Saberse finita, con un límite. El del cuerpo o el de la vida. Liliana Maresca lo encontró muy rápido. Y quiso extenderlo. Vivió sólo 43 años y dejó una obra de una vitalidad visionaria singularísima signada por el conocimiento del fin. Tres son los momentos principales si miramos todo su recorrido artístico. El primero podría reunir las fotoperfomances que realiza en la década del 80 junto a Marcos López. El armado de una escena del cuerpo: la “artista con su obra” que era su propio cuerpo desnudo. Y específicamente, la vagina (en una de sus fotos más famosas) peluda y central entregada a la obra-foto. Una escena llena de objetos que se vuelven arte. Cosas encontradas en la calle, desechos disponibles. Con esos elementos armar la escena de la extensión. Un encuadre que no es perfecto sino con el cuerpo que se escapa, que se sale, que sobrevive. Sensación de salirse de cuadro. Sus dibujos de la década de los 90 (titulados Mascarita que juegan con su propio nombre, Maresca) también muestran este gesto: rostros de una máxima expresión logrados con un trazo grueso y el cuerpo que se extiende fuera del límite.

El segundo gran momento podría marcarse en 1990 con la exposición en el centro Cultural Recoleta dónde muestra los carritos de “ciruja” que había armado con lo juntado en Warnes. Ella misma se traslada para hablar con los ( aún no denominados) “cartoneros” con la intención de comprarles dos carritos. No los pudo comprar pero sí alquilar pagando el equivalente a toda la carga de basura que entrara en el carro. Y así fueron expuestos en plena Recoleta con alguna brisa del olor intenso que solían tener en su vida útil que se extendía en ese momento a su vida como objeto de arte.

El tercero es la instalación de 1992 dónde Maresca se dispone a todo uso. Un cuerpo y un espacio donado. A la muerte o al amor. Luego de la muerte vendrá el espacio vacío y el cuerpo entregado. La obra es una serie de carteles con la frase: ESPACIO DISPONIBLE. APTO TODO DESTINO. Una secuencia de fotos de la artista, en diferentes poses, mostrando en algunas un pezón, en otras parte de la pelvis, que se completa con su número de teléfono: Maresca se entrega a todo destino. Y dona su cuerpo-obra, primero aquellos que lo intervienen para la venta y luego para el que pueda llamar y ofrecer. Una cifra o un beso. ¿Quién sabe? Llamar a su casa también extendida desde lo personal a lo colectivo, centro de reunión de muchos nombres íconos del arte de los 80: Noy, Brascó, Laiseca, Schvartz.

El cuerpo vivo como protesta en diálogo con El siluetazo de 1983. De las marcas vacías de los cuerpos que la dictadura desapareció, poner el propio: como obra, como pasaje, como medio para cualquier destino.

El MAMBA (Museo de Arte Metropolitano de Buenos Aires) inaugura una merecidísima retrospectiva de su obra bajo el título El ojo avizor. Obras 1982 - 1994. Año dónde la encontró la muerte. Maresca supo de ese límite posible cuando le diagnosticaron HIV. Un límite que corrió hasta nuestros días. La muestra está curada por Javier Villa, que pasó cuatro años estudiando su obra. Podría ser el ojo de Maresca el que nos avisara, nos avizore. De los cuerpos aptos para todo destino, abriendo así las posibilidades de una interpretación que va desde el placer más absoluto liberando el deseo hasta lo más temible del destino corporal: la tortura. Un ojo avizor que se extiende hasta los objetos, tan portadores de vida y de muerte como los cuerpos humanos. Y es un ojo que se anticipa a uno de los postulados de Jean Luc Nancy: “solo en un cuerpo tiene lugar el pensamiento”. Vivo, como siempre, el pensamiento de Liliana Maresca que se ancla con su cuerpo en el medio de una ciudad que vuelve a habitar.

Liliana Maresca: El ojo avizor. 
Obras 1982-1994. Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. San Juan 350.