Tenía que volver el finlandés Aki Kaurismäki al Festival de Cannes para insuflarle su humanismo, su nobleza y también su sabia modestia a una competencia oficial de buen nivel en general pero también, en muchos casos, asfixiada por la grandilocuencia y la sobreproducción que exige el inmenso Grand Théâtre Lumière, la sala principal de la muestra. Ganador aquí en Cannes del Gran Premio del Jurado 2002 por El hombre sin pasado, Kaurismäki participa ahora por quinta vez por la Palma de Oro con otra de sus pequeñas fábulas obreras, plenas de solidaridad y sentimiento, pero también de ese humor seco que lo caracteriza y que por supuesto no está ausente de su nueva maravilla, titulada Las hojas muertas, en referencia a la célebre canción de Joseph Kosma y Jacques Prévert, que se escucha en una deliciosa versión en finlandés durante el rodante de créditos final.

A primera vista, se diría que Kaurismäki hace siempre una misma película, casi con los mismos personajes (muchas veces interpretados por los mismos actores, aunque aquí la troupe se renueva) y agobiados por las mismas dificultades: el trabajo duro, cuando no el desempleo y la falta de dinero y de horizontes, aunque nunca de sueños. Pero a la vez, el director de El otro lado de la esperanza (2017), su película inmediatamente anterior, introduce cada vez ligeras variaciones, que van enriqueciendo y ampliando su obra, siempre dentro de ese mundo que es inconfundiblemente suyo.

En el caso de Las hojas muertas -como sugiere el título mismo- se trata casi de un musical, aunque su pareja protagónica, una cajera de supermercado y un trabajador metalúrgico embarcados en un tímido romance, no cantan ni bailan. Pero el hecho de que se conozcan azarosamente en un desangelado karaoke de Helsinki –aunque él afirma que “los tipos duros no cantan”- hace que la música sea un elemento esencial del film, que va encontrando comentarios a las vicisitudes de sus personajes en las melodías y las letras que se escuchan de comienzo a fin, y que van desde un “Italian Mambo” cantado en finlandés hasta la “Serenata” de Schubert, entonada por un amigo de la pareja que se lamenta no haberse dedicado al canto lírico.

Que esa banda de sonido casi permanente incluya –en una situación en un café-bar llamado Buenos Aires- “Arrabal amargo”, cantada por el mismísimo Carlos Gardel, no debe sorprender a nadie, considerando que Kaurismäki es un fanático del tango (al que imagina inventado por un marinero finlandés) y que ya había utilizado la versión original de “Volver” en el comienzo de Luces al atardecer (2006).

Todavía falta mucho para hablar de palmas en la competencia cannoise, pero si algo puede darse por descontado es que el perrito feúcho que recoge de la calle la protagonista, cuando cree que su amor la ha dejado, es el más serio candidato a llevarse ese premio de la crítica llamado Palm Dog, que parece haber sido creado especialmente para las mascotas de Kaurismäki. Y que ese perro se llame Chaplin no hace sino reafirmar de dónde proviene la sencillez, la emotividad y la eficacia del cine de gran director finlandés.

Otro punto alto del último fin de semana en Cannes resultó –como era previsible- la película póstuma de Jean-Luc Godard, un cortometraje de 20 minutos que dejó listo antes de su muerte, en septiembre pasado. La proyección se hizo en la sala preferida del director en Cannes, la Debussy, colmada de cineastas de distintas nacionalidades y generaciones que se acercaron especialmente para esta proyección: Costa-Gavras, Jim Jarmusch, el argentino Gaspar Noé, el catalán Albert Serra, el chino Wang Bing y el portugués Pedro Costa, entre otros.

El corto se llama Film annonce du film qui n'existera jamais : "Drôles de Guerres" (Trailer de un film que no existirá jamás: “guerras falsas”) y su título alude a la expresión francesa que le puso nombre a pasividad aliada frente a Hitler cuando el ejército alemán invadió Polonia. ¿Es acaso una referencia a la situación actual en Ucrania?

Difícil afirmarlo, porque Godard –afortunadamente- nunca pudo ser interpretado de un modo literal. Y además porque su film es una pieza de arte abstracto, un collage de imágenes fotográficas intervenidas, recortes de textos de libros y periódicos, notas propias (con su inconfundible caligrafía) y algunos pocos planos y fragmentos sonoros extraídos de sus films Notre musique (2004) y Film socialisme (2010).

Financiado por Saint Laurent –la misma firma que produjo el corto de Almodóvar presentado aquí en Cannes la semana pasada- Film annonce... es una de las muchas cartas fílmicas y trailers realizados por JLG, pero que tiene la particularidad de testimoniar dos ausencias: la de una película “que nunca existirá”, pero también obviamente la del propio Godard. Es imposible no atravesar este corto sin tener la impresión de que las imágenes y sonidos llegan desde el más allá, varios meses después del suicidio asistido del cineasta.

La banda de sonido incluye, por caso, la voz del propio Godard hablando de ese film que pensaba hacer inspirado en la novela autobiográfica Faux Passeports (Mémoires d'un agitateur), del escritor y militante belga Charles Plisnier, ganador en 1937 del Premio Gouncourt por ese texto. “Antes que como escritor, me interesa como retratista: pinta retratos”, se escucha la voz cascada del Godard de los últimos años. “Son retratos de gente que él conoció durante su militancia comunista, antes de ser acusado de trotskista”.

Los conflictos del presente Godard siempre los leyó en el espejo de la que fue su época, el siglo XX, y en ese sentido “Drôles de guerres” no es una excepción. No por nada en algún pasajes de su film-collage se lee: “El más fugaz de los instantes tiene un pasado ilustre”.