Para algunos fue un pequeño Luna Park; para otros, un Obras Sanitarias; para tantos, el lugar donde tuvieron la oportunidad de ver a los artistas consagrados de su época, a pocas cuadras de la plaza principal de la capital salteña.

Según la edad, los gustos y las expectativas, los recuerdos son diferentes en cuanto a descripción e intensidad. Sin embargo, en algo todos coinciden: el Salta Club generó un antes y un después en la cultura popular salteña, y con solo nombrarlo, brotan la nostalgia y los recuerdos.

Nacimiento y crecimiento 

Rodolfo Aredes es un conocido artista salteño. Con sus 80 años e infinidad de shows de ventriloquía, transitó por diferentes escenarios de la provincia. El Salta Club fue uno de ellos, "era como la casa de uno, porque iba dos o tres veces por mes, trabajé mucho en el Salta Club y conocí a su fundador, Ernesto Herrera”, cuenta.

El Club nació por iniciativa de un núcleo de deportistas locales, y desde sus primeros pasos se notó en sus dirigentes la voluntad de trabajar para en bien del club. Así fue que surgió la posibilidad de adquirir el predio de la calle Alberdi 734, local donde el 13 de agosto de 1943 nace el Salta Club”, comenta Aredes.

(Imagen gentileza Rodolfo Aredes).

El Club tuvo diferentes actividades durante: básquet, atletismo, fútbol, ciclismo y boxeo, siendo ésta última la que tuvo más centralidad y preponderancia en la actividad deportiva y el imaginario local. El ex campeón de boxeo salteño y nacional, Víctor "El Gauchito" Paz, cuenta que su padrastro lo llevó al mítico Salta Club a presenciar una velada de box. Aquella noche de 1985 cambiaría por completo la vida del pequeño cuando observa en escena la pelea del Puma Arroyo, ícono del boxeo local de aquel entonces.

Fue a partir de ese evento que Víctor comenzó a acercarse al gimnasio que funcionaba en el Club con intenciones de comenzar su carrera, situación que coincide con la de tantos otros deportistas que soñaron con llegar a lo más grande del boxeo nacional iniciando su carrera en el mítico club salteño.

“Con la dirección de Miguel Ángel Herrera (hijo de Demetrio), quien fuera en su época el mayor exponente del boxeo, se promovieron grandes eventos en el Salta Club, por donde desfilaron campeones mundiales de la talla de Nicolino Locche, Carlos Monzón, Jorge ‘Locomotora’ Castro, José ‘Pipino’ Cuevas, Wilfredo Benítez, Vernon Phillip, entre otros”, comenta el ventrílocuo Aredes.

La cultura y el rock toman preponderancia

Más allá de quienes regenteaban el espacio, sus concurrentes poco sabían de los complicados manejos económicos que se generaban tras bambalinas. Cierto es que como método de supervivencia económica, más allá de lo deportivo, comenzaron poco a poco a tomar preponderancia los eventos culturales en general, y el rock en particular como generador y dinamizador del local de la calle Alberdi al 700.

(Imagen gentileza Rodolfo Aredes).

Para los habitúes del espacio todo era encuentro, anécdotas y ambiente de liberación posdictadura, “llegar hasta ahí ya era interesante, porque se armaba toda una feria de carros de choripán en la cuadra, era una especie de muchedumbre comiendo y tomando algo frente al Club y alrededores, había todo tipo de ventas de comidas”, comenta Darío Ordóñez, asiduo concurrente y fundador de la mítica banda de heavy salteña Pogrom.

Adrián es vecino del edificio donde funcionó el Salta Club. Su casa queda justo enfrente y recuerda claramente que "se convulsionaba el barrio y la cuadra con cada uno de los eventos que sucedían en el club".

En tanto, Mirta, otra vecina que también vive frente al Salta Club, tenía un negocio que despachaba bebidas y sánguches de milanesa. "Lo que vendía en un día de espectáculo era lo que vendía en una semana, era mucha la gente que llegaba, y de todas clases sociales”, recuerda. Por aquella razón comercial, poco podía concurrir al recinto. Sin embargo, recuerda con un dejo de picardía el día que sí cruzó la vereda: “solo cuando vino el Chaqueño Palavecino entré al Club para ir a verlo”.

Lo recuerdo como un edificio amarillo con unas puertas y una baranda hacia los costados, unas ventanas chiquitas, típicas boleterías donde podías comprar las entradas”, comenta Mario Luna, gestor cultural y asiduo concurrente del recordado club salteño. “Tenía en la puerta unas barras metálicas que eran para ordenar la entrada, y ahí directamente se entraba hacia un pequeño patio. Después comenzaba el tinglado que era el Salta Club, una cancha de básquet con unas tribunas a los costados”, agrega Luna.

(Imagen: gentileza Rodolfo Aredes).

Por su parte, Ordóñez subraya: “fue el lugar donde pudimos ver grandes espectáculos, lo más cercano a lo que se veía en Buenos Aires. El lugar era grande, alto, el sonido era espantoso, típico de los galpones de chapa, pero eso no le quitaba la magia. Además, en ese momento no había tantas cosas, en esa época había un solo canal de televisión, que era blanco y negro y tenía cuatro horas de transmisión, entonces el Salta Club era la cúspide”.

