Producción: Mara Pedrazzoli

------------------------------------------------------------------

El impuesto vedette

Por Alfredo Iñiguez (*)

El IVA, desde sus comienzos allá por 1975, es el impuesto que aporta más recursos al Estado para financiar las políticas públicas aplicadas tanto desde el ámbito nacional como desde el provincial vía la coparticipación. Sin embargo, sostiene sobre su base el estigma de ser el impuesto regresivo por excelencia; siempre se recurre a él para graficar la pésima incidencia distributiva del sistema tributario argentino. ¿Es cierto que el IVA es un impuesto muy regresivo? ¿Siempre fue así? ¿Es inevitable que lo sea?

El IVA ideado en la reforma del peronismo en diciembre de 1973 mediante la Ley 20.631 era muy distinto al actual: eximía a un extenso listado de productos (que incluía a medicamentos, alimentos y bebidas analcohólicas, minerales y materiales de construcción, libros, lápices y artículos de limpieza); tenía una alícuota general del 13 por ciento y un superior para bienes suntuarios del 21 por ciento (bares, restaurantes, hoteles, peluquerías y salones de belleza, garajes, tintorerías, carpas en balnearios, películas, maquinaria agrícola, motos, automóviles, aviones y barcos, aparatos eléctricos, armas de fuego, entre otros). Además, con este gravamen se sustituyó el impuesto a las Ventas, técnicamente menos sofisticado, y el provincial Actividades Lucrativas, la versión previa del actual Ingresos Brutos que por cierto lo incorporó la última dictadura cívico militar.

Primera respuesta: no siempre el IVA fue regresivo, en nuestro país empezó progresivo y además sustituyó dos tributos regresivos y con deficiencias técnicas.

Aquel IVA fue reformado varias veces y en los primeros años noventa se terminó de consolidar un impuesto de base amplia sin exenciones y con alícuota única elevada (del 21 por ciento), la modalidad recomendada por la visión ortodoxa en materia tributaria. Ese es el impuesto que llegó hasta nuestros días, aunque tiene algunos tratamientos distintos, con algunas exenciones y tasa reducida de 10,5 por ciento para un pequeño grupo de bienes y servicios.

Segunda respuesta: efectivamente este IVA es muy regresivo, porque los estratos de menores ingresos consumen todo su ingreso y los ricos solo una proporción y en consecuencia el impuesto recae más sobre los pobres por su mayor propensión a consumir sus ingresos.

Si el IVA empezó progresivo, pero lo hicieron regresivo las medidas instrumentadas por los gobiernos neoliberales, pareciera que solo hace falta volver a la estructura que tuvo el impuesto en el pasado. La tendencia al IVA regresivo se sostuvo acá y en otras latitudes en dos elementos: lograr una mayor eficiencia recaudatoria y evitar la distorsión de los precios relativos. De estos dos elementos, el que tiene asidero es el de la eficiencia: es cierto que las exenciones y las tasas diferentes generan serias dificultades a la administración tributaria y por tanto facilitan que se pierda recaudación.

¿Entonces solo queda resignarse al IVA que nos legaron? Definitivamente no. Si el IVA es un impuesto al consumo, entonces la cuestión pasa por cambiar las condiciones de los consumidores, en lugar de hacerlo sobre los sujetos pasivos como se hizo siempre. Intervenir sobre los demandantes y no sobre los oferentes, dirían los economistas, sobre los contribuyentes de hecho y no sobre los de derecho, dirían los tributaristas.

El instrumento para hacerlo ya está diseñado y se llama IVA personalizado. Incluso en Argentina ya tiene varios antecedentes y en la actualidad rige una devolución del 15 por ciento a las compras con medio de pagos electrónicos realizadas por jubilados y pensionados que perciben el haber mínimo y los titulares de la Asignación Universal por Hijo y por Embarazo (AUH y AUE), con un tope de poco más de 4.000 pesos mensuales. Aunque no es estrictamente del IVA, para abarcar también las compras realizadas en comercios monotributistas, conceptualmente cumple con la premisa de reducir la carga tributaria a los consumidores.

