“Mi familia es una familia bastante diezmada.” La frase llegó casi al cierre del testimonio que brindó Mario Santucho en el juicio por los crímenes de las brigadas de investigaciones de la Policía Bonaerense en Banfield, Lanús, Quilmes y San Justo. Y si bien no fue aquella la razón específica por la cual él, hijo menor de Mario Roberto Santucho, líder del PRT-ERP, fue convocado como testigo, la definición vale para pensar el efecto real y extendido que el genocidio de la última dictadura tuvo sobre les Santucho, un árbol genealógico emblema de la militancia revolucionaria, hachado por el odio y el horror, que aún hoy sigue provocando noticias: dos semanas atrás regresó a la familia el hijo de Cristina Navajas y Julio Santucho, nacido en cautiverio y apropiado. "Un proceso complejo, desafiante y muy lindo, la construcción de un afecto que nos quisieron sacar", postuló sobre el nieto133, su primo.

Mario tenía nueve meses cuando fue secuestrado con su tía Ofelia, compañera de Asdrúbal, uno de los hermanos de su papá; sus cuatro primas, sus tres hermanas y Esteban, todes menores de 15 años. El operativo, por el que estuvieron encerrados unos días en el Pozo de Quilmes, era el componente de la historia que más valor tenía para el debate oral y público. La audiencia, transmitida por los medios comunitarios La Retaguardia y Pulso Noticias, fue la segunda vez de Santucho como testigo --la primera había sido en el marco del juicio del que resultó condenado el agente de Inteligencia del batallón 601 Carlos Españadero--. Compartió jornada con su hermana Marcela y los otros sobrevivientes Graciela Gomez, Gustavo Zurbano, Juan Carlos Uñates, Carlos Brandli y Alfredo Martinez Galvez.

Sin embargo, la coyuntura hizo que a Mario se lo escuche con atención especial cuando habló del hijo de Cristina Navajas y Julio Santucho, desaparecida ella, exiliado él, quien puso fin a 46 años de apropiación hace apenas dos semanas, cuando supo que era parte del clan Santucho.

Así, hacia el final de su testimonio y consultado por la auxiliar fiscal Ana Oberlin, Mario Santucho contó que el joven está “muy emocionado por todo este cambio y muy entusiasmado y dispuesto a este proceso tan complejo”. Destacó que fue a partir de la iniciativa de su primo que su restitución pudo lograrse, ya que “él se acercó a Abuelas (de Plaza de Mayo) con serias dudas y la deconstrucción que fue haciendo del entramado de mentiras que sus apropiadores le habían dicho". Confirmó que sabía que no era hijo biológico de quienes así se registraron falsamente en los papeles oficiales, que su apropiador es miembro de una fuerza de seguridad y que en la llegada a esa familia había “habido algunos integrantes de fuerzas de seguridad”.

El cumpleaños y el operativo

“Según lo que fui reconstruyendo”, aclaró Mario al inicio de su testimonio, pudo armar la historia de su propio secuestro. Era un bebé cuando todo sucedió. Fines de 1975 y todavía su papá, “Robi” Santucho; su mamá, Liliana Delfino; sus tías Manuela Santucho y Cristina Navajas, su tío Carlos Santucho, no habían sido secuestrades y desaparecides. Pero los buscaban.

El 9 de diciembre de aquel año, cerca de las 17, una patota de 8 hombres de civil “con ametralladoras y pistolas” interrumpió el festejo de cumpleaños que él, sus hermanas Ana, Marcela y Gabriela; sus primas María Ofelia, Susana, Silvia y Emilia, su tía Ofelia –compañera de Asdrúbal Santucho– realizaban a Esteban Abdon, hijito de un militante del ERP, de estrenados 4 años.

Marcela Santucho tenía 12 años cuando ocurrió aquello y declaró después de Mario. Se encontraba jugando con “los más chicos” en el jardín de la casa de Morón donde vivían su tía, sus primas y Esteban, cuando vio bajar de “dos autos un grupo de gente con armas, algunos encapuchados”. Ella intentó escapar hacia una casa vecina, pero no la resguardaron. “No vimos los primeros momentos, pero cuando entramos mis primas estaban asustadas”, contó. “Estaban sentadas, como amenazadas” sus primas y su tía, dijo.

Aquellos primeros momentos los pudo reconstruir Mario: “Con mucha violencia, nos amenazaron, nos insultaron y nos apuntaron con las armas, buscando, revolviendo todo”. Por dichos de María Ofelia, la mayor del grupo de niñes, supo que la patota lo agarró a él. “Amenazaron con matarme si no colaboraban”. A las chicas y a su tía “les ataron las manos y las pusieron contra la pared”. “Hubo un diálogo a los gritos en el que confirmaron o se enteraron de que éramos aparte de la familia Santucho, sobre todo mi papá, el líder de esta organización revolucionaria (el ERP) por lo tanto era una prenda importante para ellos en la represión, que en ese momento ya estaba bastante álgida, aunque todavía no había sido el golpe”.

Puente 12, Pozo de Quilmes y después

Después de alrededor de dos horas, les “sacaron” de la casa. “Pintaron con aerosol ERP el frente de la casa como haciéndose pasar ellos mismos como si fueran guerrilleros”, relató Mario. Los dividieron en dos autos. Los llevaron a Puente 12. Les chicos quedaron encerrados en el auto “toda la noche”, contó Marcela. A la tía y a las primas más grandes las bajaron para interrogarlas bajo tortura y abusos. Según recordó Marcela, estuvieron maniatadas y tabicadas. "Fueron golpeadas y maltratadas por guardias del lugar. Sufrieron agresiones sexuales. Mi tía y mi prima María Ofelia fueron varias veces conducidas a una habitación, interrogadas por el Mayor Peirano –Españadero–, que le preguntaba siempre lo mismo: donde estaba mi papá, Mario Roberto Santucho”, aportó Mario.

Al otro día, el 10 de diciembre, les niñes fueron llevades al Pozo de Quilmes. “Ahí el personal estaba uniformado, eran policías”, detalló Mario. En ese campo de concentración, las primas y hermanas de Mario reconocieron a “gente que participó del operativo” en la casa de Morón. “Entre ellos a dos mujeres, que empezaron a disputarse quién se iba a quedar conmigo”, reprodujo Santucho. En un pabellón del “segundo o tercer piso” de lo que era, también, la Brigada de Investigaciones de Quilmes, fueron cuidados por asistentes sociales, fueron visitados por el represor Españadero. Marcela recordó que en las celdas estaban los colchones de la casa de Morón, “o sea habían desvalijado la casa”, concluyó.

Tres días después, ya con tía Ofelia entre elles, fueron llevados al Hotel Splendid, en Flores. “Una operación de liberación coordinada por el mayor Peirano”, aportó el testigo. Marcela coincidió con su hermano en que Españadero los había dejado allí “como carnada” para llegar a su papá y sus compañeros. Pero uno de ellos se animó a rescatarlos. “Lo encontré leyendo el diario en el hall del hotel, me acerqué y me dijo ‘váyanse a la embajada de Cuba’”, relató la testigo. El militante erpiano, de sobrenombre “Alejandro”, se llevó a Mario y lo entregó a su papá y a su mamá. El resto se fue para la embajada. Era el 16 de diciembre de 1975. Con el golpe respirándoles en la nuca, “Robi” Santucho y Liliana Delfino decidieron enviar a la isla al hijo de ella, Diego Ortolani, y a Mario, que regresó a Argentina 17 años después. Pocos meses después, en julio de 1976, la pareja de militantes fue emboscada, tiroteada y desaparecida.