La amenaza de huelga de los actores y actrices de Hollywood es una bomba que parece cada vez más difícil de desactivar, que tiene fecha de explosión (el plazo vence en la medianoche del 12 de julio) y que mantiene en vilo a toda la industria audiovisual estadounidense, con las dimensiones globales que ello implica. Más si se tiene en cuenta que hace más de dos meses los guionistas ya están de paro, enfrentados como los actores a los cambios de régimen laboral que vienen imponiendo las plataformas asociadas a las grandes productoras, siempre en beneficio propio y en detrimento de todas las demás ramas del sector, incluidos –créase o no- los empleados de las cadenas hoteleras.

El tema es que los actores son muchos y pisan fuerte. El sindicato que los agrupa (SAG-AFTRA por sus siglas en inglés) representa aproximadamente a 160,000 actrices y actores, locutores, periodistas de radiodifusión, bailarines, DJs, presentadores de programas de TV, titiriteros, artistas de doblaje, cantantes, dobles de riesgo (stuntmen), locutores y otros profesionales de los medios. Y el 7 de junio pasado el 97,91 por ciento de sus afiliados mandataron a la conducción del gremio –presidido por Fran Drescher, protagonista de la recordada serie La niñera- a ir al paro si no son atendidas sus demandas, que van más allá de reclamos salariales e incluyen mejoras en sus condiciones laborales, cada vez más precarizadas en un contexto en el que las empresas abusan de su posición dominante.

Porque, hay que recordarlo, no todas son estrellas, por más que muchas de ellas –desde Meryl Streep hasta Glenn Close, pasando por Jennifer Lawrence, Mark Ruffalo, Charlize Theron, Joaquin Phoenix, Jamie Lee Curtis, Pedro Pascal y Ben Stiller- firmaron una carta incendiaria, que suma ya más de 1.700 nombres y que parece inspirada por ese viejo apotegma peronista que propone ir con los dirigentes a la cabeza, o con la cabeza de los dirigentes. “La solidaridad exige honestidad, y tenemos que dejar clara nuestra determinación”, dice esa carta. “Una huelga trae dificultades increíbles a muchos, y nadie las quiere. Pero estamos dispuestos a atacar si de eso se trata. Y nos preocupa la idea de que los miembros de SAG-AFTRA puedan estar dispuestos a hacer sacrificios que el liderazgo no hace. Esperamos que la conducción haya escuchado nuestro mensaje. Este es un punto de inflexión sin precedentes en nuestra industria, y lo que podría considerarse un buen acuerdo en cualquier otro año, simplemente no es suficiente en este”.

Y concluye el texto, casi a la manera de la Comuna de París: “Este no es un momento para medias tintas, y no es una exageración decir que los ojos de la historia están puestos en todos nosotros. Le pedimos que impulse todos los cambios que necesitamos y las protecciones que merecemos y haga historia llevando esto a cabo. Si no puede llegar hasta allí, le pedimos que use el poder que le otorgamos nosotros, los miembros, y se una a la WGA (el sindicato de los guionistas) en sus líneas de piquetes”. De hecho, el viernes pasado ya estuvieron preparando los carteles para hacerlo.

Imgen: Twitter @sagaftra

Hubo forcejeos entre actores y productores en años recientes (en 2014 y 2017 las partes llegaron a sendos acuerdos), pero nadie en Hollywood recuerda un conflicto semejante en las últimas seis décadas. Hay que remontarse a 1960 para encontrar que la Screen Actors Guild (SAG) se enfrentó duramente a las productoras y fue a la huelga, con un impensado dirigente a la cabeza: nada más ni nada menos que… Ronald Reagan.

Por entonces, Reagan tenía 49 años y –con algunos hiatos- venía presidiendo el sindicato desde 1947, cuando fue elegido para el primero de sus siete mandatos en la SAG, que sin duda ayudaron a foguearlo para su carrera política posterior, primero como gobernador del estado de California (1967-1975) y luego como presidente de los Estados Unidos (1981-1989).

