Mi compromiso de lectura con El hotel donde soñaba Perón (Homo Sapiens Ediciones, 2017) fue la zambullida. A la tercera página, el riff rítmico empezó a arrastrarme como un río de deshielo y el compás narrativo no me permitió pasar de un estilo de navegación a otro. No es que aconseje la inmersión temeraria, pero a mí me reportó ventajas.

Desde el comienzo se advierte que el "tema" llega no tanto de lejos, como de antes. Al leer me sonaba en la cabeza una frase: en la alegría que yo tengo ya viene empezada la tristeza.

Los cánones de la crítica me fulminarían por hereje, pero debo continuar por la inteligencia que rezuma la totalidad del texto: en la presentación de los personajes, en el desarrollo de la acción, en el suministro de dosis variables de erudición, en la alquimia entre el lunfardo y la academia. Una mente brillante no alcanza para escribir un buen libro, pero un libro bueno no puede evitar que se destaque el intelecto. Mirado desde aquí, el intento de rastrear a qué político real o a qué pandilla en boga corresponden cada uno de los seudónimos, es estéril, cuando no, una receta para no entender la novela. Amar o despreciar a los personajes no está contraindicado. El lector encontrará de ambas especies en abundancia: Esteban, el soñador al que le hubiese gustado morir en Malvinas y su enamoramiento que lo debilita, porque prohija la esperanza y también al entrañable hijo de "Tributo" (Philip Roth), el que cae en la trampa del sólo, el que limpia los deshechos de los padres moribundos. Luego su hermano Javier, el jefe, que de niño jugaba a asustarse para disfrutar de la oscuridad, que lo retorcía al mismo tiempo; la inteligencia exiliada. Andrea Lou, la valiente y desenfadada hermana, y Leila, la Ella, cuyo despertar del sueño era la respuesta que Esteban no encontraba. Y la erotómana Renata, y Tonequín, el sicario y Lucrecia, la moza voladora. Y lo más oscuro del Gato Negro, el comisario Milisenda y Don Mejías, el dueño de la tierra. Un bestiario de criaturas sobre las que leer y alentar sensaciones.

Marcelo Scalona no se priva de narrar. Hay una diferencia entre un libro largo y un largo libro. Cuando a Borges le preguntaron por Cien años de soledad, contestó irreverente: "Creo que con diez alcanzaba". Un libro largo es un libro que tiene una extensión innecesaria. Un largo libro es un trayecto de aliento no apto para cualquier maratonista. No ahuyento a nadie, comparto: no sea cosa que con la escasez de lectores que campea, pase como decía Macedonio Fernández: "Fueron tantos los que faltaron, que si faltaba uno más, no entraba".

El autor asocia a sus personajes con el amor, con la muerte, los hace amantes, asesinos, los fulmina por pudicia o pureza, los calcina. Transforma la guerra contra las palabras que escogerá ("mi próxima batalla es la metáfora") en una orgía expresiva, en un abigarramiento cromático, en el final sonoro del "Bolero" de Ravel: donde los grupos instrumentales se ponen de pie, obedientes de emoción y salvajes de memoria.

La novelística scaloniana brilla por reflexión: "Los cautivos del tétano en las espinas de rosas". Por debajo del hallazgo expresivo está el relente de Esteban Echeverría, del Miguel Cané uruguayo, de Lugones antes de La hora de la espada, de Knud Faber, de sus bacilos y sus esporas. Hay imágenes a raudales: "pechos turgentes, nacarados, la envidia de Renoir, porque la luz vale más que el color"; o "la pena glauca del ahogado".

Subidos en el big dipper de "El hotel", el autor invita a Perón, a Vargas Llosa, a Modigliani, a la mitología griega, al rito umbanda, a Bill Evans y a Calamaro. Son notables la escenografía y el decorado: el campo, la villa miseria y la infancia, "unas callecitas formadas por el limo que juntan las zanjas de la autopista y la sirga del arroyo Saladillo". En cuanto al decorado "(los cuadernos donde Esteban) llevaba planes de ayuda a movimientos sociales, alianzas con barras bravas del fútbol, narcotraficantes y grupos de choque urbano, unos libros de poesía, dos de medicina, un ensayo de Edmund Wilson y sus cuadernos Rivadavia, donde escribía". Afortunadamente los comentarios no substituyen la lectura del original, a pesar de la creencia difundida en los doctorados.

La novela está escrita desde una posición ideológica visible desde el comienzo, que además se extiende como las manchas en las pinturas del último Goya: "alta en el cielo", escribe el autor, tanto para su corazón político como para el orgullo masculino procreador. Alta la bandera de la Patria íntima de la novela, sus franjas, "las tres capas sociales anquilosadas en un corsé de hierro, las armas de los milicos garantizan la torre. Una clase sobre otra: la alta, sobre el medio y todo encima de los negros. La bandera representa ese orden, una temporada de hambre y frío para los de abajo".

No se trata de una obra que se sienta cómoda en la centralidad, sino que busca los márgenes, que es como decir que hay un desafío estilístico para abrir sus posibilidades expresivas.

Recorre la ficción de la Patria: de los siete locos que la imaginaron, donde Belgrano fue el astrólogo. "Escritor, periodista, abogado, devoto de la Virgen, militar por un viaje, General por un día. Detuvo a los españoles por medio de una fuga: la suya. Y la de otros tres mil jujeños famélicos. Doscientos soldados de fusilería, el resto, gallinas, niños, mujeres y un puñado de indios que luego ocultamos. Hizo tiempo soñando batallas imposibles, una bandera, el símbolo, la palabra. En Salta y Tucumán detuvo a un ejército real de cuatro mil gurkas. Perdió en Vilcapuggio y Ayohuma, pero perdió como Léonidas: los detuvo.

Y también la Patria de ficción, pero para eso hay que leer la novela y sacar las propias conclusiones. Dice la crítica que el hibridismo ha resultado ser uno de los rasgos estéticos más llamativos de la literatura contemporánea, y añade que estamos asistiendo al triunfo y la consolidación de una escritura cuya razón de ser radica en una ruptura de las fronteras entre géneros. Algunos cultores la llaman "escritura trasversal" o "literatura anfibia." Más todavía: "la plurinovela", que entra en tensión con las exigencias formales de la narración literaria. Me parece, y es sólo un punto de vista, que "El hotel" se sacaría de encima con fastidio estas disquisiciones que parecen pertinentes.

"El hotel" es una obra joven, vibrante, caprichosa. Es trágica, es arbitraria, provoca, y cruza límites. Es desdichada, vital, quimérica, voraz y devoradora, tortuosa y torturante. Scalona explica que "mamihlapinatapai" es una palabra yámana que significa: Una mirada entre dos personas, cada una de las cuales espera que la otra comience una acción que ambas desean pero que ninguna se anima a iniciar.

Con "El hotel", Scalona se animó y lo ha comenzado.

* La novela de Marcelo Scalona se presenta hoy a las 19 en Homo Sapiens, Sarmiento 829. Junto al autor, estarán presentes Pablo Ramos, Matías Magliano y Jorge Cohen.