No vale la pena repetir la vieja idea de que al cine de Wes Anderson se lo ama, se lo odia o se lo ignora, ya que siempre existe la posibilidad de adoptar un punto de vista intermedio entre alguno de esos extremos. Tampoco depara novedad alguna la afirmación de que el cosmos de Anderson viene siendo cada vez más andersoniano: el control que regula el volumen de las obsesiones formales del realizador nacido en Houston hace 54 años no parece tener límite o directamente se rompió. Un poco como solía decirse del último Fellini –el Fellini post 8 ½– respecto de lo fellinesco. Por esa misma razón, por el reconocimiento inmediato de sus marcas de estilo, lo andersoniano puede ser parodiado muy fácilmente, como ocurre desde hace un tiempo con los tráilers falsos y los sketches en programas cómicos de televisión. En ese sentido, su última película, estrenada en el Festival de Cannes y disponible en salas de cine de nuestro país a partir de este jueves 10 de agosto, es tal vez la más andersoniana. El summum y el non plus ultra de todo lo andersoniano habido y por haber. La constatación de que existe, extrapolando las teorías de Noël Burch, un Modo de Representación Andersoniano (MRA). Asteroid City expone el grado máximo de depuración estilística del director de Tres son multitud, Los excéntricos Tenenbaum y El gran hotel Budapest, una película en la cual todos y cada uno de sus planos están compuestos de manera ostensible y orgullosamente artificial, al punto de que la ligazón con eso que solemos llamar vida real aparece casi por completo obturada. ¿Es eso algo malo, dañino, estúpido, pueril? No necesariamente. Más allá del evidente anclaje en la teatralidad, que el film señala de manera literal en la primera capa narrativa –aquella que sirve de marco a una más amplia y extensa, la que transcurre en la ciudad del título–, Asteroid City también se acerca de manera subrepticia al universo de la animación. Como si fuera un largometraje animado, pero realizado con actores de carne y hueso. ¿O acaso ese correcaminos que aparece varias veces en pantalla es solamente un capricho, una arbitrariedad andersoniana? Bienvenidos a la Ciudad del Asteroide, un lugar perdido en medio del desierto de unos Estados Unidos irreales, fantásticos, congelados en una visión de los años 50 que es puro artificio cinematográfico.

En el comienzo, en blanco y negro, en un formato de pantalla casi cuadrado, como en los años previos a la explosión del CinemaScope, como en un tubo de rayos catódicos, Brian Cranston hace las veces de presentador de un especial televisivo que recorrerá la escritura y puesta en escena de una obra llamada, justamente, “Asteroid City”. Su autor es un dramaturgo encarnado por Edward Norton, meticuloso en los detalles y en la elección del elenco. La lista de actores y actrices de renombre y fama que participan en la película es quizás la más profusa en toda la carrera de Anderson, e incluye a rostros familiares en su filmografía y algunas novedades: Jason Schwartzman, Scarlett Johansson, Tom Hanks, Tilda Swinton, Adrien Brody, Steve Carell, Matt Dillon, Margot Robbie, Willem Dafoe y siguen las firmas, por varias líneas más. De pronto, el monocromo le cede el espacio a la explosión de colores durante la secuencia de títulos, y el universo de Asteroid City se abre horizontalmente a los planos de una pequeña ciudad desértica y escasamente poblada, cuyo diseño se asemeja a una cruza de escenografía teatral, fondo de dibujo animado de la Warner Brothers de los años 50 y maqueta diseñada por un amante obsesivo de lo retro. Los travellings laterales ostentosos, instancias de cambio antes de cada plano frontal típico en el cine de Anderson, describen la estación de servicio “con un único dispensador de combustible”, el motel y bar, la parada de autobuses y el camino que lleva al gran atractivo turístico del lugar: el sitio donde cinco mil años antes terminó estrellándose un meteorito. No es casual que el poblado sea un lugar de peregrinación de astrónomos aficionados durante el único momento del año en el cual la población aumenta considerablemente. Allí aterrizan, ayudados por una grúa, Augie Steenbeck (Jason Schwartzman) y sus cuatro hijos, un adolescente con dotes de genio y sus tres pequeñas hermanas. Hay un hecho doloroso que Augie guarda celosamente en un recipiente de plástico y que, más temprano que tarde, ante la imposibilidad de salir del pueblo con el automóvil averiado y el pedido de su suegro, encarnado por Tom Hanks revelará a su descendencia. Pronto llegará más gente, adultos, niños y adolescentes, un variopinto contingente de visitantes preparados para los fastos del concurso y premiación anuales conocidos como el Día del Asteroide.


El diseño lo es (casi) todo. Al menos en una primera impresión, la que entra por los ojos. Entrevistado por la revista Rolling Stone a propósito de La crónica francesa, el film inmediatamente anterior de Anderson, el diseñador de producción Adam Stockhausen, ganador de un Oscar al Mejor Diseño de Producción por El gran hotel Budapest y colaborador muy estrecho del realizador desde Viaje a Daarjeling, refirió que “Wes Anderson tiene ideas increíblemente claras respecto de lo que quiere ver en pantalla. Una de las cosas que más gustan de mi trabajo es que, en el fondo, se trata de armar rompecabezas. Hay muchos factores que balancear, tantas piezas que debes dar vuelta para ver si encajan. En el caso de Wes, esas piezas son realmente intrincadas, e incluyen sets, lugares reales, miniaturas. En sus películas esos puzles que deben resolverse existen en cada escena, en cada plano. Justamente porque en su caso el estilo visual es tan claro y específico, los problemas no son más sencillos de resolver, sino todo lo contrario”.

