1. Era un inmenso poeta y era memoria. Y ya es memoria. Tanto en su poesía como en su prosa como en su humanidad, respiraba vivo un divino amor por todo lo existente; y de entre lo existente, por aquello que lo había nutrido de pequeño. Nadie mapeó como él el territorio de la infancia, y de la infancia en un pueblo, en esas remembranzas quincenales que (desde esta misma sección) nos alegraban la mañana viernes por medio como un canto. Como Adán en el Edén, sabía los nombres de todas las plantas, de todas las bestias y las aves. Por él supe que esos pájaros madrugadores pardos y blancos de notable porte, que se saludaban gallardos como doctorcitos y parloteaban con silbiditos beatles en mi plaza, se llamaban calandrias. Y él había sabido de su mitología por Juanele. En Jorge Isaías -que de él se trata esta eulogia-, celebrar la naturaleza y celebrar al pueblo y celebrar a los poetas eran un mismo banquete de palabras claras. Sus poemas, flechas de amor y de utopía, estaban erizados de dedicatorias que sobresalían como señaladores de flores secas en sus libros: esas flores que guardan la memoria de una mañana, un paisaje, una conversación. Pasó por este mundo cantando su belleza y haciéndolo, así, más bello aún; también cantó la esperanza y la lucha. Que esa voz se haya apagado ahora, justo cuando más necesitamos una voz así, no impide que agradezcamos de todo corazón que haya existido. Adiós, Turco querido. Te vas por un camino de casuarinas y almacenes de ramos generales sin tiempo. Honraremos tu huella y otro cantor vendrá a recordarte a vos, con esa misma ternura que tuviste para con tu mundo. Allá te vas, hacia el horizonte del sol, grande aún de lejos como las calandrias de Juanele. Con vos se va un mundo. Con vos se va todo lo que recordabas y todo lo que conociste: ese pueblo y ese modo de vivir que ya no existían más que en tu memoria, pero que en tu memoria seguían vivos. Ahora se han ido. Te llevaste tu planeta con vos. Nos dejaste tu letra, la huella de tu paso. Correremos como flacos perros de sulky tras ese carromato solar, tras ese mundo perdido. Seguir leyéndote es lo que nos queda. Abrazo inmenso.

2. El 25 de agosto de 2017 (exactamente seis años antes de su muerte), anunciamos en este diario que la Academia Hispanoamericana de Buenas Letras y la Fundación Andrés Bello, de Madrid, le había otorgado a Jorge Isaías el premio Dámaso Alonso. Ya había obtenido el Premio Provincial de Poesía que lleva el nombre de su admirado José Pedroni. Estaba contento, agradecido y ni enterado. Nos contó de su primer encuentro con la poesía lírica: un libro de Amado Nervo, que halló en su casa a los 16 años. "Lo leí y fue un relámpago, una conmoción. Fui a la biblioteca y empecé a escribir ahí. Era la biblioteca del club; años después logré que fuera biblioteca popular... Doña Julia me amadrinaba. Había sido abandonada por un poeta. Era una mujer extemporánea en el pueblo, no se parecía a nadie más de Los Quirquinchos. Ella me protegía mucho. Le mostré los versos, o eso que había escrito. Los leyó y me dijo: '¿Vos sabés que sos un poeta?' 'No, señora, no me diga eso...'. Me empezó a dar libros de poesía. Empecé a leer a Rubén Darío, a los modernistas. Llegó un director nuevo a la escuela, tenía un montón de libros. Alfredo Ghiselli, una maravilla de tipo. Me prestó todos los libros de Neruda y yo me volví loco. Me seguí escribiendo con él cinco años". Ya estudiante de Letras en Rosario, conoció a Saer y a Juanele. Explicaba así por qué el pueblo donde pasó su niñez era uno de sus principales temas: "Dice Cesare Pavese que las primeras experiencias se transforman en mito y que el escritor tiene que escribir sobre ese mito".