Aunque hasta 1962 adhirió públicamente al partido Demócrata (luego fue un furibundo Republicano), durante sus mandatos en la SAG Reagan no se privó de intervenir en los conflictos que le tocaron y casi siempre lo hizo desde las posiciones más reaccionarias. Durante la denominada “caza de brujas” en Hollywood, la primera de las audiencias del Comité de Actividades Anti-Americanas, en octubre de 1947, tuvo a Reagan como protagonista, cuando declaró en nombre del Screen Actors Guild que el sindicato había sido infiltrado por “una pequeña camarilla sospechosa de seguir, en mayor o menor medida, las tácticas que asociamos con el Partido Comunista”. Y aclaró que “hemos realizado una labor bastante buena, en nuestra esfera, para mantener restringidas las actividades de esa gente”.

En su libro La ciudad de las redes, el historiador Otto Friedrich escribió que “a duras penas habría podido sorprender al comité la declaración de Reagan, porque ya había contado al FBI en abril del mismo año todo lo que sabía. De acuerdo con los documentos del FBI que se hicieron públicos en una campaña en pro de la libertad informativa que el periódico San José Mercury-News llevó a cabo en 1985, Reagan era un informante oficial registrado con la clave ‘T.10’. Los documentos desclasificados del FBI decían que tanto Reagan como Jane Wyman (NDLR. por entonces su esposa, luego sería Nancy Davis Reagan, a quien conoció en la SGA) acusaron de filocomunistas a varios miembros del Screen Writers Guild, aunque se habían omitido los nombres”.

Reagan terminó su declaración –como convenía a su papel o como él pensaba que convenía- con una inflamada arenga política. “Señoría, desprecio y condeno la filosofía de estas personas, pero desprecio más aún sus tácticas, deshonestas y propias del quintacolumnismo, y al mismo tiempo, en tanto que ciudadano, me niego a admitir que nuestro país pueda verse en la coyuntura de hipotecar sus principios democráticos por miedo o resentimiento hacia este grupúsculo. Yo sigo creyendo que nuestra democracia puede salvar la situación”.

Un dato de color, que pinta a los Reagan de cuerpo entero. Dos años después de este episodio, en 1949, la futura Primera Dama de los Estados Unidos, por entonces una actriz en ciernes, acudió a Reagan en su calidad de presidente de la SAG, para que él limpiara su historial de toda sospecha de filiación comunista. El nombre de Nancy Davis figuraba por error en una lista negra de sospechosos de militancia comunista y, según narra Kenneth Anger en Hollywood Babilonia II, “la primera cita tuvo lugar cuando él la invitó a cenar y le informó de que se hallaba libre de toda sospecha (la que figuraba en la lista de comunistas era otra Nancy Davis)”.

Ronald y Nancy Reagan en 1957

Sin embargo, a comienzos de 1960, créase o no, Ronald Reagan se puso al frente de una inédita huelga del Screen Actors Guild que lo enfrentó nada menos que a Paramount, Disney, 20th Century Fox, Universal y Warner Brothers, entre otros estudios de peso. Y fue por una causa que Reagan había venido peleando para su gremio desde su primer mandato en la SAG, que coincidió con el advenimiento de la televisión, un cambio de paradigma en la industria audiovisual semejante al que enfrentan ahora los actores y actrices con la expansión de las plataformas de streaming.

La lucha de 1960 fue por el pago de derechos de imagen, algo que hoy es moneda frecuente, pero entonces a las compañías productoras les parecía inadmisible. No se les ocurría que tuvieran que volver a pagar ni un centavo a los actores cuando sus películas se emitían por TV. Para ellos, ya era un trabajo realizado y pagado. Pero a medida que se transmitían más y más películas (El mago de Oz se pasó por primera vez en la televisión estadounidense en 1956), los actores de cine sintieron que se les estaba privando de una fuente significativa de ingresos, en tanto se volvían a usar sus imágenes y sus nombres. Con cada nuevo contrato, los litigios por este tema se fueron agravando hasta que, en 1959, los actores dijeron basta. Exigieron pagos por derecho de imagen para futuras transmisiones y retroactivos para películas exhibidas en televisión entre 1948 y 1959.

