Si la idea de posmodernidad no se asociara de manera tan automática con la falta de ideas, con aquello que roza lo decorativo y con la falta de visceralidad, bien podría relacionarse con las nuevas generaciones de músicos de jazz. Con músicos para los cuales no sólo todo es tradición sino que ese cúmulo de saberes y estilos se ofrece como una paleta de recursos –como un vocabulario– de inusual riqueza y cargado de posibilidades expresivas. 

  Los cambios de acordes del bop, los fraseos angulares de Lennie Tristano o, más cerca, Henry Threadgill o Steve Coleman, la polirritmia y la prescindencia de funcionalidad armónica del free, los puntillismos europeos de mediados de los ‘70, ciertos guiños del afrocubanismo, los riffs del jazz-rock y hasta las potentes bases rítmicas del funk están allí para usarlos. No se trata de indefinición estética sino más bien de lo contrario. De algo que, como demostró el cuarteto de Ravi Coltrane en su delumbrante debut porteño, está más cerca del difícil arte de caminar sobre una cuerda floja. De lograr una dinámica entre tocar adentro y afuera, de poder entrar y salir de ciertos ordenamientos rítmicos y armónicos, de poder jugar con la tensión –y la integración– entre polos que, hace cuarenta años, en las épocas de la modernidad, resultaban antagónicos. 

  El grupo que integran, junto a Coltrane, el pianista cubano David Virelles, el contrabajista Dezron Douglas y Johnathan Blake en batería, es un cuarteto de virtuosos. Cada uno de ellos tiene una técnica asombrosa. Pero ese es apenas el principio. Tan sólo el instrumento necesario para recorrer el arco dinámico que recorren, para animarse a los contrastes a los que se animan, para lograr la intensidad que logran, para variar permanentemente de registro expresivo y para no dejar de sorprender ni un solo momento. En todo caso, nada está librado al automatismo y si pudo sentirse una especie de crecimiento dramático a lo largo del concierto, ese desarrollo –casi clásico, se podría pensar– fue el mismo con el que estuvo pensado cada uno de los solos. Los de Coltrane, por supuesto –al fin y al cabo trae en el ADN ese concepto de crecimiento en espiral que su padre patentó como marca personal–. Pero también los de los otros tres músicos, incluyendo al baterista que sorprendió con la poderosa lógica con la que estaba concebido cada uno de sus solos.  

  Virelles, además de un gran pianista, es un compositor interesantísimo. “Bianco Nero”, con un intrincado pie rítmico –que curiosamente se acercaba bastante a una chacarera trunca–, un tema de su autoría, fue el elegido pata terminar el concierto y el cierre no podría haber sido mejor. Pero Virelles compone permanentemente y suele introducir modelos rítmicos afrocubanos en contextos totalmente alejados de cualquier folklorismo. Eventualmente, su conexión con el Caribe no es la de la postal pintoresquista sino algo mucho más crudo y profundo. Coltrane tiene un sonido impactante y lo más interesante de todo es que es capaz de no ponerlo en escena permanentemente y animarse a tocar con suavidad extrema. La digitación es paralizante pero lo que más impacta es la manera en que la dosifica. Douglas, autor del mingusiano “Slight Taste”, puede desplazarse con facilidad de un bajo caminante a un contracanto o a líneas sumamente independientes y Blake, algo así como generador de energía al que todos los demás están conectados, cambia también de rol continuamente, yendo de la marcación al comentario o la acentuación sorpresiva. Con un nivel de amplificación que intentó mantener el sonido lo más cercano posible a lo natural y que en ocasiones hizo que el piano se perdiera un poco, el cuarteto tuvo una intensidad creciente. El Auditorio Sinfónico del CCK, lleno hasta el tope, saludó con una larga ovación de pie. El premio fue una versión antológica de “Countdown”, de John Coltrane.

10 - Ravi Coltrane Quartet

Ravi Coltrane: saxo tenor; David Virelles: piano; Dezron Douglas: contrabajo; Johnathan Blake: batería

CCK. Sábado 19