El 25 de mayo de 2003 comenzaba en el país una nueva etapa para todas las argentinas y argentinos. Néstor Kirchner, el presidente menos pensado, era para una sociedad crispada y expectante una esperanza y una incógnita. Había asumido la conducción de un país quebrado en todos los sentidos, avalado apenas con el 22 por ciento de los votos. La crisis del 2001 nos había conducido a un callejón sin salida, a un verdadero abismo. Las actitudes iniciales de aquel hombre llegado a la Rosada desde el lejano sur patagónico, parecían hablarnos de un horizonte diferente. Esa sensación cobró volumen a medida que se fueron conociendo sus primeras definiciones. Los años de experiencias neoliberales habían dejado una profunda huella. Para reparar el daño realizado Néstor Kirchner fue abordando el enorme listado de demandas pendientes, recuperando la esencia transformadora del peronismo. En lo institucional, comenzaron a soplar nuevos vientos en el Poder Judicial. Se terminaba el tiempo de la mayoría automática, y se iniciaba un nuevo mecanismo para elegir a los miembros de la Corte Suprema, más transparente y participativo. Fue uno de los grandes legados de su gestión, que en los últimos años ha sido pisoteado por la venalidad, la inacción y la complicidad de una dirigencia política, judicial, económica y mediática amparada en una impunidad incalificable.

Con Néstor Kirchner se abrió un nuevo y decisivo capítulo en las luchas por los derechos humanos. Desde 2003, esa asignatura pendiente de una acobardada democracia a la que le faltaba el coraje para ir verdaderamente a fondo, pasó a convertirse en política de Estado. Se derogaron las leyes de la impunidad ingresando a una etapa largamente reclamada por las inclaudicables Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y de los organismos que las acompañaban en sus luchas y reclamos. Se abrieron los juicios a los responsables de crímenes de lesa humanidad basados en tres principios innegociables: Memoria, Verdad y Justicia.

En lo económico, los cambios operados sorprendieron a propios y extraños. Néstor Kirchner afirmó que no estaba dispuesto a pagar la deuda externa con el hambre del pueblo, y comenzó una durísima negociación con los acreedores, logrando una quita inédita del 70 por ciento. Habiendo sacado al país del default, decidió cancelar la deuda con el FMI, y dejar de ser sometido al monitoreo humillante de un organismo financiero que buscaba mantener en pie las políticas neoliberales que habían hundido en el infierno de la pobreza y la indigencia a millones de compatriotas.

Las nuevas condiciones generadas, permitieron ir revirtiendo la situación económica. El Estado comenzó a tener una creciente gravitación. La obra pública se convirtió en una poderosa palanca de reactivación. El aparato productivo comenzó con una progresiva pero constante tendencia al crecimiento. La industria, devastada en los 90, volvía a respirar. Su recuperación permitió ir dejando atrás ser solo un país agroexportador. Los índices de pobreza y exclusión comenzaron a bajar. La ayuda social se fue focalizando en los sectores más postergados, apuntando a su reinserción en el mundo laboral.

El, llamado "No al ALCA" significó un hito en la historia de América Latina, la resistencia a los intereses de las superpotencias y el Fondo Monetario Internacional, y así entonces comenzar a transitar un camino distinto priorizando a la región, en un proceso de integración que el 4 de noviembre de 2005, en la IV Cumbre de las Américas de Mar del Plata, se puso en marcha y marcaría los años por venir. Fue el tiempo de Lula, en Brasil; Hugo Chávez en Venezuela; Rafael Correa en Ecuador; Tabaré Vázquez en Uruguay; Evo Morales en Bolivia, y por supuesto Néstor Kirchner en Argentina. Ellos perfilaron una América del Sur unida en sus grandes objetivos para defender los derechos de los pueblos.

Con Néstor Kirchner se reinstalaron en el país las negociaciones paritarias entre los gremios y las empresas. Este mecanismo de negociación, enterrado por años, fue el que permitió a la clase trabajadora mejorar sus condiciones salariales y laborales.

Hasta 2003 Argentina destinaba el 5 por ciento de su PBI al pago de la deuda externa y el 2 por ciento a la educación. Desde entonces se revirtió ese porcentaje y se destinó más del 6 por ciento del PBI a la educación y el desarrollo cultural. Argentina estaba dando un gigantesco paso hacia un futuro de grandeza y felicidad. Avizorar este nuevo horizonte fue posible porque la entrega de Néstor Kirchner no supo de límites. Por eso, haber vuelto a quedar encadenados y a sufrir el sometimiento que nos imponen los actuales burócratas del Fondo Monetario Internacional, repugna tanto como recordar la cínica cara de Macri cuando nos condenó al suplicio de cargar otra vez la cruz de una deuda impagable.

Néstor Kirchner declinó la posibilidad de buscar su reelección en 2007, dejando abierto así el camino para que Cristina Fernández de Kirchner llegara a la presidencia. Durante sus dos mandatos Cristina continuó la senda abierta por Néstor y profundizó en hechos y realizaciones el proyecto de país que imaginaron juntos.

En su mensaje de asunción, Néstor Kirchner hizo explícito su compromiso de no dejar las convicciones en la puerta de la casa de gobierno y cumplió. Por eso, fue capaz de afrontar el desafío de reconstruir la Argentina devastada por la crisis del 2001. Su repentina muerte paralizó al país, pero hizo palpitar el corazón de miles de jóvenes que se lanzaron a militar por el proyecto de nación en marcha.

Este ejercicio de memoria, sobre la vida pública de un grande, nos interpela y confronta necesariamente con una realidad que parece salida de un túnel del tiempo que nos ha transportado a un pasado todavía más lejano que los 20 años que nos separan de la gesta iniciada aquel 25 de mayo de 2003. No es hora de lamentaciones tardías ni de buscar en la autoflagelación una especie de expiación de pecados. Se trata, como dice Cristina, de volver a enamorar al pueblo y recrear su esperanza. A lo largo de nuestra historia hemos atravesado muchísimas encrucijadas tan duras y complejas como esta, y logramos superarlas. “Cuando un peronista comienza a sentirse más de lo que es, empieza a convertirse en oligarca. En la acción política, la escala de valores de todo peronista es la siguiente: primero la patria, después el Movimiento y luego los hombres”, dice Perón en una de las 20 Verdades Justicialistas. Es hora de que los dirigentes tengan responsabilidad y, fundamentalmente, grandeza. Esa será la mejor manera de homenajear a Néstor Kirchner.

* Coordinador del Grupo Octubre y secretario general de Suterh.