Para el Negro, un Caballero de la Orden de Fuego, la fidelidad era una cuestión de pura ética cósmica, además desde joven se había convencido -y lo habían convencido- de que la mujer que había conquistado era extraordinaria: muy rubia y fundamentalmente muy buena. Eso, todos sabían, era lo más importante y la gente del barrio se alegraba por la pareja oficiando de agente de propaganda de la misma. Todo hubiera seguido los carriles propios de una familia modelo si no hubiera sido por el segundo de los hijos, también rubio (menos), de ojos profundamente azules y de ideas radicales.

-¿Vos que opinás de los norteamericanos, Adela?

-No sé hijo, qué se yo.

-Yo pienso que a los norteamericanos, y especialmente a los gallegos habría que someterlos al suplicio de las llamas.

-Ay Fermín, ¿cómo podés decir eso?

-Porque cualquiera sabe lo que hay que hacer con los norteamericanos para tener un planeta mejor, pero el problema es que se olvidan de los gallegos.

-¿Por qué? ¿Qué tienen los gallegos?

-Los gallegos se creen que son Francia ahora, andan diciendo que van camino a superar a la economía francesa y a convertirse en una de las principales potencias europeas y ni hablar saben. Hay que someterlos a algún tipo de suplicio medieval, especialmente a los gallegos. ¿Vos me ayudarías, Adela?

Cada vez que quería provocar a su madre pronunciaba su nombre dándole a la ele el tono de quien pliega la lengua hacia arriba, como imitando a los que hablan inglés. La madre se quedaba callada a sabiendas de que su hijo necesitaba hacer esos comentarios y pensaba que sus descargas lo prevenían de otras peores a las que verdaderamente temía. 

Pero esta historia no ha de referirse particularmente a Fermín, sino a su padre, el Negro. O en todo caso a la relación que tenía con su díscolo hijo. El Negro usaba un anillo de oro con un rubí engarzado que ostentaba su grado en la Logia a cuyas asambleas no faltaba y en las que intervenía, en especial de las discusiones filosóficas orientadas al bien común. Parecía de temperamento más bien linfático, de andar tranquilo y de hablar pausado: casi nada refutaba ese carácter, salvo los dos atados de cigarrillos que fumó por día hasta los sesenta y cinco años. Tenía el triple del tenor de triglicéridos considerados normales, colesterol estable en 330, diabetes e hipertensión arterial, pero iba a vivir hasta los noventa años y disfrutando de las comidas que gustaba de elaborar para agasajarse y agasajar a su mujer que había sido la chica más linda y buena del barrio. También amaba a Fermín, a su manera. Y de eso trata esto, de su modo de amarlo. O de cómo tenía que amarlo después de aceptar su carácter. Era vocación de Fermín molestarlo, aún más que a su madre, y, sibilino y constante, lo molestaba cada vez que se encontraban.

-¿Qué tal el programa que estás viendo?

- …

-Alberto, te pregunté qué tal el programa que estás viendo, Alberto.

-Es bueno, bah, en realidad no sé.

-Alberto, me parece que no estás prestando atención.

-Si, ¿qué pasa?

-No sale agua caliente Alberto, y no me puedo bañar. Para mí es la bomba que manda agua al tanque. Debe estar tapada.

-Es probable.

-La tengo que destapar, Alberto.

-Alberto, la bomba ¿es sellada o a rosca? Me parece que es sellada.

El padre seguía en la misma posición, frente al televisor.

-Sellada… -dijo como si repitiera una frase al modo de los chinos cuando no hablan la lengua de su interlocutor.

-Voy a buscar el martillo.

-El martillo… sí… -agregó en el mismo tono con los ojos semicerrados.

El estruendo de la sucesión de martillazos duró bastante hasta que el caño alimentador finalmente cedió y empezó a verter el agua al piso de la cocina y el comedor. Fermín reapareció en el living. 

-Me dijiste que era sellada y se hizo mierda la rosca. Hay que parar esta catarata.

-Andá a la gomería a buscar una cámara vieja.

Afortunadamente Albertito le había salido derecho y se ocupaba del corralón, era un calco de él mismo, igual de linfático, igual de predispuesto a la charla, igual de ocurrente, igual de fumador. Seguro que cuando cumpliera sesenta y cinco, dejaría. Fermín se fue joven. Estaba claro que necesitaba estar alejado de su familia a los que consideraba con extrañeza en sus largos silencios. Era en el tiempo de los pools de siembra y advirtió las posibilidades del negocio en la provincia de Entre Ríos. Allí se instaló para alquilar campos. Se asoció con un viejo productor que tenía experiencia en la aparcería. Era conservador y eso a Fermín le gustaba porque ya sabía hasta donde lo podía traicionar su propio carácter. El loco Albert era alto, correoso, honorable y malhumorado. Se hicieron enseguida buenos amigos y juntos, Albert como capitalista y Fermín como administrador, alquilaron algunas fracciones de campo de calidad media que en tiempos de buena lluvia producían bien.

