Del otro lado de la línea, sentado al teléfono en el estudio de su casa en Los Ángeles, Butch Vig recuerda el momento exacto en que supo que Nevermind no sería un disco más: “Estaba en una reunión con amigos frente a un lago en Madison, cerca de un departamento que alquilaba. Habría unas veinte, treinta personas, en su mayoría músicos: los Smashing Pumpkins estaban ahí, los Killdozer también. Una semana antes me habían entregado el master de Nevermind y me pareció buena idea escucharlo en la reunión, así que fui al departamento a buscar el disco y un equipito de música, volví, lo apoyé sobre una mesa y lo puse. Sonaba de fondo mientras todos charlaban y tomaban cerveza, pero de a poco algunos empezaron a acercarse y prestarle atención: primero fueron cinco, seis, diez, hasta que en un momento estaban todos alrededor de la mesa, escuchándolo. Cada tanto alguien decía algo tipo ‘Dios mío, ¿¡tenés idea del disco que hiciste!?’. Cuando terminó hubo un silencio de por lo menos diez segundos. Entonces alguien dijo: ‘Ponelo otra vez’”.
Así lo hizo y de inmediato se desató el vértigo que ya conocemos: el disco desplazó a Michael Jackson del tope de los ránkings, superó las 24 millones de copias vendidas en todo el mundo y provocó, lisa y llanamente, la última gran revolución del rock. “La compañía nos había dado a entender que estaría satisfecha si vendíamos 50 mil copias, la mitad de lo que el año anterior había vendido Goo de Sonic Youth”, cuenta Butch. “El disco era genial, las canciones se te pegaban, la banda estaba tocando de manera increíble, pero vender 24 millones... Eso no estaba en los planes de nadie”. 
Años antes del fenómeno Nevermind, Bryan “Butch” Vigorson había sido un muchacho nacido en 1955 y criado en Viroqua, un pequeño pueblo granjero en las afueras de Madison, capital de Wisconsin. “Mi mamá era la profesora de música del colegio así que en casa se escuchaba música todo el tiempo, de los Beatles a Bach, Frank Sinatra o Thelonius Monk”, cuenta. Butch comenzó sus estudios de música al piano, hasta que un día vio a los Who destrozando sus equipos en un programa de televisión y se decidió por el rock. Al terminar la secundaria se fue de casa para estudiar cine en la Universidad de Wisconsin: allí, mientras grababa bandas de sonido para los proyectos audiovisuales de sus compañeros, se obsesionó con sintetizadores y técnicas de grabación y conoció a Duke Erikson y Steve Marker, quienes años más tarde serían sus socios junto a Shirley Manson en Garbage. Pero su historia junto a ellos va mucho más allá: con Erikson formó en 1979 la banda new wave Spooner, mientras que con Marker creó en 1983 los Smart Studios, donde a lo largo de esa década grabarían a bandas de punk garagero como Killdozer, The Crucifucks o The Mess. 
Justamente en esos estudios Nirvana grabó en 1990 el demo conocido como The Smart Sessions: allí fueron registradas las primeras versiones de canciones como “In Bloom”, “Lithium” o “Polly”. Kurt Cobain y Krist Novoselic quedaron tan satisfechos con esa experiencia que un año más tarde insistirían para que Vig fuera el productor de Nevermind, pero los ejecutivos de Geffen Records tenían otra idea: “La banda quería trabajar conmigo, pero yo era un desconocido”, recuerda Butch. “Al principio la compañía me ofreció ser el ingeniero de sonido de un productor reconocido, y por las ganas que tenía de trabajar en ese álbum lo consideré, pero finalmente dije que prefería producir y que si no me elegían lo entendería perfectamente. Al otro día me llamaron y me dijeron que querían que yo fuera el productor, así que tuve luz verde sobre la hora. Nos dieron sesenta mil dólares de presupuesto, una locura en comparación con las sumas anteriores con las que había trabajado. Lo mismo para la banda: para que te hagas una idea, Bleach había sido grabado en treinta horas y para éste contamos con una semana entera de estudio”.
Tras la publicación en 1991 de Nevermind –y de Gish, debut de los Smashing Pumpkins, que también produjo– Butch Vig se convirtió en el hombre a conseguir: le llovieron ofertas y sin perder tiempo se subió a la ola y produjo y remezcló discos y canciones de la crème de la industria alternativa del momento: Sonic Youth, Depeche Mode, U2, Nine Inch Nails, Soul Asylum o Beck fueron tan sólo algunos de los muchos artistas con los que entonces trabajó. Hacia finales de 1993, agotado de tanto involucrarse con ideas ajenas y con ánimos de renovarse y experimentar con la cruza de guitarras y texturas electrónicas, Butch llamó a sus viejos amigos Marker y Erikson, sumó a la sensual y provocadora Shirley Manson (que a la larga competiría palmo a palmo con Gwen Stefani por el podio de diva alternativa de los noventa) y juntos dieron forma a Garbage: con éxitos como “Only Happy When It Rains”, “Queer” y “Stupid Girl”, el debut homónimo de la banda vendió 4 millones de discos, la misma cantidad que cuatro años más tarde alcanzaría su sucesor, Version 2.0.