“Cuando vino Horacio Guaraní era tanta la gente, que se habló con la dueña del local de al lado, se le pagó, y se hizo un agujero en la pared para que entre por ahí. A partir de eso se empezó a estilar entrar por la casa de la vecina de atrás. Lo que pasa es que se juntaba muchísima gente. Una vez Palito Ortega tuvo que entrar por los techos, era muy reducida la entrada, y para determinados eventos, era imposible llegar a pie o sacar a alguien con un auto”, recuerda Rodolfo Aredes.

Mario Luna agrega a la mística del lugar: “era una un tinglado de chapa que retumbaba todo, se escuchaba bastante mal, pero no nos importaba en absoluto”, y a pesar de la mala acústica, “recuerdo que todos los recitales de rock nacional de esa época, se hacían ahí”, comenta en referencia a los años 80 y por lo menos la mitad de los años 90.

Imagen gentileza Rock Salta

Shows que hicieron historia

En pleno auge del rock nacional, Soda Stereo y Fito Paez visitarían la provincia. Corría el año 1985 y el Salta Club sería testigo de esa histórica presentación. Así lo narra Pablo Choke Torramorell en la revista Rock Salta, “El debut de Soda Stereo en Salta formó parte de la primera gira nacional del grupo. Las canciones del disco Soda Stereo generaban curiosidad en los pocos salteños que estaban al tanto del fenómeno del momento. El show estuvo anunciado dentro del marco del Festival para la juventud, junto a Fito Páez en el desaparecido Salta Club”.

“Para la gente que nos gustaba el rock en esa época, era todo un ritual llegar al Salta Club. Ver a los Soda Stereo era como que bajaban extraterrestres; la pinta de los chabones y nosotros re provincianos... los Soda con todos los pelos parados... yo los recuerdo así. Cerati era como mirar a alguien que venia de otra de otro planeta", comenta entre risas Mario Luna.

También relata uno de los grandes rituales que hacía junto a sus amigos antes de ir al Salta Club, "generalmente llegábamos hasta los hoteles donde se alojaban los músicos, íbamos por un autógrafo para ver si podíamos intercambiar un par de palabras, o sacarnos alguna foto, de hecho tengo una con Fito cuando vino a presentar Ciudad de pobres corazones, en el año 87. Ese disco se presento acá en el Salta Club. Recuerdo haber ido con un par de amigos al hotel donde se hospedaba el flaco ese que nos volaba la cabeza”.

Mario Luna (centro), junto a Fito Páez.

Viendo la serie sobre Fito Páez”, comenta Darío Ordóñez, “hay una escena donde se recrea un momento en que la banda de Clics Modernos ingresa a escena. Fue tal cual como lo viví en ese momento. Yo estaba al costado del escenario, en el gallinero, la zona barata, y pude ver ingresar a Fito, a Charly, a Fabiana Cantilo y a los otros músicos, totalmente exaltados, saltando, saludando. La escena como la vi en la serie y cómo la viví aquella vez, era idéntica. Me llamó mucho la atención esa fidelidad, me trasladó a ese momento, lo que menos esperaba era acordarme del Salta Club viendo la serie”.

Era el lugar donde venían todos los grupos de rock”, comenta Mario Luna y agrega una larga lista de conjuntos, desde GIT hasta Virus, pasando por Los Abuelos de la Nada. “Toda esa movida que se generó en los 80 y gran parte de los 90, actuó en el Salta Club, no había lugares alternativos. Si venía un grupo de rock a Salta tocaba en ese lugar, que era el centro de toda la movida que se generó en todo el país y que todos escuchamos, era un templo para nosotros”.

Darío Ordóñez no solo fue asiduo concurrente como espectador al Salta Club, sino que también, luego de años de trayectoria, una noche de 1993, tocó sobre sus tablas como soporte de la mítica banda de heavy metal Hermética, a la que también junto a sus compañeros, le organizaron casi en su totalidad el show. "Recuerdo que la noche anterior de ir a tocar, llegamos amanecidos sin dormir porque estuvimos pegando los afiches de Hermética. Con un carro recorrimos toda la ciudad junto a los chicos del grupo, que éramos cuatro, y algún amigo más que se sumó".

Aquella noche no sería la soñada para los visitantes, ya que la movida de heavy metal en Salta apenas era embrionaria, “Cuando llegaron los Hermética mostraron decepción, porque estaban acostumbrados a llenar estadios, y de pronto llegaron a Salta y había 100 personas, que para nosotros era un montón; acá éramos 30, vinieron 30 de Jujuy, 30 de Tucumán y alguno que otro de Santiago. Eso para nosotros era lo máximo”.

Sin duda el mítico recinto salteño congregó a generaciones enteras con espectáculos para chicos y grandes, deportivos, culturales, eventos sociales y sobre todo, con un público ávido de conocer nuevas tendencias y abrir la mirada aunque sea con extrañeza y asombro.

El Salta Club fue lo más grande que tuvo la provincia para el boxeo y para el espectáculo, vinieron los boxeadores más reconocidos y los artistas más grandes a ese lugar”, comenta con énfasis el artista Roberto "Pepito" Aredes. “Al andar por la calle Alberdi la mirada se me desvía, sigue siendo un punto de referencia, uno no puede dejar de echar una mirada inclusive con la vorágine del día, es una milésima de segundos en que uno dice 'acá estaba'".

Aunque hoy el lugar donde estaba emplazado el Salta Club sea un conjunto de torres de edificios, y no quede rastro alguno de los cientos de emociones, pasiones y alegrías que por allí pasaron, la memoria colectiva no olvida aquello que permanece justo allí, donde el recuerdo dibuja una sonrisa en el presente.