Estoy rodeado, se dijo, Albertos mi padre y mi hermano y Albert mi socio. Se enamoró de él. Solitario, respetado y económicamente saludable -condición sine qua non-, era la prueba de que había otros caminos tan satisfactorios como guarecerse en el cobijo del seno familiar. Les fue bien: era sorprendente cómo progresaba Fermín. El Negro estaba alerta. Había que apoyar. Fermín, que parecía inagotable, averiguó que en la zona se iban instalando viñedos de las mejores cepas francesas, Malbec, Cabernet Sauvignon, incluso Sirah y Tanat. Le pareció otra oportunidad, en especial por el halo de refinación y hedonismo que emanaba la tradición vitivinícola. Él se consideraba un hedonista. Fracasaba a menudo.

Albert se entusiasmó y visitaron el INTA de Victoria. Fueron atendidos por un muchacho que le explicó que el vino se hacía solo, que bastaba verter el mosto en un tambor, digamos de doscientos litros y salía vino. Albert se quedó mirándolo.

-¿Y con respecto al fraccionamiento y embotellamiento? -siguió después.

-Y, sí, hay que embotellarlo. También se puede vender a granel.

-La distribución y la venta ¿es fácil?, ¿aquí hay infraestructura para eso?

-Está empezando a haberla. Está casi todo por hacerse. Los que van adelantados son los de la bodega Purasangre, está en la ruta que va a Diamante, frente al río. Pueden visitarla, también.

Albert se dio cuenta de que había que empezar de abajo y que había que tener paciencia. Pero estaba Fermín. Decidió que tal vez afrontaría el riesgo. Mientras tanto había desarrollado una suerte de amistad con el Negro, el padre de Fermín con quien se había visto muchas veces. Generacionalmente estaba en medio de ambos y eso le permitía una relación cómoda con él. Apreciaba su serenidad y el tiempo que se tomaba para modular sus palabras, era un hombre que buscaba no equivocarse. El caso es que decidieron montar una viña de cuatro hectáreas en un campo que alquilaban y empezaron a hacer averiguaciones acerca de los costos y de los posibles operarios. También se preocupaban por el envasado y la distribución.

El Negro fue invitado a una degustación en la bodega de moda de la Mesopotamia: Purasangre. Fue con su esposa. Esa misma noche habían quedado en encontrarse los cuatro en la confitería del ex Banco Nación de Victoria. Al entrar, Albert fue, enseguida, hasta la mesa donde estaba el matrimonio y Fermín que había llegado antes. Acercó una silla al lugar del Negro.

-¿Cómo estás Alberto?, ¿cómo estás Adela?

-Bien, y vos Albert.

-Bien, gracias, contenta de ver a Fermín.

-Me alegro, ¿qué tal la visita?

-Muy buena Albert, muy buena, un lujo estar ahí degustando y hablando del arte de hacer vino.

-Ah sí, qué bueno. Qué linda vista del río, ¿no?

-Soñado, che. Aparte hizo un día hermoso. Le dije a Adela, esto es para vos y mi hijo.

-¿Te parece?

-Ni hablar, es exactamente para ustedes, dos tipos así, como Fermín y vos.

-¿Por qué me decís que se adapta tanto a nosotros?

-Es un lugar no sé, con mística, eso, con mística, como ustedes. Mirá, te digo que les calza justo.

A Albert le pareció un poco extraño que el Negro se adelantara a sus preguntas. Era claro que se involucraba en el proyecto de su hijo y de que lo tenía en cuenta a él mismo.

-¿Vos decís que le demos para adelante?

-Ni hablar, sí, se lo dije a Adela.

-Bueno…che y el vino, ¿qué cepa cultivan?

-Malbec y Cabernet.

-Son las de más difusión en Argentina.

-Ni hablar. Dicen que probablemente incorporen otra cepa pronto, que la provincia es una promesa. Malbec y Cabernet Sauvignon, ¿qué tal? Powered by Albert and Fermín

-Qué bien.

-Sí.

-¿Y qué tal estaba?

-¿El vino?

- Sí.

-¿El vino?, una poronga. El vino es una poronga. Sí, un desastre.

-¿En serio?

-Si, una poronga -dijo el Negro negando con la cabeza.

A Albert le causó gracia y sonrió. Observó a Fermín que estaba enfrascado en la conversación con su madre.

 

-¿Ustedes duermen aquí? -preguntó el Negro al rato.

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