Actualmente el cuarteto acaba de lanzar su sexto trabajo discográfico, Strange Little Birds, distribuido en nuestro país por el sello DBN. Liberados de la presión que significó la edición en 2012 de Not Your Kind of People, disco con el que regresaron a escena tras ocho años de silencio, lo nuevo de Garbage representa una vuelta a las fuentes eclécticas y despojadas de sus comienzos: “Por primera vez en mucho tiempo sentimos que no había demasiadas expectativas sobre nosotros y eso nos dio libertad, una sensación muy parecida a la que tuvimos cuando grabamos nuestro primer disco. De hecho las primeras tomas las hicimos en este estudio en el sótano de casa donde no hay paneles de sonido: eran sólo cuatro paredes peladas y nosotros”. 
Así la banda desempolvó viejos trucos para renovarse en su propia ley en lugar de prenderse a los coletazos de las nuevas tendencias: canciones como “Empty” o “Magnetized” se acercan a los hits de sus comienzos, mientras que otras como “If I Lost You” o “Teaching Little Fingers to Play” funcionan como el vehículo perfecto para sacar a relucir las cualidades de popstar y el sex appeal de Shirley Manson, todo a través de arreglos electrónicos que transcurren entre atmósferas cinematográficas y una oscuridad intimista. “Quisimos experimentar en estudios tal como habíamos hecho con nuestro disco debut, donde trabajamos muchos estilos diferentes”, cuenta Butch. “La idea fue hacer algo así pero más cinematográfico, oscuro, no nos interesaba escribir canciones pop breves. Si bien algunas lo son, otras son verdaderamente largas, con puentes y dinámicas que nos resultaban interesantes. Queríamos sonar diferente. Si bien aún suena como nosotros, sentimos que es un nuevo punto de partida”.
Consultado acerca de su relación con la música a través de sus diferentes roles, Butch afirma: “Como compositor en Garbage intento desde lo musical expresar mis puntos de vista. Cuando produzco trato de ayudar a que el otro exprese su propia visión, acompañarlo hacia donde quiere ir, y disfruto mucho de ambas cosas. Amo la música, me pasé toda la vida escribiendo, grabando e interpretando canciones, y de verdad no se me ocurre ninguna otra cosa a la que pudiera haberme dedicado. A esta altura debo haber pasado unas cincuenta mil horas entre estudios, ensayos, grabaciones, escenarios... De hecho estoy seguro de que si las cosas hubieran sido diferentes aún estaría haciendo lo mismo, porque es parte de mi ADN desde siempre”. 
En YouTube se puede encontrar –subtitulado y todo– el documental dedicado a Nevermind de la serie Classic Albums. Allí en un momento puede vérselo a Vig subir y bajar perillas en la consola mientras cuenta con entusiasmo cómo durante la grabación resaltaron el feedback que continúa al solo de guitarra, se deforma y se mete en la estrofa siguiente en “Smells Like Teen Spirit”. Allí también el productor narra la anécdota de cómo convenció a Cobain de doblar su voz en el estribillo de esa canción diciéndole que John Lennon lo había hecho. “Kurt era encantador: divertido, amable, uno de esos tipos con los que da gusto estar”, nos cuenta, “pero también tenía cambios de humor muy intensos. De golpe se ponía extremadamente introvertido y teníamos que dejarlo solo. Desaparecía durante un par de horas y luego volvía, agarraba la guitarra y nos decía ‘Vamos’. Yo tenía que estar listo para saltar a la consola en esos momentos en que estaba motivado. En un momento perdió la voz y tuvimos que suspender la grabación, pero a la compañía le gustaba cómo estaba quedando el disco así que nos extendieron los días de estudio y pudimos terminarlo durante la semana siguiente”.
Butch mantuvo a lo largo de toda su carrera el equilibro entre sus facetas como compositor, intérprete y productor, cosechando Grammys y discos de oro (21st Century Breakdown de Green Day en 2009 fue su último gran éxito como productor) y combinando el espíritu punk con el que se formó en los ochenta con un ojo preciso para captar aquellos sonidos con potencial de pegar a nivel masivo en la industria. Pero a veinticinco años del lanzamiento de Nevermind, el escenario cambió al punto de que es muy difícil pensar en otro disco que revolucione nuestra época de la misma manera. ¿Qué tan posible es que algo así vuelva a suceder? “Las claves del éxito de Nirvana todavía son un misterio para mí”, asegura Butch. Y concluye: “Es posible que algo así se repita, pero sería de otra manera. Ahora la gente es tan indiferente a la hora de escuchar música... Aún cuando encuentran algo genial, pueden decir ‘¡Oh, esto es fantástico!’ y luego lo escuchan durante una semana y pasan a otra cosa. Para que suceda otra revolución de ese tipo deberíamos tener un artista que escriba letras que realmente signifiquen algo importante, como Kurt Cobain o Bob Dylan, y la música a su vez debería ser algo novedoso. Y aún así podría sonar como folk, o sea... es algo difícil de predecir. El negocio de la música cambió a la par de la manera en que la gente la consume, y hoy en día todo resulta desechable al poco tiempo. Ya no existe esa adoración por bandas que había hace 25 años, así que... es difícil, pero bueno, podría pasar. Al fin y al cabo en aquel momento ni yo, ni la banda, ni la discográfica, nadie ni de cerca sospechaba todo lo que finalmente pasó”.


Garbage toca en el Luna Park, Madero 420, el martes 13 de diciembre a las 19.