Imaginá que sos una mujer de 21 años. Estás con tu grupo de amigxs en Córdoba y Florida, a la madrugada, por entrar a un boliche cuando uno de ellos está borracho y se descompone. Pasan los minutos y no se levanta. Le hablás y escupe monosílabos. Vomita, tiene taquicardia y queda inconsciente. Llamás al 911 pero la ambulancia no llega. Intentás, entre llantos y preocupación, comunicarte con el 107 (SAME) mientras te bancás el acoso callejero de un grupo de machos que están parando en la esquina.

Tus amigxs improvisan como si fueran enfermerxs porque otra no queda. Una hora tarda en llegar la ambulancia y quienes bajan primero de la camioneta son un camarógrafo y un prensa obstinados en grabar toda la escena violando la privacidad; se burlan y se regocijan con la situación. Y vos te enojás. Le manoteás la cámara y te dicen que sos una pendeja de mierda. Pedís explicaciones pero no llegan. Y, en ese momento, cuando pensás que no puede empeorar te vas a dar cuenta de algo que olvidaste. Te olvidaste que ser mujer es un agravante. 

Cuando se llevan a tu amigo en la ambulancia, te dividís con tus amigas para tomar taxis, mientras un amigo acompaña el traslado. A dos de tus amigas, el chofer del SAME les dice que lo llevan al (Hospital) Rivadavia. Cuando llegan los de seguridad las escanean de arriba a abajo y asumen que su amigo estaba internado allí. Les ofrecen pasar a la guardia, por un pasillo oscuro “sólo si lo hacen de a una”, les dicen. Se dan cuenta del peligro y te llaman a vos, que estás en el Hospital Fernández, con el resto.

Están todas juntas en la sala de espera, vacía, del Hospital Fernández, cuando el incentivo del chofer del SAME hacia los de seguridad germina el hostigamiento: “Estas son unas quilomberas, que se queden ahí sentadas”. Risas, miradas, cargadas y te piden el número del celular; te quieren levantar. Entre el miedo y el desamparo un amigo te pide que busques el DNI del internado en la ambulancia porque no lo encuentra. Salen todas y en la entrada, al explicar, un seguridad le pide al policía que las acompañe. El te señala el fondo del estacionamiento, oscuro y con una sola ambulancia. Vas y una amiga grita: “¡Esa no es la 316, está acá atrás!”.Volvés, se miran y caminan hasta la salida mientras ese mismo policía -sin haber dicho una palabra- las escolta hasta la vereda. 

Todas llegan a sus casas porque la sacaron barata. Pensás en las Araceli, las Micaela, las Melina, las Lucía, las pibas muertas por abortos clandestinos, las que ganan menos en el trabajo y en las víctimas de las redes de trata. Pensás en la complicidad y la responsabilidad estatal, en que cada femicidio es evitable. Sos todas ellas, vos pudiste salir y metaforizar el espanto, pero ellas no lo pudieron escribir. Te das cuenta que a pesar del agravante, hay algo que a ellos se les pasó: a la noche, en las calles y en la vida, las mujeres no estamos solas, estamos juntas. 

* Candela Cafiso es estudiante de periodismo de 21 años.