La segunda película que hizo con su ex marido se titulaba Angel Beach. Ahí, Maria Wyeth  interpretaba a una chica violada por una banda de motociclistas. La película fue un éxito pero ella la vio apenas dos veces, una en el pase previo del estudio y otra, en un autocine. En ninguna ocasión tuvo la impresión de ser la chica de la pantalla. ¿Por qué? Porque, explica, esa chica parecía tener el don de controlar su destino. 

Maria (“se pronuncia mar-ay-a”, aclara desde el principio para implantar una sonoridad  distinta frente a la oquedad de su entorno) es una actriz de cierta belleza que a los 31 años sólo filmó dos películas. Las dos fueron junto a Carter, un director de cine que disfruta de cierto prestigio y de noches de borrachera en Beverly Hills antes de escaparse al desierto, donde siempre está en plan de filmación. Ya no están juntos. Tienen una hija de cuatro años, Kate, que vive en un centro de rehabilitación por una enfermedad cerebral. Mientras tanto, ella duerme en la casa de Beverly Hills que alguna vez fue común y cada mañana se lanza por la autopista con cualquier destino: de San Diego al puerto, del puerto a Hollywood, de Hollywood al Golden State. Lo esencial es no detenerse, dice. Detener ese auto supone arrojarse a un peligro indecible. 

Ella es la protagonista de Según venga el juego, que Joan Didion publicó en 1972 y que se acaba de reeditar a través de Random House. La revista Time la consideró una de las mejores novelas publicadas entre 1923 y 2005. Y lo cierto es que el paso del tiempo sólo ha logrado que este texto mantenga su hondura a través de la historia de una mujer que no puede ni quiere fingir que la vida de las estrellas es pura fiesta, glamour, vestidos plateados y drogas de diseño (que ya las había, claro). 

De Didion se tradujeron en principio dos no ficciones de ésas que dejan huella: El año del pensamiento mágico y Noches azules. En ellas, la autora se mete con la muerte inesperada de sus dos seres más queridos con pocos meses de diferencia: la de su marido, el escritor John Gregory Dunne en 2003 y la de su única hija, Quintana Roo, a los 39 años. Quien queda de este lado ya no será la misma persona, como cuenta Didion en el inicio de Noches azules al evocar esa hora del crepúsculo donde la luz no se apaga pero está a punto de morir, como una premonición. 

Es decir, los hablantes en castellano conocieron antes que nada el reverso sombrío de una historia de vida que parecía rutilante. Nacida en Sacramento en 1934, Didion estudió en Berkley y a mitad de los cincuenta se transformó en una de las plumas más exquisitas y famosas de Vogue y The National Review. Luego se casó con Dunne, se mudaron a Los Angeles, adoptaron a Quintana y continuaron carreras literarias exitosas, escribiendo juntos y por separado guiones para películas, novelas y artículos periodísticos. De hecho, se ocuparon del guión fílmico de Según venga el juego. Multipremiada, Didion es una de las referencias mundiales de la no ficción a través de libros como Salvador (1983), Political Fictions (2001), and Where I Was From (2003). Ella ha explicado que el proceso de escribir literatura y no ficción es completamente diferente: “En la no ficción, las notas que vas tomando te dan la clave de la historia. En la ficción, se trata de construcción pura. O sea que escribir ficción es encontrar la forma. Las novelas son como cuadros; más específicamente, acuarelas”. 

La vida de Maria se quiebra cuando debe abortar. A partir de allí, esta escritura lacónica se diluye en sus propios colores, cada vez más apagados. Sin embargo, esa voz mantiene una enorme potencia en su fragilidad. Como cuando tras una noche muy larga alguien le pregunta qué le pasa. “Sólo estoy muy muy muy harta de escucharlos a todos”, responde la protagonista. No es extraño. Por debajo de la vida ruidosa en Hollywood y alrededores, Según venga el juego es una novela hecha de puro silencio. 

Según venga el juego
Joan Didion

Traducción de Cruz Rodríguez Juiz
Literatura Random House
192 páginas