Alfredo Bravo fue un precursor de causas justas.

Lo fue en 1973, cuando participó de la fundación de la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina para unir a las y los docentes de todo el país. Bajo su inspiración, con CTERA, por primera vez un sindicato de maestras y maestros llevó la expresión “trabajadores” en su nombre.

Lo fue en 1975, cuando previendo lo que vendría, junto a otras personas que tenían ideas políticas y religiosas distintas a las suyas, fundó la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. Bajo su inspiración, la Asamblea fue la primera organización que llevó la expresión “derechos humanos” en su nombre.

Lo fue en 1978, cuando a los pocos días de salir de su cautiverio de más de diez meses en las mazmorras de la dictadura, desafiando las reglas de silencio absoluto que le habían impuesto y estando bajo libertad vigilada, denunció en la embajada de EEUU todo lo que había padecido, para que quede un registro indeleble del actuar del terrorismo de Estado y para que ello fuera conocido en todo el mundo.

Lo fue en 1984, cuando sin renegar de su tradición socialista, decidió incorporarse a trabajar en el gobierno de Raúl Alfonsín entendiendo que la transversalidad política era necesaria para apuntalar la naciente democracia y posibilitar las transformaciones sociales que de ellas se esperaban.

Siendo diputado nacional lo fue en 1992, cuando presentó el primer proyecto de ley de matrimonio igualitario; en 1995, cuando propuso la creación del ingreso ciudadano a la niñez; en 1997, cuando propuso el primer proyecto de nulidad de las leyes de punto final y obediencia debida; en 1999, cuando pidió a la Cámara que integraba que no acepte el ingreso del genocida Antonio Domingo Bussi.

Otras iniciativas de Alfredo no tuvieron la misma suerte. Su enorme lucha para que el poder político aceptara el demostrado carácter fraudulento de la deuda externa argentina no tuvo el acompañamiento merecido. Fracasos como ese agigantan su figura.

Falleció hace exactamente 20 años. No vivió las transformaciones que se desarrollaron entre 2003 y 2015 pero es lógico pensar que hubiera estado al lado de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández cuando estos convirtieron en realidad muchos de sus sueños, desde el juzgamiento al Terrorismo de Estado hasta el impulso a la integración latinoamericana, desde la Asignación Universal por Hijo hasta la recuperación de las AFJP, entre tantos otros logros.

Hoy imaginamos a Alfredo planteando que el endeudamiento de nos dejó el macrismo debería considerarse un delito de lesa humanidad, que el negacionismo de nuestro pasado reciente debería ser sancionado; que no puede existir una sola comisaría en la que se torture a un detenido; que un país rico no puede contener un 40% de pobres.

No fue un gran teórico político ni recitaba de memoria las normas legales, pero se dejaba guiar por el mandato del primer artículo de la Declaración Universal de Derechos Humanos que simplemente dice “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros” e hizo lo posible para que esa expresión sea una realidad.

*El autor es presidente de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) y miembro de la Comisión Provincial por la Memoria.