Glastonbury es único. Como ocurre con las cosas auténticas, cuesta poner en palabras certeras su rara magia. En sus múltiples escenarios están representadas estas siete décadas de rock -y contando- y los sonidos que, de una u otra manera han sido tributarios o receptores de esta música que sigue convocando, con sus leyendas, sus baluartes, sus nuevos protagonistas. Pero Glastonbury es algo más. La palabra más cercana para definirlo es la que siempre ha venido asociada al rock desde sus inicios: libertad.

Glastonbury empieza con “G” y Grohl, también. No contento con brindar un sorpresivo y vibrante set con los Foo Fighters el viernes 23, al día siguiente Dave Grohl se puso al hombro el festival: tocó la batería con The Pretenders en el escenario de The Park -un show bien rockero con la adrenalínica guitarra de Johnny Marr- y volvió a subirse al escenario esa misma noche para intercambiar ráfagas guitarreras con Slash en el épico recital de los Guns N’ Roses que cerró la noche del sábado en la Pyramid Stage.

Dave Grohl tocó con sus Foo Fighters, con The Pretenders y Guns N'Roses.

Puede parecer exagerado comenzar la crónica de Glastonbury 2023 con un músico que ni siquiera estaba anunciado en el programa del festival, pero es precisamente ese aura rockera indomable de Grohl el que mejor representa el espíritu del festival de rock más grande del mundo, que acaba de cumplir 53 años.

Arctic Monkeys se jugaba una ardua parada como número estelar del viernes por la noche. Difícil, porque Alex Turner, su cantante, venía de padecer una laringitis que obligó a la cancelación de un recital previo en Dublín. Se encendieron las alarmas ante la probabilidad que sucediese lo mismo con la actuación Glastonburiana, pero la sangre no llegó al río: la banda de Sheffield actuó y brindó un set impecable en cuanto a ejecución y repertorio, aunque tal vez demasiado protocolar; faltó quizás ese toque indeleble de conexión, de ida y vuelta con el público que hace la diferencia entre un buen show y uno excepcional.

Glastonbury siempre trae sorpresas y una de ellas fue Generation Sex, la fusión de dos bandas emblemáticas del punk inglés: Generation X, representada aquí por Billy Idol y Tony James, más Steve Jones y Paul Cook, guitarra y batería de los Sex Pistols, respectivamente. Quienes le tuvieron fe a la fusión se vieron recompensados con lo imaginable: un set de clásicos de ambas exbandas de estos cuatro músicos.

La gran sorpresa, sin embargo, fue la presentación de la banda que armó el matrimonio de Robert Fripp y Toyah Willcox. En tiempos de pandemia, la pareja armó en su casa una serie de videos en los que se los veía tocando, cantando y bailando al compás de versiones de temas de hard rock, metal, soul y hasta punk, algo que uno normalmente no asociaría con el mentor de King Crimson. Quienes los vieron en esos clips de YouTube y fueron más allá del elemento humorístico, pudieron comprobar que el cariño de Fripp y Willcox por ese material es auténtico y este recital lo probó ampliamente. Tocaron en el Acoustic Stage, pero el recital no tuvo nada de acústico: tres guitarras eléctricas, dos teclados, bajo y batería desataron un huracán de pasión y potencia, rubricado por la figura de Toyah, de una presencia escénica fascinante y un gran nervio rockero, plasmado en versiones furibundas de “School’s Out”, de Alice Cooper, “Keep on Rockin’ in the Free World”, de Neil Young, y un final a pura electricidad con “Heroes”, de David Bowie, con la inimitable parte de guitarra de Fripp que ya está incorporada en la memoria colectiva del rock de todos los tiempos. ¡Tremendo set!

Toyah Willcox y Robert Fripp, de YouTube al Acoustic Stage.

Tiempo de leyendas: quienquiera que haya programado el segmento de Yusuf Cat Stevens para la tarde del domingo 25 sabía lo que hacía. Con una voz a la que los años no parecen haber hecho mella, Stevens paseó a 80.000 personas por clásicos como “Where Do the Children Play?”, “The First Cut Is the Deepest” y “Wild World”, y un par de versiones elegidas con tino y buen gusto (“Here Comes the Sun”, de George Harrison/ Beatles y “Don’t Let Me Be Misunderstood”, de Nina Simone), para luego cerrar su show junto un coro de miles que vocearon las estrofas de “Father and Son”.

