Magia digital del cine mediante, la cámara surge desde las entrañas de un cepillo para cabellos profesional. El ámbito es inconfundible: una amplia habitación híper poblada del instrumental indispensable para cualquier estilista que se jacte de serlo. Sentada en el sillón, la modelo espera pacientemente mientras la peluquera comienza a dar los toques finales del peinado, un batido altísimo y estrafalario coronado por un barco a escala fosforescente. 

Desde luego, no se trata de un simple corte, de esos que llevan apenas unos veinte o treinta minutos en la peluquería del barrio: Medusa Deluxe transcurre durante los preparativos de un evento anual, un encuentro competitivo de alto nivel en el cual el peinado más sofisticado y perfecto ganará el primer premio. Pero esta vez las rispideces entre contrincantes, los rumores de galardones comprados y cuchicheos habituales han quedado en segundo plano, ya que uno de los participantes acaba de morir en circunstancias sospechosas, su pelo y cuero cabelludo arrancados de raíz, como si un indio de algún western clásico hubiera decidido viajar en el tiempo, hacia el futuro, para hacerse de un trofeo especial.

La ópera prima del británico Thomas Hardiman, que debutó el año pasado en el prestigioso Festival de Locarno, llega este jueves a las salas de cine, antes de su desembarco en la plataforma MUBI. Un relato que parece jugar con las reglas del whodunit, el tradicional formato de suspenso y misterio explotado con vehemencia por figuras literarias como Agatha Christie, en el cual la identidad del asesino es descubierta cerca del desenlace. 

Pero, ¿acaso hubo un homicidio? ¿Es el único personaje calvo, ironía de ironías, el responsable de la horrenda mutilación? ¿Qué esconden los personajes detrás de sus peines, sprays y tijeras? A lo largo de cien minutos y una docena de planos-secuencia, la cámara sobrevuela los diferentes espacios del edificio, siguiendo alternadamente a los personajes del drama en una historia coral con tonalidades de humor oscuro, bien british, acompañada por una banda de sonido rítmica, pulsante.

“Hay varias razones por las cuales decidí que la historia transcurriera durante un concurso de estilistas”, refiere Thomas Hardiman en comunicación exclusiva con Página/12, luego de recordar que hace algunos años estuvo de visita turística en la Argentina, recorriendo el país de Buenos Aires a Mendoza y de Salta a Puerto Iguazú. “En principio, hay algo muy personal: cuando era niño, solía acompañar a mi madre a la peluquería y pasaba una cantidad de tiempo ridícula en el local. Así que es algo con lo cual siento una relación cercana. Pero también hay una cuestión narrativa, ligada a la idea de la creación de la comedia; cómo crear un universo en el cual uno pueda reírse sin dejar de ser realista. Y el universo de los peluqueros tiene ese energía ligada al aspecto personal, cómo quiere uno ser visto en términos culturales. Y luego están las bambalinas, lo que el público no ve, con todas esas traiciones y puñaladas en la espalda. Para mí era un universo ideal para hacer humor. Finalmente, hay una universalidad en las cuestiones ligadas al cabello. Recuerdo cuando tenía cuatro años y me encerraba en el baño con mi primo, que es de raza mixta, para observar detenidamente las ostensibles diferencias en nuestras cabelleras. Es algo que merece ser explorado. En el fondo, la película es acerca de una comunidad que se está desmoronando."

-Medusa Deluxe parece parte de eso que suele llamarse whodunit, pero no lo hace de manera clásica o lineal. ¿Cómo fue el proceso de escritura del guion, en particular a la hora de mezclar los diversos tonos de la historia?

