Artista provisto de un talento y de un temperamento sin igual, Tigran Hamasyan en apenas un chasquido puede pasar de la sensibilidad milenaria de la cultura que lo envuelve a la adrenalina total de la selva de cemento. Cuando el público que lo fue a ver en vivo en la noche del lunes al Teatro Broadway, en lo que significó su debut en Buenos Aires, pensaba que lo había entregado todo sobre el escenario, el pianista armenio salió entre luces encendidas y plomos recogiendo cables para hacer un tema más. Lo que obligó a que las personas que ya se encontraban pisando calle Corrientes volvieran a la sala, a medio camino de la alegría y del desconcierto. Ni se preocuparon siquiera por sentarse para disfrutar del tercer encore del show, esta vez de la mano de “Vardavar”. Todo un manifiesto polirrítmico desenvainado por uno de los genios del jazz millennial, quien se fue de la misma forma en la que entró: con intensidad.

El músico originario de Gyumrí (ciudad antiguamente conocida como Kumayri), pero con formación en los Estados Unidos, llegó a Buenos Aires con la chapa de ser un pianista celebrado por la escena jazzística neoyorquina. Otrora enfant terrible. También cuenta con el aval y la admiración de leyendas del género y del instrumento del calibre del desaparecido Chick Corea, al igual que de Brad Mehldau y Herbie Hancock. Justamente este último le cambió la vida para siempre. 

Si bien su primer amor por la música tuvo que ver con el rock, a los nueve años descubrió el jazz. Y desde entonces le fue fiel. Aunque ese impacto seminal, ese amor (a primera escucha) por Led Zeppelin y Black Sabbath se percibe todavía en su música. De la misma forma que en su actitud performática. Y es que de chico soñaba con ser guitarrista de thrash metal. Por eso no sorprende que en varios pasajes de este desembarco porteño el público batiera su cabeza al estilo del headbanger metalero.

Si el show de la banda de rap Wu-Tang Clan es lo más rockero que pasó por esta ciudad en lo que va de año, lo de Hamasyan fue algo parecido a una oda al metal progresivo. Eso quedó en evidencia en su tema “New Maps”, incluido en su álbum The Call Within. A pesar de que el año pasado sacó StandAart, el artista decidió relegar ese repertorio compuesto por covers de clásicos del jazz (como bien lo sugiere su título) en beneficio de un cancionero propio. 

Es por eso que la base de este show fue ese trabajo de 2020. “Si “New Maps” lo cierra, “Levitation 21” lo abre. Y esta pieza levantó asimismo el telón de la hora y media de actuación, en la que el asiático estuvo acompañado por dos músicos excepcionales. Partiendo por su baterista, el suizo Arthur Hnatek, quien, apelando por la metáfora tenística, respondió a todos los reveses enviados por el pianista y por el contrabajista Sam Minaie.

Lo de Hnatek fue una subordinada clavada al ángulo en el recital de Hamasyan porque su carrera como baterista la comparte con la de productor de música electrónica. Y goza de buena reputación en los sectores más elitistas de esa escena. Incluso en la Argentina. Esa cualidad quedó en evidencia en el tema “Ara Resurrected”, donde el helvético empezó a dialogar en clave de drum and bass a través de ese estilo analógico tan particular que inventó su compatriota y mentor Jojo Mayer (considerado padrino de los bateristas europeos inspirados por los ritmos electrónicos). 

Sin embargo, a diferencia de Mayer, Hnatek practica un espectro de géneros musicales mucho más amplio, entre los que se encuentra el jazz. Así que su aporte fue fundamental en la construcción del relato del pianista. No sólo en el show en vivo, sino también en el álbum The Call Within, que Hamasyan diseñó para el formato de trío, junto con Mockroot (2015).

Si The Call Within fue confeccionado con teclado electrónico, en Buenos Aires el jazzista de 35 años se sentó enfrente de un piano. Al que no trató como tal, sino como herramienta de experimentación. Lo demostró apenas salió a escena, cuando en el inicio de “Levitation 21” se metió debajo de la tapa principal del instrumento para arañar las cuerdas del arpa. A lo que le secundó una especie de lamento. Algo que fue una constante a lo largo del recital. En realidad, se trató de una mezcla de voces y notas inspiradas en la cultura armenia. Principalmente en su poesía, su cinematografía y su geografía. 

Esa especie de onomatopeya (ese recurso recordaba a lo que hizo Pedro Aznar en su disco Contemplación) representaba la frontera entre la realidad histórica y el mundo imaginario. Para luego adentrarse en el caos disparado por el baterista, al que luego se sumó Minaie. En medio de esa confusión, la elasticidad y la racionalidad llevaban adelante su propia batalla.

A continuación, “Old Maps” se aferró a un formato más tradicional del formato de trío de jazz, lo que no le restó identidad a la propuesta. Y lo mecharon seguidamente con “New Maps”. Una vez que terminó, el músico saludó al público, advirtió que ésta era su primera actuación local y presentó a sus músicos, a los que anteriormente había dado protagonismo al salir de escena para dejarlos mostrando su carácter. Cada vez que Hamasyan tocaba el piano lo hacía con una potencia que atravesaba a su cuerpo. Desde esa cabellera despeinada hasta sus Nike grises. Todo lo contrario a Hnatek, quien golpeaba esos tambores con una placidez sorprendente para el resultado que generaba. Pianista y baterista tuvieron un mano a mano en “Our Film”, tema cuyo silbido introductorio se tornó en algo parecido a una invocación al groove. Uno de cadencia casi hiphopera. Sin embargo, el suizo tuvo al toque su espacio estelar.

Sucedió en el minimalista, electrónico y hasta barroco “37 Newlyweds” (todo eso en poco más de 3 minutos), después de que el pianista transmitiera un poco de la inmensidad del paisaje armenio. Al mismo tiempo que cantaba: “El viento frío soplaba desde la montaña. Estoy ardiendo, convirtiéndome en un fuego brillante. Se volvió nublado. Moriré por ti”. Tras “Ara Resurrected”, la terna de nü jazz salió de cuadro. Regresó para hacer un tema más de The Call Within, “The Dream Voyager”, en el que la melodía del piano se subió a un beat electrónico fracturado. Bien cerca del trip hop. Entonces Hamasyan (el domingo tocó como invitado de Snarky Puppy en el Luna Park), Hnatek y Minaie volvieron a escena, porque esas mil personas absortas por lo que acaban de presenciar querían más. Sin abandonar el guion del trío, tocaron una de Mockroot: “The Apple Orchard in Saghmosavanq”. Nuevamente, era pura luz en medio de la oscuridad.