Como recuerda el cineasta en una entrevista publicada recientemente en IndieWire, Anderson y su compinche desde la más tierna juventud, Owen Wilson, eran fans de Elia Kazan y de El Método de Lee Strasberg, elementos que aparecen homenajeados indirectamente en Asteroid City cada vez que el desierto es reemplazado por Nueva York, en el siguiente nivel narrativo del film. En esa conversación, el cineasta afirmó que “siempre fui susceptible a la mística de las historias que transcurren en el detrás de escena de un teatro. El escenario teatral de Nueva York en los años 50 era muy especial; había una nueva forma de actuación, una nueva variedad de relato que Kazan y otros dramaturgos del período exploraban. Pero hay otro tipo de cine que se hacía en los 50 y que era muy diferente al abordado por Kazan: la gran producción en CinemaScope. De pronto aparecieron todas esas cosas en pantalla ancha, esos formatos anchos que inventaron para hacer que las películas fueran más grandes. Eso también me atrae”. En cuanto a la mirada estilizada en extremo de la “América” de aquella era –la del comienzo de la exploración espacial, el nacimiento de la ufología y la investigación con bombas nucleares post Hiroshima–, Anderson reflexiona y confiesa una ligazón inesperada, más allá de las enormes diferencias entre Asteroid City y París, Texas. “Tiene que ver con la mirada europea del oeste norteamericano. Pensé mucho en Wim Wenders. Siempre me gustó su interpretación del paisaje y la gente dentro de él. Todo lo americano lo fascina desde un punto de vista berlinés, y el resultado me resulta muy fresco”.


No, no es un espóiler. Está explicitado en el tráiler y en todas las sinopsis oficiales: sin que nadie pueda anticiparlo, una nave espacial comandada por seres de otros mundos llega a Asteroid City, y esa visita tiene como corolario directo una cuarentena indefinida para aquellos que se encuentran en el lugar. El concepto teatral se intensifica y las relaciones entre los personajes afloran. Entre otros el dueño del único hotel de la zona (Steve Carell), el general del ejército afincado allí (Jeffrey Wright), el abuelo de los Steenbeck (Tom Hanks) y la estrella de cine Midge Campbell, interpretada por Scarlett Johansson, que entabla un particular vínculo con Augie. Dos almas melancólicas que, de pronto, descubren a la distancia –los momentos más íntimos y reveladores se producen de cuarto a cuarto, de ventana a ventana– que la soledad existencial puede ser un elemento que los una espiritualmente. Durante uno de esos intercambios, mientras Augie y Midge desvisten sus almas, se produce el único desnudo presente en toda la filmografía de Anderson, aunque el uso de una doble de cuerpo –artificio de artificios– es señalado literalmente por el diálogo. Atrás, de fondo, explota otra bomba, y el hongo es bien visible en el horizonte. ¿Acaso los alienígenas están interesados en ese desarrollo destructivo o su interés por lo terrícola tiene otros objetivos?

Los títulos de apertura anticipan que habrá un ser extraterrestre y que estará interpretado por nada menos que Jeff Goldblum. Durante la conferencia de prensa en el Festival de Cannes, Anderson admitió que fue algo que se discutió antes del montaje del film. ¿Espoilear o no espoilear? “Se debatió bastante, pero creo que es algo bueno. Tanto para mí como para el coguionista Roman Coppola la película es en parte acerca de los actores, y esa cosa extraña que hacen. ¿Qué significa actuar? Si alguien escribió algo y luego lo estudiás y lo aprendés, el resultado es una interpretación. Pero, esencialmente, te estás poniendo a vos mismo en una película. Entonces tenés a un montón de gente que se pone a sí misma en una película. Están sus rostros y sus voces, y eso es algo mucho más complejo que cualquier cosa que una inteligencia artificial pueda llegar a hacer. Las IA tienen que conocer a esas personas para inventarlas. Los actores hacen todas esas cosas emocionales que usualmente me resultan un misterio. Suelo dar un paso atrás y observar, y eso es siempre algo emocionante”.

Mientras los jóvenes entusiastas de las estrellas dejan pasar los días y las noches con juegos de memoria e investigaciones científicas, los adultos esperan pacientemente que el gobierno clausure la cuarentena obligatoria que los mantiene encarcelados. Cada viñeta de Asteroid City está organizada, como es la costumbre en el cine del realizador, en capítulos. En este caso, para ser más precisos, en actos y escenas a la manera teatral. Cada plano, cada encuadre, cada detalle escenográfico o del vestuario lleva su impronta indeleble, a tal punto que cualquier fotograma (fue filmada en 35mm, a la vieja usanza, en locaciones de las afueras de Madrid y algunas pocas en Arizona) puede ser observado por separado y su autor reconocido de inmediato, sin duda alguna ni posibilidad de plagio. La mezcla de ingenuidad, angustia existencial y apatía emocional es también la misma de siempre. Wes Anderson sigue construyendo un particular edificio cinematográfico que no se parece a casi nada, excepto a sí mismo.