La medida vigente focaliza en los sujetos descriptos y esto le pone una limitación. Para aportarle mayor progresividad a la imposición al consumo se podría complementar este instrumento con una devolución para determinados bienes de la canasta de bienes y servicios primarios, independientemente de quien la realiza, aunque con un tope mensual y/o anual de reintegro. Al identificar las operaciones por objeto se promovería el acceso al consumo de la canasta y con el tope de reintegro se garantizaría la progresividad de la medida. Sería conveniente, a su vez, promover que los gobiernos provinciales adhieran con el impuesto a los Ingresos Brutos, para incluirlo en la devolución.

Con la focalización por sujeto y la selectividad por objeto actuando conjuntamente se aliviaría considerablemente la carga sobre el consumo. Si estas medidas se extendieran en su uso se volvería al IVA progresivo y al mismo tiempo se lograría una drástica reducción de la evasión.

(*) Economista. Docente de UNDAV y UNAJ.

-----------------------------------------------------------

¿Quién paga la cuenta?

Por Eva Sacco (**)

¿Quién paga la cuenta? La urgencia de un debate sobre el sistema tributario argentino

A partir de 2008 con la crisis de las retenciones, los sectores progresistas y del campo popular abandonaron el debate público sobre cómo financiar el Estado y las Políticas Públicas de manera justa y solidaria. Aunque hubo algunas medidas aisladas para hacer más progresivo el sistema, como el aporte solidario, el impuesto a los bienes personales en el exterior o el impuesto a la herencia en la Provincia de Buenos Aires, el balance de estos 15 años es negativo: los ricos pagan menos y los pobres más.

El IVA sigue siendo el impuesto que más recauda (30 por ciento del total) y el más regresivo, ya que castiga el consumo de los que menos tienen. En Argentina, tenemos una de las tasas de IVA más altas del mundo (21 por ciento), con algunas excepciones que pagan 10,5 por ciento o 27 por ciento. Mientras tanto, en la opinión pública y el discurso político se habla mucho del gasto público, pero poco de impuestos. Solo se escuchan consignas simplistas y afirmaciones tramposas que demonizan el pago de impuestos y abonan el campo de la antipolítica: “Los impuestos son un robo”, “Quien evade es un héroe”, “Las retenciones son confiscatorias”, “Argentina es uno de los países con mayor presión fiscal del mundo” o “Si los ricos tienen que pagar más impuestos no van a invertir” son solo algunos ejemplos. Es hora de retomar el debate serio sobre el sistema tributario, para que sea más equitativo, eficiente y transparente.

La participación de los impuestos sobre el consumo (IVA) sobre el total de recursos tributarios continúa siendo el tributo que aporta mayor cantidad de recursos a la recaudación (aproximadamente 30 por ciento). Los impuestos al consumo son considerados los más regresivos ya que quienes tienen menores ingresos gastan casi todo su presupuesto en consumo. En Argentina, tenemos una de las tasas de IVA más altas del mundo (21 por ciento) salvo para algunos productos alimenticios que pagan el 10,5 por ciento y el consumo de otras actividades como energía o telecomunicaciones que tributan un 27 por ciento.

El sistema tributario actual es muy injusto con las mujeres y tiene un sesgo fuertemente machista: según datos que surgen de la Fundación SES, las mujeres ganan menos que los varones (44 por ciento contra 54 por ciento de los ingresos personales) pero pagan casi lo mismo de IVA (49 por ciento contra 51 por ciento). Si sumamos el impuesto a las ganancias, aportan el 48 por ciento y los varones el 52 por ciento del total. Además, hay beneficios tributarios tan ausentes de la discusión como escondidos en los presupuestos y legislación técnica que favorecen a sectores altamente masculinizados, como la industria y la minería, y que permiten deducir o recibir ventajas a los que más ganan, que también son mayoría varones.

En definitiva: ¿a quiénes y a qué objetivos es funcional la ausencia de disputa por el discurso tributario? Oponerse a pagar impuestos, lejos de ser disruptivo y contracultural, resulta una constante histórica de las elites con capacidad contributiva desde la creación del Estado argentino.

Quienes realmente tienen capacidad contributiva se opusieron tanto a cumplir con las obligaciones fiscales, generaron altos niveles de evasión y se opusieron a esquemas tributarios más equitativos. Como corolario de un Estado desfinanciado surgen tanto la regresividad tributaria como el endeudamiento externo que brinda además oportunidades de negocios financieros a las mismas elites que se niegan a realizar el aporte correspondiente.

(**) Economista Fundación SES, Línea de Acción por la Justicia Fiscal.