Y hablando de leyendas, la Acoustic Tent recibió con gracia la magistral lección musical de Richard Thompson. El exmiembro fundador de Fairport Convention, acompañado simplemente por su voz, su guitarra y una ocasional partenaire femenina, se paseó por perlas de su repertorio de más de medio siglo, incluyendo “I Misunderstood”, “ Wall of Death”, “I Want to See the Bright Lights Tonight”. Y hasta le quedó tiempo de recrear un clásico de su vieja banda, “Genesis Hall”, el cual, comentó, fue compuesto en su momento para honrar la memoria de un hotel hippie de los años ’60, de reglas bastante laxas y de clientela variopinta, a la que las autoridades decidieron un buen día desalojar entre gallos y medianoches.

Una idea del contínuo proceso de globalización de la música lo da el hecho de que en Glastonbury no existen “ghettos musicales”. Si bien el West Holst Stage es el escenario preponderante en lo que hace a música étnica, soul, jazz y otros géneros, y en esta ocasión contó, por ejemplo, con la actuación de un afamado músico congolés de soukous, Kanda Bongo Man, la diversidad musical se dispara, ahora, por todos los proscenios del festival. En The Park, uno de los más eclécticos, estuvo presente el blues del desierto de la banda tuareg Tinariwen, de origen maliense y algeriano, y en la mañana del viernes le tocó iniciar las acciones a The Master Musicians of Joujouka, la famosa troupe marroquí mantiene la tradición musical de su tierra. La misma que Occidente conoció por vez primera gracias a la mente abierta de Brian Jones, quien a mediados de los ’60 los grabó in situ en un viaje a Marruecos una cinta que luego de la prematura muerte del guitarrista fue editada en forma de álbum por Rolling Stones Records.

El Pyramid Stage, símbolo de Glastonbury.

Varias epifanías Glastonburianas suelen ser hijas de la casualidad y la edición 2023 no fue la excepción. Fue imposible llegar a horario a la presentación de Los Bitchos, fogoso combo que combina surf rock con ritmos latinos, pero en el camino se cruzaron los Lightning Seeds, una banda no muy conocida en la Argentina y es una pena: son artesanos de un rock exquisito con zumbones estribillos pop y están experimentando un renacimiento acorde con los pergaminos aquilatados en los años ’90 por este combo que fundado por el ex Big in Japan Ian Broudie. The Lightning Seeds tienen un nuevo halito de vida en pleno siglo XXI y, a juzgar por lo visto y escuchado en The Other Stage, hay una nueva confianza en sus fuerzas respaldando su excelente música.

Quienquiera que desee descubrir el “otro” Glastonbury, lo único que necesita tener es buenas piernas. En la granja de Michael Eavis se camina y mucho. Con más de 30 grados y un sol inmisericorde, la travesía es posible solamente hidratándose en forma constante y teniendo fe en los éxtasis invictos que el festival ha prometido. Y Glastonbury no decepciona. Un paseo por los Green Fields siempre sirve para reparar cuerpo y mente después de un año trajinado, sentándose a tomar un té de hierbas y comer una exquisita carrot cake orgánica, mientras uno se informa acerca de modos diferentes de darle una manito al atribulado mundo actual, ya que, como reza un lema presente en los graffitis de este lugar, “No existe un Planeta B”.

Para ello, es útil acudir a la gente de Greenpeace, Oxfam y Water Aid que reparte folletos e información acerca de las diversas formas en que se puede participar, ayudando, por ejemplo, a evitar los efectos nocivos de la minería en el fondo de los mares, cobrar conciencia del verdadero efecto del cambio climático y la necesidad de que la mayor cantidad de gente en el mundo tenga acceso a elementos tan básicos como agua potable y cloacas. Este año, además, hubo otros dos elementos preponderantes en las actividades sociales apadrinadas por Glastonbury: la lucha por el desarme nuclear que promueve la entidad CND, y el festejo de los 75 años de National Health System, el sistema de salud gratuito y accesible para todos quienes viven en el Reino Unido, y que en estos días sufre la presión de las entidades de salud del sector privado.

