Al revés de la fórmula nacional, que de Fernández-Fernández pasa a Massa-Rossi, la provincia de Buenos Aires repite. Tras horas de idas y vueltas los negociadores de Unión por la Patria regresaron al punto de partida de 2019: la fórmula que buscará la reelección será la de Axel Kicillof a gobernador y Verónica Magario como candidata a vice.

Por lo menos a ese nivel no se repitió la historia del tipo que llega al bar después de la medianoche, mira compungido a los compañeros que llevan doce horas esperándolo, pone cara de circunstancias y dice: “Nos cagaron”. Casi llora cuando completa la frase: “Hijos de puta… Entré yo solo”. Nadie puede asegurar científicamente que la escena existió, pero los políticos profesionales la cuentan para explicar que la máxima tensión de su vida es el cierre de listas. Sobre todo cuando en el horizonte no asoma un triunfo seguro ni holgado. Lo habitual es que las o los afectados estén en esa zona gris que separa la categoría de “entrables seguro” del nivel de “no entrables ni por milagro”.

Lo raro, en Unión por la Patria, es que buena parte del sábado 24 no estuvo dedicada a la zona gris de la lista sino a un puesto más importante. Durante la tarde arreciaron las operaciones psicológicas según las que Verónica Magario no sería la coequiper de Kicillof en la fórmula que busca la reelección. La vicegobernación no es cualquier lugar. Es la presidencia del Senado. Y tocar la campanita es sólo una de las tantas funciones de quien la ejerza. Como aprendió a los codazos en 1999 y 2000 Carlos Chacho Alvarez, en una presidencia del Senado de cualquier lugar del mundo se juegan intereses, poder, eventualmente dinero, cargos, negociaciones políticas de alto vuelo y, por supuesto, el destino de las leyes.

También hubo discusiones, o por lo menos acción psicológica, sobre un objetivo menor, aunque significativo desde el punto de vista de las negociaciones previas de Cristina Kirchner, Sergio Massa y Alberto Fernández: quitar al canciller Santiago Cafiero de la lista de candidatos a diputados nacionales. Con un agregado: aunque el estereotipo sobre Cafiero lo pinta como un soldado sin cabeza al servicio de Alberto Fernández, la realidad es que entre los más próximos al Presidente siempre fue el funcionario más componedor hacia el sector que toma como referencia a CFK. Y en su sector de gestión logró que la política exterior dejase de ser un punto de fricción entre Cristina, Alberto y Sergio Massa.

En cuanto a Magario, construyó una fluida relación personal y política con Kicillof, que pesó en las negociaciones de último momento. El gobernador le tiene confianza y además no quiere ser el responsable de desordenar La Matanza, donde el intendente Fernando Espinoza siempre dijo que quería ir por la reelección y aseguró que mejoraría los resultados de 2021. Es que Magario agrega a la fórmula el pequeño detalle de que fue intendenta y representa a La Matanza, el mayor distrito electoral de la provincia de Buenos Aires y una de las llaves de la victoria o la derrota del peronismo. Por magnitud de población, una diferencia del 40 por ciento en La Matanza puede definir a favor del peronismo la elección bonaerense, y aun la nacional, y una diferencia del 20 o 25 por ciento puede significar la derrota a manos de Juntos por el Cambio.

Las versiones de sábado por la tarde alcanzaron algún grado de verosimilitud porque hubo un día Todo habría quedado en nada si no fuera porque un día, en la Universidad Tecnológica Nacional de Avellaneda, en que Máximo cerró un acto reclamando “más militantes en el gobierno” de Kicillof. Luz amarilla de alerta desde ese momento por parte de todos los actores políticos de la Provincia. Pero el río siguió sin sangre, en buena medida porque Kicillof siempre reportó a la jefatura de Cristina y ella nunca lo desautorizó.

