Son buenos tiempos para hacer Brecht. Desde hace más o menos un siglo, en lugares y contextos de los más variados, la afirmación resulta apropiada. Y es posible que tanta vigencia tenga que ver por un lado con la poderosa obra del dramaturgo alemán, desde ya, pero también con el indeclinable instinto de destrucción del otro que sostiene el inconsciente capitalista. Ahora, es el Teatro Colón, como parte del ciclo “Colón en la ciudad”, el que propone a Bertolt Brecht, con la actualización de una obra de didactismo explícito. El que dice sí/El que dice no es el nombre de la producción que se pondrá en escena en el Teatro Coliseo (Marcelo T. de Alvear 1125), con funciones este jueves, viernes y sábado a las 20 y domingo a las 17.

El que dice sí es una ópera en un acto, con música de Kurt Weill, producto del trabajo de Brecht en una serie de obras teatrales educativas. La trama cuenta de estudiantes, un niño y el maestro, que salen en busca de medicinas que para salvar a su comunidad. Las peripecias de la travesía ponen al niño ante la exigencia del sacrificio por el bien común, como indica la tradición. La historia refleja un acabado mensaje de altruismo, que sin embargo podía resultar ambigua en la Alemania de 1930, con la República de Weimar consumiéndose en su propia libertad y la amenaza ascendente del nazismo al son de la supremacía del “espíritu alemán". Fue así que ese mismo año, después de una actuación para los estudiantes de la Escuela Karl-Marx en Neukölln, Brecht revisó la obra. El resultado fue El que dice No, con el mismo niño que se niega a cumplir la tradición.

En esta obra Brecht nos tira un poco de luz, muy útil para interpretar este tiempo y es muy interesante que hayan quedado juntas, como parte de una misma cosa”, asegura Nahuel Di Pierro, que junto a Violeta Zamudio tiene a cargo la puesta en escena. Ambos conversaron con Página/12 antes del estreno. “El tema tiene mucho que ver lo que nos pasa con estos días, en los que por ejemplo son las redes sociales marcan los comportamientos que, incluso, influyen directamente en la política. Basta pensar en los candidatos que son producto de la dinámica de las redes sociales y del vacío histórico que en torno a eso se crea”, agrega Di Pierro. “Podemos decir que sí, pero también podemos decir que no, porque ante una nueva situación se hace necesaria una nueva reflexión. El individuo tiene que tener la libertad de pensar y cuestionarse continuamente, de comportarse sin repetir un patrón”, interviene Zamudio.

La puesta en escena contará con la iluminación de Ariel Conde y la escenografía de Noelia González Svoboda. Los vestuarios son de Endi Ruiz y la coreografía de Ignacio González Cano. El barítono Víctor Torres como el maestro, la soprano Adriana Mastrángelo como la madre y Adam D’Onofrio como el niño, encabezan un elenco que para El que dice sí se completa con Álvaro García Martínez, Ramiro Cony y Jesús Villamizar, como estudiantes. El que dice no, además de Torres y Mastrángelo en los mismos roles, contará con la participación de Guadalupe Fustoni como niña y Mora Molinelli Wells, Avril Figueroa y Sol Sánchez Polverini como estudiantes. En la primera parte, con la música de Weill, Natalia Salinas estará al frente de una orquesta formada para la ocasión y el Coro de Niños del Teatro Colón, mientras que Martín Matalón dirigirá su propia música en la segunda parte.

El mundo y su reverso

Zamudio y Di Pierro coinciden en señalar que entre El que dice sí, con la música de Weill, y El que dice no, con la música de Matalón, se produce un quiebre que resulta muy interesante en función de la puesta en escena. “La primera es la colaboración de Brecht con un compositor al que conocía muy bien, con el que trabajó codo a codo. El resultado es una música muy teatral, que naturalmente trabaja en función del texto”, explica Zamudio. “Para la segunda parte Weill se negó a hacer la música y la obra quedó ahí. Ahora, con la música de Matalón, lógicamente se produce una fracura entre las partes. Martín (Matalón) compuso desde su mundo y casi un siglo después una música que devora el texto, lo sumerge. Del texto quedan fragmentos, que por momentos aparecen y por momentos quedan debajo de la música”, agrega Di Pierro, que además de puestista es uno de los bajos líricos más interesantes entre las voces argentinas de nivel internacional.

“Para nosotros esa fue una indicación interesante, porque en esta segunda parte trabajamos con los personajes de una sociedad fragmentada, alienada en su incapacidad para articular un conjunto”, anticipa Zamudio. “Los mismos niños que en la primera parte cuentan la obra casi con un fervor adoctrinador, en la segunda están ante el dilema de la mecánica repetitiva de una tradición, en un mundo que de todas maneras es una pesadilla respecto al anterior. Todo sucede en lo más profundo del inconsciente de este niño, a quien en realidad lo que le queda por hacer es ir muy dentro suyo, a buscarse a sí mismo”, continua la directora de escena. “Las características musicales permiten que en la primera parte cante un niño, pero en la segunda tiene que cantar una adolescente de 15 años, porque la música de Matalon resulta exigente. Un contraste que incorporamos a la dramaturgia”, agrega Di Pierro.

