“Conquista quien se conquista a sí mismo. Me licencié en Filosofía, pero hay muchas cosas que no se aprenden en la escuela. La juventud no garantiza la longevidad. Tenés poco tiempo para resolverlo”, afirmó Sixto Rodríguez en una entrevista fechada en 2018. “Quiero vivir hasta los 100 años, no hasta los 350. Pero sólo puedo hacerlo un día a la vez. Si hacés un buen día, eso es lo que es”. Este miércoles se conoció la noticia de que el músico estadounidense finalmente no pudo entrar en el selecto club de los centenarios: murió a los 81 años. Aún se desconocen las razones de su defunción. A través de su propia página web, el artista fue despedido por su equipo de trabajo : “Con gran tristeza, anunciamos que Sixto Díaz Rodríguez falleció hoy temprano. Mandamos nuestras condolencias a sus hijas Sandra, Eva y Regan, y a toda su familia”.

Su historia no fue distinta a la de las figuras de Buena Vista Social Club: sólo en los últimos años de su vida conoció el sabor del reconocimiento. Tras iniciar una carrera musical que parecía prometedora, el cantautor desapareció sin dejar otro rastro que dos discos y varias fábulas en torno a su persona. Con el paso del tiempo, ese culto fue tomando forma. A tal punto que en 2012 inspiró Searching for Sugar Man, película que obtuvo el Oscar al año siguiente en la categoría “Mejor documental largo”. Pese a que fue un éxito en las salas de cine y entre la crítica especializada, lo que permitió además que su protagonista se volviera un fenómeno global, los problemas colaterales que padeció el film fueron un fiel reflejo del karma que vivó el artista. De hecho, el director de la cinta, Malik Bendjelloul, se suicidó en 2014. Tenía 36 años.

Ese mismo año, a partir de la repentina popularidad que experimentó, el juglar de Míchigan se vio envuelto nuevamente en una demanda por la propiedad de las canciones de su álbum debut, Colda Fact, lanzado en 1970. El sello Gomba Music Inc. llevó a la corte a Interior Music Corp y al director de la disquera, Calrence Avant (fue presidente de Motown Records, etiqueta por excelencia de la música afroestadounidense entre los años '60 y '90). Alegó que Rodríguez había firmado inicialmente un contrato con ellos por cinco años, en 1966, por lo que se produjo fraude al registrar las canciones de ese primer disco bajo el nombre de Jesús Rodríguez. Searching for Sugar Man da cuenta de esos problemas legales que arrastró el artista durante cuatro décadas.

La carrera del detroitino fue tan proletaria como atípica. Dueño de una voz capaz de remover el alma, su manera y tono al momento de cantar recordaban a las de José Feliciano. Por eso se pensó que podía generar el mismo efecto y estocada latina, luego de que el boricua se abriera camino en el mercado anglosajón a partir de su reversión de “Light my Fire”, el clásico de The Doors. “Mi familia es musical. Somos mexicanos y los mexicanos cantamos juntos. Son cosas básicas”, explicó el artista. “Aprendí a tocar con la guitarra de mi hermano. Soy autodidacta y toco de oído. Son acordes mayores o menores. La guitarra es lo más fácil de tocar y todo lo que necesitás es un golpe. Todo es global ahora. Y global significa que no tenés que justificarte ante el vecindario. No hay diócesis”.

Sus padres llegaron a los Estados Unidos durante el auge de la inmigración mexicana a ese país en los años '20 del siglo anterior, generación que empezó a sentar las bases de la colectividad chicana (igualmente conocida como mexicano-estadounidense). De eso, por ejemplo, da constancia la primera novela de esa cultura, Las aventuras de Don Chipote o cuando los pericos mamen (1928). Sixto fue el sexto hijo de su familia, de ahí su nombre. Y esa biculturalidad estuvo siempre reflejada en su música. Casi al mismo tiempo que Iggy Pop y MC5, Jesús Sixto Díaz Rodríguez se estrenó en la música a mediados de los '60 en la Motor City, Detroit. Primero se dio a conocer con el alias de Rod Riguez, con el que lanzó en 1967 el single “I’ll Slip Away”. Pero no pasó nada.

Cuatro años después, volvió a intentarlo. Esa vez, ya con el nombre artístico de Rodríguez, con el que grabó sus dos únicos álbumes de estudio: el ya mencionado Cold Fact (que incluye el tema que lo inmortalizó, “Sugar Man”) y Coming from Reality (1971). Ambos trabajos se caracterizaron por la mezcla de folk, psicodelia y pop, junto a su contenido político y social. Eso fue bandera juvenil años más tarde, de la circunstancia más inesperada y en el lugar más impensado: Sudáfrica. Allá su álbum debut se transformó en un disco de culto, llegando a vender 60 mil copias. Pero él no estaba al tanto. En ese momento, se encontraba trabajando como albañil para mantener a su familia. Dejó la música porque sus canciones no cumplieron con las expectativos del mercado.

Los que pusieron sus fichas en él pensaron que podía ser el nuevo Bob Dylan. No se equivocaron. Sucede que lo fue en países atípicos para la cultura pop occidental. El músico chicano fue ídolo además en Nueva Zelanda y Australia, donde casi tenía la misma estatura que Elvis Presley. En la nación oceánica, y sin su consentimiento, compraron los derechos de sus canciones y los reunieron en un disco de grandes éxitos: At His Best (1976), que contenía asimismo las grabaciones inéditas “Can't Get Away” y “Street Boys”, al igual que una nueva versión de I’ll Slip Away”. Y en 1979 recibió una inesperada llamada en la que lo contrataban para salir de gira. Desconcertado, el artista contestó: “No entiendo. ¿Por qué querés que vaya a tocar a Australia?”. Entonces el promotor le dijo: “Sos famoso acá. ¿No lo sabías?”.

Tras volver de esa gira, se corrió el rumor de que había muerto. Eso dio pie para que en Australia sacaran un álbum en vivo cuyo título aludía a su fallecimiento: Alive. Mientras a comienzos de los 2000 sus canciones eran sampleadas por la electrónica y el rap, Sixto iba y venía a Australia. En su propio país, todavía nadie sabía quién era ni la leyenda que había cultivado al otro lado del planeta. Fue de la mano de la escena indie que su obra comenzó a cobrar valor y sentido en Estados Unidos, cuando el sello Light in the Attic Records reeditó sus dos álbumes en 2009. Y “Sugar Man” (su letra hace referencia al “puntero”) se convirtió en himno de una nueva tribu, los hípsters, y de una flamante generación, los milénicos. Malik Bendjelloul conoció el mito y lo contactó para decirle: “Hay que hace algo con esto. Tenés una vida de película”.