En la edición 2023 de la Feria Internacional del Libro el escritor Luis Gusmán presentó su última novela titulada “No quiero decirte adiós”, la quinta entrega de su serie policial negra protagonizada por el expesista Walenski. En esta serie, que comenzó en 1990 con el cuento titulado Tenessee y que tuvo su transposición cinematográfica con la película Sotto Voce de Mario Levin, el autor del Frasquito sumerge al lector en un crudo submundo de crímenes, dobles y apariencias. Un submundo que corre con la cadencia del Riachuelo, podrido como él, y que tiene como centro de acción una Avellaneda anacrónica que persiste únicamente en los recuerdos de la infancia de su autor.

-¿Por qué Avellaneda es tan recurrente en tu serie policial?

-Una vez, yo ya me había mudado a Capital, iba de noche en un taxi por Belgrano cuando se nos cruzó un coche que nos cortó el paso. Del coche bajaron dos hombres y se metieron en el taxi. Uno me puso un revólver en la panza y el otro subió adelante. En ese momento, yo me quedé tranquilo porque ví la marca de la gorra. Me acuerdo que les dije “son profesionales” y ellos me respondieron “sí, va a salir todo bien”. Me sacaron todo lo que tenía encima y , en un momento, uno me preguntó “¿De dónde sos?”. Yo hace años que vivía en Córdoba y Pueyrredón y, sin embargo, respondí sin dudarlo que era de Avellaneda. Me salió del alma. Ellos se sorprendieron y me preguntaron qué hacía ahí a esa hora. Yo les respondí: “Sí yo supiera…”. Me largaron a las veinte cuadras y me pagaron el taxi. Toda esta anécdota es para decir que así como yo del alma soy de Avellaneda, mis personajes son de ese Sur suburbano. Se ve que por mi mitología hay algo que no pierdo. No la transformo en ideología, eso sí. No digo que son obreros explotados. Simplemente no lo hago. Tampoco busco reproducir miméticamente el modo de hablar. Mis diálogos son sentenciosos, como si en cada conversación se estuviera jugando un destino. Hay algo de anacrónico en ellos.

-El título de tu última novela “No quiero decirte adiós” hace referencia a la novela de Raymond Chandler “El largo adiós”. También él se caracteriza por sus diálogos artificiosos.

-Totalmente. Por eso, en un punto, él es el que más me gusta. De todos modos, no creo que las historias de Walenski sean novelas policiales en el sentido más estereotipado del término. Me parece que es una intriga policial para contar una historia. Mi inspector Bersani no es Marlowe. Es un desclasado y sobre eso gira la novela.

-¿En qué sentido es un desclasado?

-Sería incapaz de hacer hablar personas de clase media de Buenos Aires, me falta la mitología En este sentido, los personajes de mis novelas son desclasados de su clase, exonerados de su pertenencia como lo es el inspector Bersani o el expesista Walenski, ahora a cargo de un gimnasio en Avellaneda, ni bien cruzan el puente del Riachuelo. Es cierto que también lo es Doré, el doble de riesgo. O las mujeres. Noelia, una dominicana insertada en Buenos Aires sostenida por su fe religiosa evangelista. Mariana Dore, Luma, esas dos mujeres a las que algo de ese origen barrial, más allá de su ascenso de clase, lo llevan como marca en el orillo. El doctor, un cirujano plástico llamado Donovan que pertenece como Luma a otra clase social, pero quedan enredados con estos otros personajes. El mismo Bersani vive cambiando de domicilio, Asunción, Villa Crespo son casi equivalentes porque al ser dado de baja se queda sin domicilio fijo. Es posible que como decía Joyce cuando le preguntaban porque se fue de Dublín, respondió, para poder escribir sobre ella. Ese distanciamiento brechtiano es necesario.

-¿En tu alejamiento de Avellaneda ocurre ese distanciamiento?

- Sí, se ve que Avellaneda siempre me gustó en términos territoriales. Así como Faulkner hizo Yoknapatawpha,como Onetti hizo Santa María, como Rulfo hizo La Comala, Avellaneda para mí es un territorio. Yo siempre quise escapar del color local, mi literatura no tiene eso. Como explica Borges en el Escritor argentino y su tradición, que para escapar del color local escribía sobre sobre la Avenida 9 de Julio, pero le ponía Rue de Toulon. Si eso no es la extraterritorialidad que años después describió George Steiner, no sé que es.

-¿Cómo se articulan esos personajes anacrónicos con el mundo policial en el que habitan?

-El mundo es siempre actual en las tres novelas que siguen las historias de Walenski. En Tennessee, Hasta que te conocí y No quiero decirte adiós, los personajes se enfrentan a conflictos y espacios que no existían cuando yo era joven en Avellaneda. Los evangelistas, los clubs de strippers, las peleas de perros no estaban cuando yo era pibe. Por otro lado, tengo un amigo que es biólogo y que me dice “Gusmán, ya no hay más olor a podrido en el Club Regatas”. Lo que pasa es que yo fui solo una vez al Regatas porque pertenecía a una clase social que no era la mía. Construí el Club donde vive Walenski con ese recuerdo. Yo vivía cerca de los frigoríficos, a dos cuadras del río. Donde había matarifes que se pelean a cuchilladas. Era otro mundo o relativamente otro mundo. En mis novelas intento recuperar la mitología de mi época a la vez que incluyo temáticas actuales.

-¿Qué te interesa del género policial?

-A mí lo que me gusta del género, fundamentalmente, es el dilema ético. Algo que creo que está en mis novelas. No vamos a contar la resolución de No quiero decir adiós, pero ahí hay un dilema. Siempre traté de entrar al género por los laterales.