-Siempre quise hacer un drama cómico con elementos de suspenso, pero en término de géneros cinematográficos lo que me interesaba era deconstruir el concepto de whodunit. Por ejemplo, quitar del relato al detective, cambiar los puntos de vista y utilizar cortinas de humo narrativas. Al mismo tiempo, quedarse el tiempo necesario con cada personaje para poder conocerlos, saber quiénes son, como si fueran personas de carne y hueso. Al mismo tiempo, me interesa mucho cómo Internet ha influido el arte de la narración. Me recuerda a las películas bélicas a través de las décadas: la generación que sufrió la Segunda Guerra Mundial quería ver dramas serios, pero quienes les siguieron, la generación hippie, deseaba un abordaje mucho más irónico o con una vuelta de tuerca. Creo que ha ocurrido algo similar con Internet: nos hace contar historias de una manera diferente. Una de las influencias a la hora de pensar esta película tiene su origen en mis sobrinas, que están siempre con sus teléfonos celulares haciendo sesiones de maquillaje de dos horas, sin cortes. Eso está cambiando la manera de narrar, la forma en la cual nos involucramos con lo que vemos. Paseamos por Instagram y vemos a un gatito haciendo algo simpático, de allí pasamos a algo triste y, con un toque del dedo, a otra cosa que nos hace reír. Creo que tomar una cámara para contar algo debe incluir algún tipo de representación de la vida contemporánea.

-El director de fotografía es Robbie Ryan, que ha hecho trabajos muy diversos en términos visuales. Por ejemplo, la fotografía en blanco y negro de C'mon C'mon. Siempre adelante, el largometraje de Mike Mills con Joaquin Phoenix. ¿Cómo fue trabajar con él, en particular a la hora de planear los largos planos-secuencia?

-Filmamos toda la película en apenas nueve días, lo cual es algo realmente demencial. Antes de eso tuvimos dos semanas de preparación. Básicamente, fue un proceso. Hicimos ensayos en los cuales yo grababa con mi teléfono a los actores, como si fuera la cámara de cine, incluso antes de que se construyeran los sets. Mirábamos el resultado y conversábamos sobre eso con Robbie y el operador de steadicam, Jake Whitehouse. El plan siempre fue que la cámara fuera un personaje en sí mismo, como el punto de vista de un pájaro sobrevolando, que nos permite ver cosas que usualmente no vemos. Creo que la secuencia de inicio de la película es el mejor ejemplo de esa idea. Hay cosas bastante locas en Medusa Deluxe, pero en esa escena la cámara está absolutamente en todos lados. Esa secuencia aporta el tono que tiene el resto del film.

-Esto es cómo preguntarle a un mago que haga público los resortes detrás de su truco, pero, ¿cuántos cortes hay en la película?

-Debe haber unos trece, catorce, no más que eso. Debo decir que no me interesa generar una respuesta del tipo ‘wow, está todo hecho en un único plano sin cortes’. Lo más importante eran las posibilidades de la historia y el desarrollo de los personajes. Hay un plano-secuencia de 30 minutos al comienzo de la película, y lo que hicimos fue ensayarlo muchas veces y si algo no funcionaba nos permitíamos la posibilidad de hacer un corte para empalmar. Pero lo cierto es que durante el rodaje salió todo bien y no fue necesario cortar.

-La estructura permite pensar no tanto en personajes centrales y secundarios como en la idea de ensamble actoral. ¿Cómo fue el proceso de casting?

-Mi familia es muy grande y extensa, y cuando escribí el guion pensé en ellos. Gary Davy, el responsable del casting, hizo un trabajo extraordinario. Él no es alguien que te va a presentar a cien personas para un papel, apenas a tres o cuatro. Y cuando tiene a alguien en mente va a presionarte muy fuerte para hacerte comprender que es el adecuado (risas). Gary entendió lo que queríamos hacer, que necesitábamos actores que fueran sutiles por momentos y, en otros, más grandes que la vida. Había escenas muy complicadas para cualquier actor, porque era necesario navegar entre el humor y situaciones serias.

-La banda de sonido incluye “West End Girls”, de Pet Shop Boys, y “Rock Your Baby”, el clásico disco de George McCrae. ¿Alguna razón especial para esas inclusiones?

-La película es muy rítmica y la música era muy importante. Creo que Toby Williams hizo un trabajo extraordinario con la música incidental. En cuanto a esos dos temas… me gustaba pasar de la música disco al house y al techno. Me encanta el ítalo disco. Cuando tuve que elegir un ringtone para el celular de uno de los personajes de inmediato pensé en “West End Girls”, porque mi madre siempre escuchaba Pet Shop Boys de camino a la peluquería. Me encantan y les escribí para pedirles permiso. Hay otro detalle de la vida real que merece destacarse: desafortunadamente, el peluquero de mi mamá murió en 2015, pero el salón continúa abierto con otro nombre: Medusa. Es una casualidad increíble.