La tormenta eléctrica que cayó sobre Buenos Aires el mediodía del sábado prometía de antemano toda una serie de alegorías y obvias especulaciones sobre el concierto que iba a dar Black Sabbath en la cancha de Vélez nueve horas más tarde. No era sólo la asociación de la lluvia con algún tipo de epopeya –Foo Fighters en River, Mötley Crüe en el Pepsi Music–, sino específicamente con la historia del grupo británico que, en su gira The End –“El final”, sin más– pretendió trazar una elipsis de su ancha y mayormente exitosa carrera, aquella que comenzó en 1970 con la publicación de su disco debut, un álbum que cambió para siempre la historia de la música, y cuyos primeros segundos tienen el audio de, casualmente, una tormenta. 
Para blindar su incalculable legado musical, el grupo había programado una serie de conciertos que empezaron en Omaha, Estados Unidos, a principios de año, y que van a terminar dentro de tres meses en su Birmingham natal. Tres días después de haber tocado por primera y última vez en Córdoba, fue el turno de la ciudad de Buenos Aires. Cinco minutos después de la hora pautada y ya sin nubes negras en el cielo, el grupo ocupó el escenario con escasos prolegómenos y el sonido inquietante de la guitarra de Iommi para “Black Sabbath” –aquella que empieza con tormenta–, con un Osbourne enfocado, clamando por ayuda divina al verse acechado por una figura diabólica, y sin las extravagancias que se le conocen como solista. 
Sin nuevo material para presentar después de su exquisita visita anterior al país en octubre de 2013, para la gira presentación de 13, disco que marcó el regreso de la alineación más recordada –con excepción del baterista Bill Ward, que no participó–, ahora Sabbath estaba dispuesto a cerrar el círculo que había iniciado 46 años atrás, con un previsible amontonamiento de clásicos que, a decir verdad, son muchos. Así fue: salvo por el tiempo (habían anunciado lluvia para toda la noche) los pronósticos acertaron, y el cuarteto se dedicó cuidadosamente a representar su pasado de la mejor forma posible, a pesar de los achaques de la edad y la salud, en tipos que, con excepción del baterista norteamericano Tommy Clufetos, superaron la barrera de los 65 años. Con “Fairies wear boots” y “After forever” –un feliz agregado en los setlist de esta gira– apareció material de Paranoid y Master of Reality, sus dos discos siguientes, que junto con su trabajo debut, iban a ser el corazón del show, pese a que la discografía grabada por esta formación incluye otras seis placas. Las excepciones fueron “Snowblind”, de Vol. 4, y “Dirty Women”, de Technical Ecstasy –disco infravalorado, hasta por sus propios músicos–, donde Iommi, más conocido por la contundencia de sus riffs, pudo demostrar una vez más cuánto vale como guitarrista, también dentro de estructuras más libres.
Era difícil que este concierto no estuviera a la sombra de su ya mítica presentación en la ciudad de La Plata hace tres años, una noche mágica y un show arrollador, compacto, muy por encima de la expectativa general. En efecto, el sábado ya no se vio un set perfecto por obra de un elemento disfuncional, el sonido: desbalanceado, opaco, ciclotímico y, sobre todo, bajo en decibeles. Así, las sutilezas de Iommi, las paredes de Geezer Butler y la violencia de Clufetos sólo pudieron apreciarse por ráfagas, dejando el resto en la voluntad del espectador. Una verdadera lástima, dado que la performance, por lo que se podía ver y escuchar, parecía estar nuevamente a la altura del mito. 
Después de “NIB” y su riff venenoso, la instrumental “Rat salad” desembocó en un solo de batería de Clufetos, extendido por demás mientras el resto de la banda tomaba aire. A la cola de “Iron Man” apareció “Children of the grave” para levantar el espíritu por potencia y una leve mejoría sonora. La llave la giró “Paranoid”, el clásico mayor en la historia del grupo, seguido por un saludo final sobrio, sin fanfarrias… pero honesto, como Black Sabbath. A pesar del defecto técnico, la del sábado en Vélez quedó grabada como una honorable despedida para una de las bandas de rock más grandes del planeta, una banda que en su producción parió una subcultura que sigue vigente: la del      heavy metal. No parece poco. 

7 - BLACK SABBATH

Músicos: Ozzy Osbourne (voz), Tony Iommi (guitarra), Geezer Butler (bajo), Tommy Clufetos (batería), Adam Wakeman (teclados).
Lugar: Estadio José Amalfitani, sábado 26 de noviembre. 
Público: 30 mil personas. 
Duración: 90 minutos.