Un inmenso círculo se dibuja en el centro del Washington Square Park en Manhattan. Un pequeño carro desprende un polvo blanco y arenoso que encierra un misterio por venir. En ese círculo cerrado, la matriarca Savitri Mahabir (CCH Pounder) espera liberar a su familia, un clan de inmigrantes guyaneses dedicado a estafas con seguros, de una larga maldición que los persigue. Al círculo también se dirige el incauto Jared (Ethan Stoddard), heredero adolescente de otra familia que reina en Nueva York, nacida de la fama y los negocios del popular Chef Jeff (Dennis Quaid). En esa figura geométrica, extraño punto de encuentro, se dirimen las tensiones que definen a Círculo cerrado, la miniserie que unió nuevamente a Steven Soderbergh y Eric Solomon, director y guionista que sorprendieron hace apenas dos años con el excelente policial Ni un paso en falso (2021). Dentro del mismo universo del noir, pero en un tiempo presente signado por secretos y maldiciones, la historia se enreda en estratégicas líneas narrativas que se acumulan y dispersan, pistas que comunican al centro de Manhattan con Georgetown, en el corazón de Guyana, pasado y presente anudados sin remedio, secretos imposibles de ocultar.

El germen de Círculo cerrado surgió de El cielo y el infierno (1963), una de las obras maduras de Akira Kurosawa. Un equívoco en un secuestro resultaba allí la excusa perfecta para la reflexión sobre el Japón del milagro y el devenir de la alianza entre clases en esa promesa de progreso indefinido. Ed Solomon vio allí un interesante disparador, hermano de las narrativas que junto a Soderbergh habían ensayado en la serie Mosaic (2018) sin un resultado del todo satisfactorio. La experiencia de Ni un paso en falso los afirmó en el persistente interés por el film noir, y la alianza entre el error y la mala fortuna dio vida a la historia de Círculo cerrado. Dos familias cuya unión parece improbable cruzan sus caminos en la noche neoyorkina. Una de ellas está integrada por Sam (Claire Danes) y Derek Browne (Timothy Olyphant), matrimonio que administra el emporio culinario de Cheff Jeff desde sus lujosas oficinas en Manhattan, criando a su hijo con la conciencia y el pudor de sus privilegios. La otra es comandada por Mahabir, quien luego de la muerte de su cuñado decide desentrañar la verdad tras una maldición que arrincona a su clan. Los peones del secuestro que parece exorcizar la mala racha son Xavier (Sheyi Cole) y Louis (Gerald Jones), dos trágicos aspirantes al sueño americano.


"Con Ed [Solomon] buscábamos una historia de una escritura precisa y aceitada que apareciera ante los ojos del espectador de manera fluida y atractiva. Pensamos en películas como Contacto en Francia o los policiales de Sidney Lumet de los 70. El neo noir como trasfondo, como recorrido hacia un estallido inevitable de violencia nacido del choque entre los deseos de las personas y la dureza de la realidad", revelaba el director en una reciente entrevista con The New York Times a propósito del estreno de la miniserie en HBO Max. Y quizás el elemento que confirma las raíces policiales de la historia sea la presencia de Mel Harmony (Zazie Beetz), oficial del servicio postal que además de desafiar a su jefe y pelearse con su novia sigue la pista de una serie de extrañas muertes vinculadas con primas de seguros. La pesquisa de Harmony funciona como delegada de la mirada del espectador, aquella que desconoce lo que cada familia sabe y oculta, los meandros del negocio de Chef Jeff y las raíces de la venganza de Georgetown.

En esta ocasión, el gusto de Soderbergh por las historias rocambolescas y algo inverosímiles lo lleva a concentrarse en la verdadera amalgama de la intriga, aquello que une las múltiples bifurcaciones del relato con las emociones del espectador. El pulso ficcional de Solomon lo exime de las veleidades declamatorias de otra era -aquellas de películas como Traffic (2000) o El buen alemán (2006)-, para concentrarse en el nervio de la acción. El vigor de la puesta en escena le debe tanto al Nuevo Hollywood de los 70 como a los melodramas manieristas de los 50, con películas como Delirio de locura (1956) de Nicholas Ray o Escrito en el viento de Douglas Sirk como clara influencia. La música de Zack Ryan no solo evoca los acordes de Bernard Herrmann para Hitchcock sino que ensaya una puntuación intensa sobre todo en las escenas familiares, ya sea cuando se dirimen las consecuencias del secuestro en la familia Browne como en las disputas de poder entre Mahabir y sus distintos hombres de acción. "Me interesaba la yuxtaposición de la estética sombría de los exteriores y el cuerpo sonoro de los melodramas de los 50", explica Soderbergh. "No quería una partitura moderna, quería algo clásico, que potencie la vida interior y la fuerza emocional de los personajes".

De la misma manera que El cielo y el infierno utilizaba la falla en un secuestro -trocando el hijo de un empresario por el de su chofer- para desentrañar las contradicciones que signaron a la recuperación económica de Japón, junto con los residuos del sistema de castas y la clara tensión entre el mal y el honor, Círculo cerrado utiliza la apretada intriga para recorrer a cada uno de sus extremos las verdaderas raíces de ese caos interminable. Y es claro que tanto a Soderbergh como a Solomon le interesan más las pujas puertas adentro de cada familia que los hilos criminales que parecen unirlas. Por ello el noir funciona como una vestidura ominosa que envuelve el espíritu de un ardiente melodrama esparcido en todos los rincones del Washington Square Park.

Devenido en un director consciente de su tiempo, Steven Soderbergh ha seguido de cerca los nuevos signos del capitalismo global, desde la compra y venta del deseo en la saga Magic Mike y la excelente The Girlfriend Experience, pasando por el negocio financiero en La lavandería (2019) hasta llegar al lado oscuro de la tecnología en Kimi (2021). Y es en Círculo cerrado donde logra modelar una mirada insidiosa sobre las mismas entrañas del vínculo entre el poder y la creencia. Esa unión que permitió a Jeff erigir su emporio sobre la confiabilidad de su imagen, el carisma de su personaje, es la misma que permite a Mahabir sostener su salvación en el necesario sacrificio, en el cordero ejecutado como venganza y ceremonia. Las fallas que desmoronan la creencia son las mismas que sostuvieron su mistificación. Debajo de aquello en lo que se cree aguarda el dolor de la revelación, pero también la salida imperfecta hacia la verdad.