue en Olivos. “Tuve así la oportunidad de tratar algunos asuntos que ya se habían presentado en la asamblea a raíz de la visita de las madres de desaparecidos y otras inquietudes”, rescataron los teólogos de un memorandum que elaboró Primatesta sobre el encuentro. “Hice al señor presidente una breve referencia al episodio de la visita de las madres y la solución que nosotros habíamos encontrado de recibirlas por intermedio de una comisión”, apuntó. Viola no aportó información.