Un pasaje por los campos de teatro, comedia y poesía conduce, finalmente, al sector de circo, donde hay un espectáculo continuado la mayor parte del día, que puede incluir, como en este festival, tres motociclistas rodando dentro de una enorme bola a grandes velocidades y sin tocarse, o una orquesta de bronces y percusión integrada por músicos profesionales entre los que se cuentan varios integrantes con capacidades diferentes.

Tarde o temprano, no obstante, uno vuelve a la música. Glastonbury estimula también la presentación de bandas de varias partes del mundo en sus escenarios alternativos. Este año, sin ir más lejos, la Argentina estuvo representada por La Fanfarria del Capitán, banda que ya tiene en su haber giras por China, Kosovo y los Balcanes, entre otras regiones, y que ha actuado en la exitosa serie La casa de papel. Su paso por Glastonbury se da en el marco de su 13° gira europea, que incluye 30 conciertos en Inglaterra, Alemania, Austria, Países Bajos y Bélgica.

Los Arctic Monkeys cerraron el viernes.

Y es hora de hablar de descubrimientos. Algunos buscados, como el caso de The Big Moon, cuatro chicas que hacen un pop incisivo que está en franco ascenso; la sutil fusión de rock y rhythm and blues de Far From Saints, con Kelly Jones, de los Stereophonics, más Patty Lynn y Dwight Baker de The Wind and the Wave; The Murder Capital, que ocupan un lugar destacado en la corriente de nuevo rock dark; y The Comet Is Coming, un trío de saxo, teclados y percusión a cargo de uno de los notables representantes del jazz experimental del Reino Unido. Su recital del viernes fue uno de los grandes momentos vividos en el escenario de The Park, que –dicho sea de paso- alcanzó un climax esa misma tarde con Sparks. La banda de los hermanos Mael, que lleva más de medio siglo de articular un pop deforme y corrosivo, con un omnipresente toque de humor. En vivo son espectaculares y se los nota también con la alegría de iniciar un nuevo capítulo en su frondosa historia con el álbum The Girl Is Crying in Her Latte, para cuyo tema/título trajeron al escenario a la estrella de su video clip, la actriz Cate Blanchett.

Lana del Rey tiene un nuevo disco bello, oscuro y misterioso, el que pregunta si sabíamos que había un túnel debajo de Ocean Blvd. La respuesta no es importante. Lo que importa –más allá de la media hora de demora previa a su show y del final abrupto que le deparó la organización en consecuencia- es que la cantante y compositora montó un show espectacular, donde cada canción tuvo una delicada y sensual coreografía a cargo de un ballet colorido que desarrolló figuras multiformes para decorar la música, las letras y las imágenes. Una magia sensible, especial.

Elton John. Final de gira. Final anunciado de sus actuaciones en vivo. Y final de Glastonbury. Sí, fue muy bueno. No. No vinieron Britney Spears ni Dua Lipa. Pero sí Jacob Lusk (de la banda Gabriels), Rina Sawayama, que prestó su voz al tema “Don’t Go Breaking my Heart”, y Brandon Flowers, de The Killers, que se unió a Elton para una soberbia versión de “Tiny Dancer”, uno de tantos clásicos que abundaron en la noche del domingo. A lo largo de las dos horas que Elton pasó sobre el Pyramid Stage, también sonaron “Your Song”, “Saturday Night Is Alright for Fighting”, “Candle in the Wind”, “I’m Still Standing”, “Daniel” y “Goodbye Yellow Brick Road”. El final, con fuegos artificiales y cohetes, fue temáticamente ideal para el cierre con “Rocket Man”. Musicalmente: brillante. Ahora bien, tratándose -aparentemente- del último recital de la carrera de uno de los más grandes músicos del último medio siglo, no hubieran venido mal un par de bises y una despedida menos tajante. Quejas menores de uno de los grandes momentos, musicales y emotivos, que dejó este Glastonbury 2023.

Es casi medianoche. Los escenarios grandes ya se han apagado pero Glastonbury sigue en las disco al aire libre, en los campamentos, en los senderos, con músicos espontáneos que se suman a la fiesta, en las colinas... La gran mayoría emprende el retorno rápidamente. Después de todo, ya casi es lunes y la carroza volverá a convertirse en calabaza. Pero no del todo: quedan en los ojos, en los oídos, en el alma, las vibraciones de tres días únicos en que el mundo volvió a sonreír. El mundo de Glastonbury. Vital. Único.

Colaboración: Norma Giménez