El mártir, el héroe

“Decidimos contar una historia jugando con la oposición de las partes. El que dice sí, es el viaje del mártir, digamos, y El que dice no el viaje del héroe, como el que en tantos relatos mitológicos atraviesa el averno para buscar lo preciado. Es el niño, que ante la nueva situación atraviesa esa sociedad fragmentada y alienada, justamente para recuperar su niñez”, señala Zamudio. “Decíamos que toda nueva situación necesita una nueva reflexión, pero uno debe estar conectado con su sentir, saber qué es lo que uno quiere ante lo nuevo. Volvemos al tema de las redes sociales y su poder para plantear entre los jóvenes qué es lo que hay que hacer, qué hay que ver, decir, repetir, sin mayores posibilidades para la reflexión. También en este sentido estas obras nos interpelan acerca de nuestro tiempo”, agrega la directora de escena.

Dentro de este contraste entre las dos partes, el espectáculo mantiene su unidad. “Hay un hilo, claro, que va desde el niño que muere en la primera parte hasta cuando aparece en una especie de inframundo y se encuentra con los mismo personajes, con su madre, con el maestro, con los estudiantes, pero todos muy cambiados, como que asumieron formas monstruosas. Y por ese mundo va pasando por pruebas, como si fuera un Orfeo, un Prometeo. ¿La diferencia entre el héroe y el mártir? El mártir se inmola, el héroe vuelve para contar la historia. Al decir no, se encuentra consigo mismo y rescata al niño que había sido”, apunta Di Pierro.

En este contexto más moral que épico, los personajes de la madre y el maestro, representación del afecto y la formación, son atravesados por la historia de desintegración que la música propone sobre el texto. “Tratamos la primera parte de una forma más tradicional, pero no necesariamente brechtiana. Diría más teatral, en el sentido poético del término. Tratamos que la madre y el maestro puedan entrar y salir de sus personajes, aunque hay momentos en los que la música se liga a texto de una manera sublime. En la segunda parte esto cambia y esos personajes, que han sido ellos mismos infinidad de veces, terminan devorándose a sí mismos, desintegrándose, transformándose en otra cosa”, señala Zamudio

Brecht es de los que rompe con el teatro romántico, con los principios aristotélicos de la mímesis y la catarsis. Le interesa en cambio motivar la reflexión. Y este caso es muy representativo de esa idea. El texto de Brecht no se actúa, se dice. En la segunda parte, al decir que no, al cambiar la música, es el mismo Brecht que ya no es Brecht. Es otro, porque se cuestiona a sí mismo, concluye Di Pierro.

Los que dicen vamos

“Al final de cuentas, El que dice sí/El que dice no, es una ópera escolar, pensada para niños y hecha por niños. Desde ese lugar pensamos esta puesta. Quisimos encontrarnos con la niñez del Teatro Colón”, destaca Nahuel Di Pierro. “Tenemos una historia que contar con estas obras y pensamos que nuestra acción de cuestionamiento tenía que ver sustancialmente con privilegiar el trabajo con el Coro de Niños del Colón, porque además ellos son el futuro. No queríamos dejar en segundo plano la función educativa de estas obras de Brecht y el cuestionamiento que enuncian. El cuestionamiento no puede venir sino de un lugar de formación cultural y educativa, como es, o debería ser, el Coro de Niños", advierte Zamudio. “Quisimos poner al frente del espectáculo al Coro de Niños, que en alguna medida representan a los niños de Buenos Aires. Todo teatro es reflejo de la sociedad que lo contiene y el Colón no debería ser la excepción. Que sea la niñez la que cuente la historia de un niño”, suma Di Pierro.

Ambos critican que este organismo "en los últimos años ha perdido su lugar como profesionales del arte en el contexto del Teatro Colón”. “Hay un notable deterioro en este sentido. Recuerdo que cuando yo formaba parte del Coro de Niños, éramos considerados niños artistas y recibíamos una formación: clases de idiomas, de música, de práctica escénica. Hoy trabajan casi exclusivamente ensayando las obras que tiene que cantar”, interviene Di Pierro. 

"Aquí los niños tomaron el teatro para contar la historia. Incluso uno de los planteos que tuvimos fue llevarlos al taller de vestuario, para que ellos mismos elijan, entre las cosas disponibles, qué querían usar. Teníamos que estimular en ellos la idea de que el Teatro les pertenece", señala Zamudio. "A partir de ahí fue muy reconfortante ver cómo trabajaron los chicos para esta puesta, la dedicación y la responsabilidad que pusieron en juego. Les dimos las herramientas que pudimos, en este breve tiempo, comenzando cada ensayo con ejercicios teatrales, de coordinación, de confianza, que después usamos en la escena", cuentan. "En este sentido lo planteamos como un trabajo pedagógico. La niñez es un momento de avidez y con esa convicción tratamos al Coro de Niños y a los solistas del coro de la misma manera que tratamos a maestros de gran experiencia como Adriana Mastrángelo y Víctor Torres, al mismo nivel de exigencia. Y eso ya es un gran éxito", concluyen.