Elogio de la sombra

Capturar una era antes de que desaparezca. Jill Furmanovsky afirma que empezó a hacer fotos de estrellas de rock de manera casual pero a la vez, reconoce que su archivo puede leerse como una historia visual que engarza imágenes de Pink Floyd, The Police, Bob Marley, The Rolling Stones, Amy Winehouse, The Pretenders o Beyoncé como parte de una larga constelación desde los setenta para acá. Ahora, Furmanovsky (una de las fotógrafas de rock más célebres del Reino Unido) reunió más de cien de esas imágenes en la muestra Photographing the invisible, la primera retrospectiva que hace en su vida. El lugar elegido es la Biblioteca Central de Manchester y la decisión no es azarosa. Porque la muestra está curada por Noel Gallagher, además de la fotohistoriadora Gail Buckland. La historia con Oasis merece un capítulo aparte. “Empecé a trabajar con ellos en 1994, cuando tenía 40 años y ellos tenían 20, así que tenía la edad suficiente para ser su madre, una madre joven y en el caso de Noel, una hermana mayor. Yo tenía mucha experiencia como fotógrafa y ellos apenas estaban comenzando, así que fue una buena combinación”. De esa alianza surgió, por ejemplo, el libro Was there then aunque, asegura la fotógrafa, ahora se podrán ver varias imágenes inéditas que quedaron afuera. La muestra registra también otros cambios sutiles. Por ejemplo, el modo de fotografiar a mujeres y lidiar con el sexismo en el rock. “Nunca me interesó que las fotos de chicas parezcan una publicidad de moda. Me interesó más bien mostrar algo de su ferocidad”, dice Furmanovsky. También, el pasaje de lo analógico a lo digital. De hecho, la foto de Amy Winehouse que abre la muestra, tomada en 2006, es una de las primeras que traza un crossover de un formato a otro. Para Jill, la clave de su éxito es haber entendido que “fotografiaba personas comunes en situaciones extraordinarias”. Esa sombra de vulnerabilidad también recorre algunas de sus mejores imágenes.

Al faro

Diez faros que durante generaciones se han mantenido como centinelas serán regalados o vendidos en subasta por el gobierno federal en Estados Unidos. El objetivo del programa de la Administración de Servicios Generales es preservar estas propiedades, la mayoría de las cuales tienen más de un siglo de antigüedad. “El desarrollo de la tecnología moderna, incluido el GPS, significa que los faros ya no son esenciales para la navegación”, dijo John Kelly, de la oficina de la ASG. “Sin embargo, la gente sigue apreciando el papel heroico de los faros, que en general se encuentran en lugares destacados, con vistas impresionantes”, agregó, para dar cuenta de su atractivo. El favorito personal de Kelly es Warwick Neck Light, en Rhode Island, de 15 metros de alto, que data de 1827. Otro destacado es el Cleveland Harbor West Pierhead Light, una torre de acero erigida en 1911 a la que sólo se puede acceder en barco. Algunos de los otros faros que se ofrecen sin costo son Lynde Point Lighthouse en Old Saybrook, Connecticut; Faro de Nobska en Falmouth, Massachusetts y el faro Erie Harbor North Pier en Pensilvania. Algunos ya vienen siendo mantenidos por organizaciones sin fines de lucro, que ahora tendrán la oportunidad de postularse para continuar haciéndolo con el visto bueno del Estado, dijo Kelly. El Congreso aprobó la Ley Nacional de Preservación de Faros Históricos en 2000 y desde entonces se transfirieron 150 faros, con una recaudación nada desdeñable de diez millones de dólares.

Un maldito asesino

Un oso negro entró en el garaje de una panadería de Connecticut, asustó a varios empleados y se sirvió 60 cupcakes antes de alejarse. Los trabajadores de Taste by Spellbound en la ciudad de Avon estaban cargando los cupcakes en una camioneta para entregarlos cuando se les apareció el oso. La propietaria de la panadería, Miriam Stephens, escribió en Instagram que escuchó a la empleada Maureen Williams gritar “maldito asesino” con la intención de asustar al animal, que no se dio por aludido. Williams le dijo a la estación de televisión WTNH que, sí, gritó eso para asustar al oso, que regresó tres veces al grito de “oooosssooo”. Tampoco sirvió que otros trabajadores intentaran quitarle los pastelitos. Lo que hizo el bicho fue sujetar el contenedor, volcar los cupcakes sobre el pasto y empezar a comerlos tranquilamente. Uno de los muchachos decidió entonces meterse en la camioneta, tocar bocina y sólo así el oso, cuando se cansó del ruido y de la comida, se retiró del lugar. Mientras tanto, los vecinos alertaron a la policía y a los oficiales del Departamento de Protección Ambiental, que llegaron cuando el ladrón se había esfumado y comprobaron que nadie estaba herido. Hay entre 1000 y 1200 osos negros viviendo en Connecticut, informa la agencia ambiental estatal, con avistamientos el año pasado en 158 de los 169 pueblos y ciudades del estado. Los osos informaron que sí, la verdad es que están un poco cansados de las personas que les andan usurpando las instalaciones.

El retorno del rey ébano

Mucho antes de que B. B. King sorprendiera a una multitud en el Fillmore West de San Francisco en 1967, de que el mainstream norteamericano viera por primera vez en acción a Ike y Tina Turner cantando “A Fool In Love” en 1960 y de que Ray Charles ganara cuatro premios Grammy gracias a “Georgia On My Mind” ese mismo año, todos eran clientes habituales del Club Ebony. Está ubicado en Indianola, en Mississippi, donde nació el Rey del Blues. Pero el Ebony solía ser mucho más que eso. Después de abrir en 1948, le dio a la comunidad negra de Indianola un lugar de pertenencia y proporcionó a generaciones de artistas de blues y soul el público cautivo (pero no por eso menos exigente) que necesitaban para ganarse la vida. King compró el lugar en 2008 a su tercera y más antigua propietaria, Mary Shepard, y lo donó al Museo que lleva su nombre. Pero después de su muerte, el lugar sucumbió a los efectos del tiempo y el desuso. Sin embargo, el Ebony acaba de reabrir sus puertas, completamente remodelado y devenido otra vez en club de música. “El formato tradicional del club no era económicamente factible porque los tiempos habían cambiado. A eso se suma el deterioro del lugar durante la pandemia”, dijo Malika Polk-Lee, directora ejecutiva del museo. Para su restauración, el museo y el municipio reunieron casi un millón de dólares, que les permitió realizar trabajos estructurales para que el Ebony recupere, incluso, su fachada original con pintura verde y tejas en el techo. “No socializabas mucho en las casas porque eran muy chicas. Así que veníamos acá a comer y bailar”, explicó Sue Evans, quien estuvo casada con King de 1958 a 1966 y antes vivía en la parte trasera del club después de que su madre, Ruby Edwards. Un dato no menor es que el Ebony era un espacio seguro para la comunidad afroamericana, que allí estaba a salvo de cualquier intento segregacionista. Su lista de talentos incluía a James Brown, Syl Johnson, Clarence Carter, Denise LaSalle, Bobby Rush, Howlin' Wolf y muchos más. Después de que B. B. King regresara en 1980 para la celebración de un festival bianual, se convirtió en una tradición para él culminar con un concierto allí. “Es importante que se apoye a los clubes propiedad de negros”, le dijo William Ferris, historiador y autor de blues que pasó los años sesenta en el Ebony, al New York Times. “Les da independencia y estabilidad a los empresarios y las familias que son muy importantes, y la música es una forma de hacerlo”.