Norberto Álvarez era un agente de la policía bonaerense, de guardia en la Brigada de San Martín, la madrugada del 9 de junio de 1956. Desde entonces, hace ya 67 años, aguardaba la ocasión de declarar ante la Justicia por los fusilamientos que pasarían a la historia con el título de Rodolfo Walsh: Operación Masacre. Este jueves 3 de agosto, que además es el Día del Detenido Desaparecido de San Martín, finalmente tuvo la oportunidad de comparecer. Pero antes compartió sus recuerdos con Buenos Aires/12. 

Álvarez tiene 90 años, pero parece de unos cuantos menos. Es padre de siete hijos (dos de ellos lo acompañaron a declarar), y abuelo de incontables nietos. Se lo ve elegante, altivo. Se nota que para él éste no es un día más: esperó el momento durante décadas. Se le nota en el esfuerzo que hace por contener la emoción, por evitar que se le quiebre la voz. Tiene, afirman sus hijos, una memoria prodigiosa. Pero, en este caso, se le nota además que repasó los detalles de esa noche una y mil veces.

Tras la feria judicial, recomenzaron las audiencias en el Tribunal Federal Nro. 2 de San Martín por la causa de los fusilamientos de José León Suárez del 9 de junio de 1956. La causa es impulsada por la Comisión de la Memoria local y tras estas audiencias, y en ella se deberá determinar si los hechos constituyen crímenes de lesa humanidad y son, por lo tanto, imprescriptibles. 

Los familiares, hijos de las víctimas, ya septuagenarios,  albergan esperanzas, a partir de un fallo similar acerca de la masacre de Napalpí, ocurrida en el entonces Territorio Nacional del Chaco, hace más de un siglo. Ya testificaron varios hijos de las víctimas, entre ellos Alicia Rodríguez, hija de Vicente Rodríguez y Daniel Brión, hijo de Mario Brión, entre otros.

En 1956, Norberto Álvarez era un joven agente de la policía bonaerense, que recorría todos los días el trayecto desde su casa en la localidad de Castelar, hasta la Brigada de San Martín, en el noroeste del conurbano. 

Si algo tenía claro, a sus 22 años, era su vocación. Quería ser policía, deslumbrado por la figura, aún vigente en esos tiempos, del vigilante de la cuadra como la figura familiar y protectora, a la cual recurrir en caso de emergencia o necesidad. Por eso tenía previsto ir a estudiar a la escuela Juan Vucetich, en La Plata, al año siguiente, para volver como oficial. Pero la noche del 9 de junio de 1956 torció su destino definitivamente.

Cuenta que entró de imaginaria a la brigada de madrugada, como le correspondía. Justo acababa de partir el camión con destino a José León Suárez con los doce detenidos. El clima era de extrema tensión. Un compañero, a media voz, entre sollozos, le resumió lo que había ocurrido. “¿Y por qué llorás?”, cuenta que preguntó, con la inocencia de sus 22 años. “Porque los van a matar, ¿no te das cuenta?”, fue la respuesta.

Entonces, recuerda, instintivamente preguntó por Antonio. “Antonio está bien, lo tuvimos que meter en otro calabozo para que no se lo llevaran con los otros por error.” “Antonio” era Antonio Albertondo, una estrella del deporte de esos tiempos, un nadador oriundo de Beccar, partido de San Isidro, dueño de varios récords. El más significativo lo lograría años más tarde, en 1961, al cruzar el Canal de La Mancha, ida y vuelta.

Pero Antonio era peronista. Ese año nuevo había cometido el delito de tirarse al agua con una camiseta con la inscripción “Perón cumple, Evita dignifica”, en abierto desafío al decreto 4161, que prohibía cualquier referencia al justicialismo o a sus líderes y símbolos, incluyendo la marcha peronista.

Desde entonces, estaba detenido en la Brigada de San Martín, donde se había hecho amigo de sus carceleros, en especial de muchachos como Álvarez, que también simpatizaban con el “tirano depuesto”. Esa amistad le valía unas condiciones de detención más amigables. “A veces, íbamos a cenar juntos a la pizzería Urbión, en el centro de San Martín”, un local gastronómico que todavía existe, le cuenta Álvarez a Buenos Aires/12.

En las horas y días posteriores, se confirmaron las sospechas del compañero de Álvarez. Supo que en los instantes previos a su llegada al destacamento, hubo una dura discusión entre el comisario a cargo, de apellido Malaspina, y el resto del personal, como consecuencia de las órdenes telefónicas impartidas desde La Plata por el jefe de la policía bonaerense, coronel Desiderio Fernández Suárez.

La reconstrucción de los hechos de Walsh es extremadamente precisa, pero muchas historias laterales, que convergen esa noche, como la de Álvarez, permanecen aún en las sombras.

Meses más tarde, el policía joven fue a estudiar a la Vucetich y volvió como oficial. Ya era 1957. Lo destinaron, una vez más, a la Brigada. Pero duró poco. Supone, dice ahora, que “la cabeza de Fernández Suárez se puso a funcionar” y “les hicieron una cama”. A él y a los demás testigos de la noche del 9 de junio del año anterior. 

“Nos mandaron al hipódromo de San Isidro y después, detrás nuestro, mandaron otro grupo de oficiales a detenernos. Nos plantaron boletos en los bolsillos y nos acusaron de estar jugando en horas de servicio. Nos dieron de baja inmediatamente. Uno tenía un paquete de cigarrillos sin estampilla y lo acusaron de contrabando.” La costumbre de armar causas, parece, es una tradición.

Ese día se terminó la carrera de Álvarez como policía bonaerense. Desde entonces, para sobrevivir, Álvarez trabajó en distintas cosas, muchas veces en tareas de seguridad. Estuvo años en la empresa Bonafide y pasó también por el sindicalismo. Pero la herida no cicatrizaba.

Recién en 1974, tras el regreso de Perón al país y el fin de la proscripción, con Oscar Bidegain como gobernador y Julio Troxler como jefe de policía, recibió una reparación parcial. Todos los dados de baja por los sucesos del 9 de junio fueron citados en La Plata, donde en un mismo acto se los ascendió, se les otorgó el rango de oficial inspector y se los jubiló. Álvarez todavía vive de esa jubilación. Pero, según les confesaron en esa misma ceremonia, no era posible reincorporarlos, como él hubiera preferido.

Cada 3 de agosto

Cada 3 de agosto es en San Martín es el Día del Detenido Desaparecido, votado por el concejo deliberante local, a partir de una iniciativa de la Comisión por la Memoria. El propósito es recordar a los 12 desaparecidos secuestrados en esa fecha de 1978 en el barrio Villa Concepción. Curiosamente, también en esa barrio de San Martín residió el autor del intento de magnicidio contra Cristina Fernández de Kirchner, Fernando Sabag Montiel. Allí alquiló un monoambiente los últimos ocho meses previos al hecho, por el que continúa detenido.

Este año, al declarar como testigo justo en esa fecha, a Álvarez le llegó otra reivindicación: la posibilidad de aportar, con su prodigiosa memoria, al descubrimiento de la verdad y a la esperanza de obtener justicia. Los y las militantes de la Comisión por la Memoria local estuvieron a su lado.