En una pequeña mesita frente al tribunal se colocaron dos fotos, una de Vicenta Orrego Meza, desaparecida el 14 de marzo de 1977, y otra de una docena de niños que fueron confinados, durante la dictadura, en el Hogar de Belén, en Banfield. Tres de ellos son los hijos de Vicenta: Carlos, María y Mariano. Al lado de las fotos había un león de peluche muy pequeño, un juguete que le dio a Mariano una psicóloga cuando acababa de llegar a Suecia y que lo acompañó durante el proceso de recuperar su identidad. Completaba ese pequeño altarcito pagano que interpelaba a los jueces una tela celeste y blanca. “Este es el día en que se reconoció lo que nos ha pasado. Es un pedazo de historia que pertenece al pueblo argentino”, dijo María Ramírez cuando terminó la audiencia en la que fueron condenados a prisión perpetua siete represores, entre ellos, el ex ministro bonaerense Jaime Smart y el jefe del Pozo de Banfield, Juan Miguel Wolk y a cinco años la secretaria del juzgado de menores que intervino en el caso, Nora Susana Pellicer.

Las condenas fueron importantes pero lo principal para los tres hermanos Ramírez fue la declaración oficial de que fueron víctimas de la dictadura, no sólo porque su madre fue asesinada y desaparecida sino porque ellos fueron secuestrados con intervención de la justicia y llevados a un hogar aunque su familia los buscaba y los reclamaba; un hogar donde les cambiaron el apellido y sufrieron todo tipo de abusos: físicos, psicológicos y sexuales. Tenían entre 2 y 5 años cuando llegaron a ese lugar.

Durante mucho tiempo, se les negó a Mariano, Carlos y María la condición de víctimas y sobrevivientes de la dictadura. Se les dijo que los delitos que sufrieron siendo niños no eran de lesa humanidad, como si estuvieran disociados de la muerte de su madre y de la complicidad y cobertura de la Iglesia que tenían Manuel Maciel y Dominga Vera, los dueños del Hogar de Belén, para que allí hubiera impunidad para convertir a los niños y niñas en esclavos de todo tipo. Como si el terrorismo de Estado no tuviera nada que ver con la conducta del tribunal de menores que encabezaba la jueza Marta Pons, que hacía todo lo que estuviera a su alcance para que los chicos secuestrados y buscados no se reunieran con sus familiares, para que no crecieran en “hogares subversivos”. Como si el hecho de que Julio Ramírez, el padre de los niños, estuviera preso desde antes del golpe y fuera expulsado del país en 1981, tuviera que exiliarse en Suecia y recién pudiera ponerse en contacto con sus hijos después de 1983 a pesar de sus constantes reclamos no tuviera nada que ver con las torturas sufridas por ellos.

"Declaración de verdad"


Ayer, el Tribunal Oral Federal 1 de La Plata, integrado por los jueces Antonio Michelini, Andrés Basso y Nelson Jarazo, afirmó que la familia Ramírez fue víctima de crímenes de lesa humanidad y, por mayoría, señaló que esos delitos fueron cometidos en el marco de un genocidio. Los magistrados, además, formularon “como declaración de verdad” que “durante el alojamiento en el hogar Casa de Belén, entre el 14 de abril de 1977 y diciembre de 1983, Carlos, María y Mariano Ramírez fueron sometidos a condiciones de vida inhumanas, padecieron de manera sistemática y progresiva maltratos físicos , morales y psicológicos y abusos sexuales”. De esta forma, los jueces tomaron el pedido de la fiscalía y las querellas de reconocer el derecho a la verdad de los hermanos Ramírez, ya que nadie, en realidad, fue condenado en este juicio por los crímenes sufridos por los hermanos en el Hogar de Belén. De los tres acusados que había originalmente uno murió (Maciel) y dos fueron apartados por problemas de salud (Vera y el padrino del lugar, Juan Carlos Milone). Las condenas de los represores fueron por el asesinato y desaparición de Vicenta y de sus compañeros, José Luis Alvarenga, María Florencia Ruival, Pedro Juan Berger, Narcisa Adelaida Encinas y Andrés Steketee. La pena de Pellicer fue por el ocultamiento de los niños. 

La afirmación en sede judicial de su historia es, para los Ramírez, una reparación. Se podrá pensar que es una parte ínfima de acuerdo a todo el horror vivido, pero ellos se aferran a ella y se sienten menos ignorados por el estado argentino. “Han tratado de borrar la historia y aquí la marcamos. No se trata de cantar victoria pero lo que pasó hoy es muy importante, es algo que significa mucho y que debe ser transmitido a otras generaciones”, dijo a Pagina 12 Mariano. “Fue importante estar presente, no esperaba llegar a esto, fue emocionante, escucharlo en vivo, se siente en el cuerpo”, transmitió Carlos. Ellos, junto a su hermana María y Julio, su padre, vinieron desde Suecia, donde habían declarado por videoconferencia, para estar en la sentencia. Se sentaron en primera fila, lloraron y se abrazaron. Carla Ocampo, su abogada, también lloraba mientras escuchaba al juez Michelini. Era el fin de un largo camino que se inició cuando la abogada era una niña tan chica como sus representados. Ayer, estuvieron en la sala Gonzalo Conte y Mercedes Mignone, hijos de los fundadores del CELS, el organismo que tomó inicialmente el reclamo de esta familia, y Lucila Larrandart, una de las primeras abogadas en intervenir. “Es increíble que por fin se esté haciendo justicia por esto que empezamos hace tanto tiempo”, afirmó. También Tomás Ojea Quintana, que participó en otro momento de la querella y los psicólogos y acompañantes de los Ramírez fueron a la sala de audiencias de los tribunales federales de La Plata para darles un abrazo.

Ana Oberlin, fiscal del juicio, se fue conforme. Aunque ella y el fiscal Juan Martín Nogueira habían pedido 21 años para Pellicer, la secretaria del juzgado de Pons, (la jueza murió hace tiempo) ponderó que los jueces hayan considerado como partícipe necesaria y no secundaria a la funcionaria judicial por el ocultamiento de los menores. Y que el tribunal haya accedido a los pedidos que habían hecho vinculados con el derecho a la verdad, a reclamar al Ejecutivo que hogar se transforme en un sitio de memoria y que se haya dispuesto enviar la sentencia a los medios de comunicación que en su momento dieron cuenta de los asesinatos de este juicio enmascarados en supuestos "enfrentamientos".

Por todo esto los hermanos Ramírez estaban emocionados y satisfechos. Tuvieron que pasar años hasta que pudieron superar las amenazas que sufrieron todos los días durante su infancia: “si hablan, los vamos a matar”. María no olvida todo lo que vivió y dice: “hoy vimos que el amor venció”.