En 1933 la industria cinematográfica nacional estaba paralizada. La irrupción del sonido sincrónico en 1927 con el éxito norteamericano de El cantante de jazz señaló la innovación técnica a la que tenías que aspirar las nuevas industrias, pero también introdujo años de incertidumbre en la asimilación de este nuevo formato. En las salas de Argentina, para entonces uno de los mayores consumidores de cine del mundo, circulaban películas norteamericanas y europeas, mudas y sonoras, con sonido sincrónico pero también con sonido a disco, dobladas pobremente o directamente en lenguaje extranjero.

En este contexto, la producción de cine nacional, tan pequeña que todavía no podía denominarse industria, se encontraba en penumbras. Una luz: se estrena en 1931 Luces de Buenos Aires protagonizada por Carlos Gardel. Si bien este Buenos Aires era un París pintado y la producción no era argentina, sino de una Paramount que buscaba conquistar los mercados latinoamericanos produciendo películas sonoras con “color local”, la voz de la mítica figura tanguera y su éxito inmediato en el mercado nacional señaló un norte al cual aspirar.

Un año después de este estreno, cuatro pioneros viajaban a Estados Unidos para importar el sonido sincrónico al país. Ellos eran “Los locos de la azotea” ( César Guerrico, Enrique T. Susini, Luis Romero Carranza y Miguel Mugica), quienes habían transmitido una década antes en la terraza del Teatro Coliseo la primera producción artístico-radial del mundo y que ahora partían en búsqueda de un nuevo proyecto. En su carrera por la innovación técnica no estaban solos: el director de cine Luis José Moglia Barth y el empresario cinematográfico Ángel Mentasti ya soñaban con una película que tendría como protagonista a la música que Gardel había exportado a París y que ya se encontraba presente en el cine mudo argentino del Negro Ferreyra. Este proyecto se llamaría Tango!

Los locos de la azotea regresaron de Hollywood obnubilados por la industria norteamericana decididos a instalar en la provincia de Buenos Aires el primer estudio del país: Lumiton. Traían consigo equipamiento técnico y profesionales especializados como el fotógrafo austríaco John Dalton. Juntos decidieron que su primer proyecto audiovisual sería la adaptación cinematográfica de la exitosa obra teatral: Los tres berretines. Esta pieza tematizaba, a través de los choques generacionales de una familia de clase media, los cambios culturales de la sociedad argentina y su vínculo con los nuevos tres berretines que dominaban el consumo de masas: el fútbol, el tango y el cine.

Los tres berretines se estrenó el 19 de mayo de 1933, sólo días después de Tango!, y su éxito fue inmediato. La inversión inicial de sus productores se multiplicó, solidificando los cimientos de sus estudios en Munro y convirtiéndolos en uno de los principales referentes del cine nacional durante su época de oro.

Lo popular

El éxito de las películas “habladas” puso en un primer plano el problema de lo popular en los consumo de masas. Una de las primeras críticas de Los tres berretines publicada en El mundo señalaba que la película abría “un horizonte de extraordinarias posibilidades para la industria, el arte y el prestigio de nuestro país…, pero el film de Sussini debería haber servido para enseñar a los sectores medios a hablar —como corresponde—.”

“Hablar como corresponde” es el principal gags humorísticos que utiliza Luis Sandrini, protagonista de los Los tres berretines y primera estrella del star system nacional, para construir a su personaje Eusebio, un hombre tartamudo y analfabeto en lo musical que se convierte en compositor gracias a su pasión por el tango. Eusebio habla como escucha y disfruta de una música que suena como él habla.

Desde sus primeros film sonoros, el cine nacional fue consciente de su elección de lo popular como tema central de su cinematografía. Así creció, con el tango, el lunfardo y sus melodramas lagrimosos. El reclamo de enseñar a hablar como corresponde, como sinónimo de reprimir ciertas formas populares, persistió durante todo el periodo clásico haciéndose más ruidoso en los momentos que el éxito económico de la industria amenazaba con amainar. En los años de posguerra, cuando escaseaba el material fílmico, y luego del golpe de estado de 1955, cuando el cine sabía que perdía su hegemonía frente a la televisión, estos discursos y reclamos antipopulares fueron dominantes llegando incluso a prohibir películas por “hablar en lenguaje porteño”, como fue el caso de Violencia en la ciudad (Enrique de Rosas h) durante el periodo dictatorial de la Revolución Libertadora.

En conmemoración de los 90 años de su estreno, este viernes 19 de mayo se realizó una proyección en 16mm de Los tres berretines en el Cine-Teatro York de Olivos.