Desde Asunción
Paraguay afrontó su octava elección presidencial con resultados contundentes: un campo ganador, el Partido Colorado y Horacio Cartes y uno derrotado, Efraín Alegre y el voto preferencial.
Gracias a un esfuerzo de la clase política, las organizaciones de la sociedad civil, la prensa, la Iglesia y el Estado se pudo aumentar en algunos puntos la participación electoral que llegó al 63%, dos puntos más que en la última elección. Las colas fueron interminables, llegaron a más de tres horas por la escasez de máquinas electrónicas (debido a un incendio que afectó a más de 8.000) y por un sistema que elimina la lista sábana y coloca el voto preferencial como un nuevo sistema de representación para los órganos legislativos.
Un elector debía elegir además de los ejecutivos, un solo representante entre muchos varios para cada unos de los cuerpos de representación política: diputados, senadores y juntas municipales. Los resultados arrojan, por fuera de los manuales de ciencia política, que la sociedad civil repuso a delegados que tuvieron capacidad para financiar sus campañas personales y que el nuevo sistema está lejos de habilitar la democratización.
Pero ni el aumento de votantes contra el “aparato”, ni el voto electrónico contra la manipulación/fraude, ni el resquebrajado clientelismo de un partido con menos recursos económicos que antaño, ni la mayoría de la prensa en su contra, ni incluso un gobierno oficialista en retirada alcanzó para correr al Partido Colorado de su constatado lugar hegemónico. Desde 1989 a la fecha, con el interregno de Fernando Lugo, del cual aprendió casi todo, el Partido Colorado sigue asombrando por su capacidad para renovarse y reproducirse. Ninguna encuesta, salvo la del propia Asociación Nacional Republicana (conocida como Partido Colorado) que nadie creyó, estimó un triunfo tan contundente y una derrota tan marcada de Efraín Alegre y la Concertación.
“Olé, olé, olé, Horacio, Horacio” se coreaba en los festejos de la sede de ANR, mientras una gigantografía en tamaño real de Santi se movía para hacer la selfie de rigor. El ganador de la noche del domingo fue Cartes, quien supo mantenerse desde la intervención de EEUU, acusándolo de corrupción manifiesta, hasta la veda electoral en perfecto ostracismo. Pero el domingo a la noche subió primero al escenario. Era el jefe de un metro y poquito de altura, emocionado, llorando, arrojado a los abrazos de todos los dirigentes que festejaban un triunfo contundente. Cartes tuvo su revancha, bien podría haber gritado "fuera el imperio".
Luego, mucho después, llegó Santiago Peña con su familia que presentó en primera fila, casi las únicas mujeres del escenario. “Santi” es el presidente electo de esa alianza presidencial que se supo tejer hace más de 10 años y que probablemente se gestó en la confianza labrada en el ministerio de economía de Cartes, antes que “Santi” abandonara a los liberales y buscara su nueva afiliación partidaria. “Gracias Horacio por permitirme ser parte del partido colorado, gracias por esta oportunidad”. La foto del fin de fiesta lo sintetiza: Horacio Cartes en el centro, abrazando a Santiago Peña y a Pedro Alliaga, presidente y vicepresidente. Ese trio había ganado. El triunfo es de un partido que puso en suspenso todas las crisis internas y se reorganizó en torno a una figura y a un jefe.
A esa altura, Efraín Alegre había decidido no hablar desde el Partido Liberal. Ya le había costado mucho su figura a la Concertación. Y de la misma manera en que su campaña quedó presa de un slogan de revista sensacionalista “mafia/antimafia”, que repitió como mantra, tampoco pudo explicar por que sería una opción de cambio siendo su tercera campaña electoral. La Concertación, el ensayo político mas interesante de la transición a la democracia, no pudo traducirse en una renovación. Por esa razón, Payo Cubas fue una opción de cambio mucho más real que una metáfora bien pensante presentada por la Concertación. Payo, el candidato de la gente: el único de los candidatos antiinstragam, sin asesor de vestuario, sin colores pastel, con kilos de más y sin pelo. Payo retuvo la opción de cambio frente al Partido Colorado.
Cualquier político/a, asesor tiene frente a sus ojos la verificación de la hipótesis: el clivaje colorado/ resto del mundo no funciona para ganar elecciones. El mejor lector, por olfato e intuición fue Payo. No se enfrentó a los colorados, se enfrentó a la clase política.
Una vez más la opción del cambio vino por “derecha”. Cruzada Nacional desplazó al Frente Guasú, consiguiendo 6 lugares en el senado. La izquierda balbuceó entre sumarse a la Concertación o ser una opción testimonial y selló su propia muerte. Fernando Lugo, fuera de juego, no tiene más capacidad para dotar de sentido a un espacio que supo ser gobierno.
Las características del triunfo del partido colorado sacudieron todas las piezas del tablero político. El futuro es incierto y estamos llamados a pensar. El domingo a la noche, todo quedó viejo. Las recetas de la política se vencieron.
Lorena Soler es investigadora Conicet, UBA y IEALC.