Los productores respondieron al unísono y de inmediato: no, de ninguna manera. De hecho, estaban buscando desesperadamente formas de reducir los costos de producción, no aumentarlos. Entre 1946 y 1959, la asistencia al cine se había desplomado más del 65 por ciento a medida que más y más estadounidenses optaban por quedarse en casa y ver televisión. Como resultado, la industria del cine estaba en picada y con una sangría de dinero.

Por eso, cualquier conversación sobre derechos de imagen, pasados o futuros, era simplemente un fracaso. Los productores adoptaron una línea dura porque sabían que si aceptaban las demandas de los actores, probablemente tendrían que hacer tratos similares con guionistas y directores. Pero los actores estaban firmemente comprometidos con su causa y, en 1959, votaron para devolver a Ronald Reagan a la presidencia del SAG para encabezar las negociaciones.

Los encuentros comenzaron en enero de 1960 con las dos partes a enorme distancia. Los productores se negaban incluso a hablar del tema. Planteaban una y otra vez la misma pregunta: ¿por qué deberían pagarle a un actor más de una vez por el mismo trabajo? Reagan no pudo hacer que se movieran y les dijo que simplemente estaba “tratando de negociar por el placer de negociar”. Pero a sus espaldas, Reagan subió la apuesta. Pidió a los miembros del SAG una moción para ir a la huelga. Los actores estuvieron de acuerdo y se fijó una fecha de paro: lunes 7 de marzo. Los productores estaban convencidos de que los actores estaban fanfarroneando. En los 50 años de historia de Hollywood, nunca había habido una huelga en toda la industria.

Los productores subestimaron la determinación de Reagan y su equipo negociador. El 7 de marzo de 1960, los actores hicieron lo que dijeron que harían: abandonaron sus respectivos trabajos y la producción en todos los grandes estudios se detuvo. En los tensos días posteriores, los estudios fueron los primeros en aflojar. Primero Universal Pictures estuvo de acuerdo en pagar derechos de imagen y luego las otras compañías (Paramount, Disney, Warner Brothers, MGM, Columbia y 20th Century Fox) se alinearon y finalmente comenzaron a negociar un tema que era “no negociable”.

Después de cinco semanas de discusiones, las partes en conflicto llegaron a un compromiso. Grosso modo: en primer lugar, pago de derechos de imagen para actrices y actores de toda película realizada a partir de 1960; ni un solo pago para ninguna película producida antes de 1948; y finalmente, en lugar de los pagos por derechos de imagen de las películas realizadas entre 1948 y 1959, las compañías acordaron un pago único de 2.25 millones de dólares, una contribución que la SAG usaría como capital inicial para un nuevo plan de seguro de salud sindical y un plan de jubilaciones.

No era todo lo que los actores pedían, pero, el 18 de abril, los miembros del SAG votaron aceptar la oferta y volver al trabajo. El recuento final fue de 6.399 a 259. La huelga había terminado, pero algunos actores estaban furiosos con el acuerdo. Estrellas como Mickey Rooney, Glenn Ford y Bob Hope creían que la SAG podría haber conseguido pagos retroactivos para todas las películas si Reagan hubiera sido más duro y hubiera resistido más tiempo. Sentían que Reagan y la junta del SAG los habían “traicionado” y se burlaron del compromiso llamándolo “el gran regalo”.

Es cierto que los actores que trabajaron principalmente en los años ‘30, ‘40 y ‘50 (incluido, cabe señalar, Ronald Reagan) no se beneficiaron directamente del nuevo acuerdo. Pero, llamarlo “un regalo” era no tener visión de futuro. Al convencer a los grandes estudios de que aceptaran el concepto de pagar derechos de imagen, Reagan abrió las puertas a un flujo de ingresos en expansión que, al día de hoy, continúa beneficiando a miles de actrices y actores. Y no todos, por supuesto, son astros multimillonarios, sino trabajadores de clase media.

 

¿Lograrán las estrellas de hoy lo que consiguieron las del Hollywood de ayer? Eso todavía está por verse, pero la paradoja es que quien fue uno de sus pares más conservadores y reaccionarios alcanzó un acuerdo que más de 60 años después sigue vigente y que es también la piedra basal del actual sistema de salud y de jubilaciones del Screen Actors Guild. Ronald Reagan, ¿quién lo hubiera dicho?