La reciente ampliación del ahora BRICS+, incluido el ingreso de Argentina, forma parte de una de las construcciones principales de la reconfiguración mundial. Es la voz del Sur Global, que busca otra institucionalidad y que juzga perimido, y discriminatorio para sus territorios y sociedades, el esquema de “gobernanza” internacional que rigió desde 1945.

En este recorrido hay otras instancias de articulación, en general propiciadas desde Asia, donde Argentina tiene tres de sus seis principales clientes de comercio exterior: China, India y Vietnam. Dentro de ellas cobra relevancia la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFyR) lanzada por el presidente chino Xi Jinping hace 10 años. Fue el 7 de septiembre de 2013 cuando el líder de la República Popular China, recién asumido, realizó una gira por Kazajistán, Rusia y a Belarús y anunció en el primero de ellos el plan de una Franja Económica de la Ruta de la Seda, que Occidente dio en llamar “nueva ruta de la seda” y en inglés “one road one belt”. El 3 de octubre del mismo año, ahora desde Indonesia, Xi lanzó la “Ruta Marítima de la Seda del Siglo XXI”. Todo se integra en la IFyR o BRI por la sigla en inglés Belt and Road Initiative.

A 10 años de aquel llamado, se sumaron unos 140 países, 22 de América latina, y Argentina desde febrero de 2022, cuando firmó la adhesión el Presidente Alberto Fernández en Beijing. Son seis corredores troncales, terrestres y marítimos, que atraviesan países que suman 63% de la población mundial, y con inversiones previstas a largo plazo de 2,5 billones de dólares.

El proyecto tiene varias aristas. Alguna son: 1) de comercio y conectividad física, vías para exportación e importación de insumos críticos para China (agroalimentos, energía, minerales); 2) de desarrollo del oeste chino y de su entorno centroasiático para preservar seguridad y paz en una zona de agitación religiosa y amenazas de ruptura territorial; y 3) de garantías geopolíticas frente a la escalada de tensión que representa para la vanguardia militar de Occidente, representada por el eje angloestadunidense y la OTAN, el auge de China y del Asia Pacífico en general como amenaza a su hegemonía.

Sobre esto último, el más avanzado proyecto fue el corredor al puerto pakistaní de Gwadar, sobre el océano Índico. Si se mira el mapa, en el océano Pacífico, donde dan los puertos de China (Shanghai, Hong Kong, Guangzhou, Tianjin), el comercio que fluye allí atraviesa mares atestados de buques militares de Estados Unidos y un estrecho fácil de estrangular como el de Malacca, entre Malasia e Indonesia. Gwadar es la opción razonable a la zona donde los tambores de guerra suben el volumen a la par que crecen China y el miedo occidental.

La IFyR recorre asimismo otros andariveles: a) “rutas de la seda” digital, donde China disputa con Estados Unidos la aplicación de la tecnología 5G y otras innovaciones; b) de economía verde, en lo que el gigante asiático ya es vanguardia, y c) sobre la salud, que ya dio muestras de cooperación entre Beijing y otros gobiernos, como el argentino, durante la pandemia.

El entorno de China–Eurasia y luego África- son círculos prioritarios de los varios corredores de la IFyR. América Latina queda más lejos. Pero algunos proyectos ya se exploran o iniciaron: la actual construcción de un megapuerto en Chancay, Perú; rutas en Bolivia; el plan para un tren de alta velocidad en Panamá; proyectos de corredores bioceánicos (que en Argentina importa mucho a las provincias del Norte Grande) o las actuales obras de remodelación del aeropuerto ecuatoriano “Eloy Alfaro” en Manta y dos puentes en Manabí, en Ecuador.

En el caso argentino, en junio último, el viaje del ministro Sergio Massa a Beijing sirvió para definir un primer del plan de acción, con una selección de las obras elegidas por ambos países. Son inversiones por más de 3000 millones de dólares en un tendido eléctrico en AMBA, obras en el Belgrano Cargas y el Ferrocarril Roca, plantas potabilizadoras y cloacales en La Ferrere y El Jagüel en suelo bonaerense y la extensión del parque solar Cauchari, en Jujuy. Para más adelante quedaron el complejo hidroeléctrico Potrero de Clavillo y el Naranjal en Tucumán, acueductos en el NOA, Formosa y Santa Cruz, parques eólicos en Chubut y otras obras.

La IFyR se financia de varias fuentes. Pueden ser banco chinos como el ICBC, Bank of China, China Development Bank o el Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura, al que Argentina adhirió en 2020. Si bien, como su nombre lo indica, es para Asia, puede dar créditos extrazona a obras de cuidado del medio ambiente o que conecten con Asia. La IFyR puede integrarse también a lo que fondee el Nuevo Banco de Desarrollo, el brazo financiero de los BRICS, el cual desde 2024 podrá aprovechar Argentina si no cambia la política exterior -elección presidencial mediante- por la visión ideologizada y sesgada que mostraron estos días los candidatos de la derecha, en campaña al menos.

Muchos de los proyectos de inversión china son a largo plazo y no de impacto inmediato, pero expresan lo veloz del cambio global en marcha. El mismo que se dio estos días cuando las dos mayores economías de Sudamérica conversaron la idea que parte de su intercambio comercial se haga en la moneda china (finalmente se optó por una garantía de la CAF para evitar usar reservas). O cuando Argentina pagó una deuda con el FMI con yuanes. Nadie lo hubiera creído posible hace apenas un año.

El BRICS, la IFyR y otros nuevos espacios están reformateando el poder global. Quienes ningunean esas construcciones y las inversiones derivadas llamándolos “cuentos chinos”, no dijeron “cuento europeo” cuando, en la cumbre CELAC-UE de este año en Bruselas, Europa prometió 45 mil millones de dólares en inversiones para la región, ni “cuento gringo” cuando el Presidente de Estados Unidos lanzó en enero último la “Alianza de las Américas para la Prosperidad Económica”, junto a líderes de América latina. De ninguna de ambas cuestiones se habló más al apagarse los flashes y soltarse el apretón de manos.