En las filas de Kicillof se impuso un criterio que el gobernador nunca verbalizó, al menos por la información disponible en este diario, pero que surge de observar una conducta. Un mexicano la llamaría “fingir demencia”. Un argentino, hacerse el boludo y seguir adelante. Ni siquiera después de la derrota parlamentaria de 2021, cuando Cristina ordenó el desembarco de intendentes como Martín Insaurralde y Leo Nardini, Kicillof dejó de encarnar el Ejecutivo unipersonal. Es unipersonal por razones constitucionales y lo fue por ejercicio. Después de todo, el gobernador se tiene a sí mismo, y no es un chiste porque se trata de encabezar el Ejecutivo del 50 por ciento del PBI industrial, y tiene a su equipo de confianza. El Ministerio de Producción lo ocupa Augusto Costa, la Jefatura de Asesores Carlos Bianco, el Ministerio de Hacienda Pablo López, Desarrollo Agrario está en manos de Javier Rodríguez, en Hábitat habita Agustín Simone y el Banco Provincia lo tiene de presidente a Juan Cuattromo. Nicolás Kreplak, de Salud, pertenece a La Cámpora pero tiene la habilidad de hacer coincidir el plato de la política y el de la gestión, y no saca los pies de ninguno de los dos. También es Cámpora Daniela Vilar, de Ambiente, pero sintoniza con Kicillof y su equipo en la concepción de un ambientalismo popular que no abjura del desarrollo ni, por caso, de la exploración offshore en busca de petróleo.

A Kicillof no le fue mal combinando la demencia fingida con una gestión al estilo de un intendente, basada en realizaciones palpables y sin envidiar lo que no se tiene, que en este caso sería el manejo de la economía macro. Ya pasó tres años y medio de gobierno y llegó hasta aquí como el peronista que mejor mide en la Provincia.

Ahora le queda por delante la campaña.

Tiene en contra lo mismo que el resto --la inflación y la pobreza-- y a favor tanto una gestión que mostrar en salud, educación, seguridad y obras públicas como un plan diseñado hasta 2027. Su narrativa está a mano. Surge de un marco ideológico que se resume en “Derecha o derechos” y se hilvana con las 166 escuelas inauguradas o el estudio en las cárceles como llave para bajar la reincidencia. Esa narrativa es casi su monopolio unipersonal. A veces participa públicamente Bianco. El resto del equipo se dedica al mano a mano, o al pueblo a pueblo.

Los candidatos a senadores y diputados nacionales por la provincia de Buenos Aires, ¿seguirán la narrativa K, por Kicillof, o se dedicarán a los temas del país? Si optan por lo primero, deberían llegar a un discurso homogéneo con el gobernador y con los intendentes. Y dosificar la cuota de confrontación con la practicidad, para que el discurso pueda ser ideológico pero no ideologizado. Como sugiere la agrupación comunicación "No me olvides", para que vote al peronismo el cuñado que no odia y tiene dudas. Si optan por lo segundo, la tónica estará dada por el mensaje que quiera transmitir Massa: ¿el hombre que salvó a la Argentina de la híper? ¿El que puede liderar incluso articulando con CFK? ¿El que busca resultados, como le gusta decir a Horacio Rodríguez Larreta? ¿Un presidente de orden, como acostumbra prometer Patricia Bullrich? En los próximos días se conocerá el estilo del candidato que a la vez es ministro de Economía y negocia con el Fondo Monetario Internacional. 

Salvo decisión en contrario, cuatro de los candidatos bonaerenses son ministros del Gobierno nacional. Uno es el propio Massa. Otra, la candidata a diputada nacional por la Provincia Victoria Tolosa Paz. El tercero, el canciller, también postulando a la Cámara de Diputados. El cuarto, el ministro del Interior Wado de Pedro, candidato a senador nacional. 

La lista de candidatos a diputados nacionales está encabezada por Máximo Kirchner y lo siguen, además de Tolosa Paz y Cafiero, el sindicalista de Smata Paco Manrique, la presidenta de la Cámara de Diputados Cecilia Moreau, la presidenta del Pami Luana Volnovich y el diputado Rodolfo Tailhade. Máximo garantiza el apellido Kirchner en las boletas, pero también puede ser un guiño a la militancia más refractaria a Massa: "Si estoy yo, está Cristina". Massa y Máxio tienen un buen vínculo desde las negociaciones de unidad en 2019 entre el kirchnerismo y el Frente Renovador. Lo continuaron mientras uno fue presidente de la Cámara de Diputados y otro presidente del bloque oficialista. Y lo renovaron cuando la vicepresidenta dio el oka político para que Massa ocupara el Ministerio de Economía tras la salida de Martín Guzmán.

Ahora es cuando se ponen a prueba todas las teorías. Por lo menos tres. Que lo más importante es el candidato a Presidente. Que los intendentes traccionan pero no definen. Y que el gobernador, como mínimo, tiene que tirar la intención de voto hacia arriba. No es secreta como la fórmula de la Coca-Cola pero gustar a un público bien masivo no es para cualquiera. 


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