3. Juan L. Ortiz decía que había ideogramas chinos trazados en el vuelo de las calandrias; Isaías, un joven poeta de los años 60, le creyó. La anécdota figura en un libro de relatos publicado en Rosario en 2009: Las calandrias de Juanele (Editorial Fundación Ross, Colección Leer y pertenecer, edición por Ana Bugiolacchio, fotos por Florencia Giménez). Ese mismo año, salió en Santa Fe una recopilación de sus crónicas para este diario: Almacén "Las Colonias" (Universidad Nacional del Litoral). Ambos libros evocan su niñez en el barrio El Jazmín, en Los Quirquinchos, la localidad de 2732 habitantes a 137 kilómetros de Rosario donde nació en 1946. Escribe en el primero: "Si yo digo por ejemplo estos nombres que estallan en mi memoria como pequeños brotes tardíos: Domingo Cantalicio Castillo, Isidoro Gutiérrez, José Alonso Mercadale, Acísculo Ochoa, Cipriano Carmen Herrera, Albino Arias, Raúl Cornelio Arias a quien llamaban 'El Manco' y teniendo dos manos yo nunca supe el por qué del apodo... Sólo yo puedo dar fe de que detrás de esos nombres había hombres que transitaron las calles polvorientas de mi pueblo, cuando el mundo recién comenzaba. Cuando todo era posible". 

4. Jorge Isaías recién llegaba a Rosario cuando Rafael Ielpi publicaba su primer libro. Uno y otro, si se les preguntaba en 2018 por un poeta cuya lectura los hubiera influido, respondían: "Cesare Pavese". Había tres poetas que fumaban en pipa. Uno publicó 42 libros y murió el 25 de agosto. Otro, Guillermo Colussi, escribía una poesía existencial tan cerca del silencio que terminó por callar. Otro más, Alejandro Pidello, reeditó el año pasado por Oroñópolis en versión facsimilar, con el texto de una investigación por Paola Chinazzo, la revista de poesía que editaron los tres entre 1971 y 1974: La Cachimba (de 'cachimbo', pipa). Isaías dirigió la editorial de ese nombre hasta 1995. La Cachimba era una revista hecha por poetas que creían en el poder transformador del verbo, que reivindicaban por igual el compromiso con las causas revolucionarias de las izquierdas y la exquisitez del trabajo con la palabra. Escribe Roberto Retamoso en el epílogo: "poético era el espíritu de esos tiempos en los anhelos compartidos, en las utopías perseguidas, en los valores sustentados y en las esperanzas que trazaban un horizonte".

5. Lo más leído de Isaías fue su Crónica gringa: entre 1976 y 2000, agotó cinco ediciones. Ciudad Gótica le publicó varias reediciones y compilaciones. La lista de títulos es en sí un poema: Oficios de Abdul (poesía, 1998); A los amigos (poesía, 2000-2006); Sombra de fresnos (poesía, 2001); Las siete velas del clásico (narrativa, 2002); El último penal (narrativa, 2003); Cartas australianas (poesía, 2004); Futboleras (narrativa, 2005-2006); Áspero cielo (poesía, 2006); Las más rojas sandías del verano (narrativa, 2007-2008); El vuelo de la abeja (poesía, 2008); La memoria más antigua (poesía, 2011); Lluvia de marzo (Colección de Poesía Icono 500, 2011); El pan en llamas (2da edición, poesía, 2011); Esas ramas altas (poesía, 2013); El sentir de la llanura (narrativa, 2014); Amigos, Galería y otros poemas (poesía, 2014); Mester de lector (ensayos, 2015); Calle con paraísos añosos (narrativa, 2017); Poesía reunida: Tomo I (1970/1976); Poesía reunida: Tomo II (1977/2001); Días de fútbol (2021). Hoy son libros perdidos, dispersos en bibliotecas.

6. Una amiga me envía hoy fotos de un tesoro: un puñado de revistas y pequeños libros del siglo pasado con poemas de Isaías y sus amigos. Me envía un video de un ejemplar de la edición -por La Ventana, de Orlando Calgaro- de una plaquette en cartón con xilografías de Jorge Orta y el poemario En carne viva, de Jorge Isaías. Ella me muestra y me lee en voz alta el poema "Pavese": "Junto papeles y papeles, / cifra de mi destino, / estas palabras. / ¿Cuándo un acto, uno solo / pondrá fin a todo para siempre?".