Desbordantes calzas de animal print, remera de Patricio Rey y unos ojos redondos y tan abiertos que parecen tener hambre debajo del flequillo domesticado con planchita. En la falda tiene un cuaderno, pero apenas anota alguna cosa. A su lado, muy juntos los hombros, una amiga; enfrente, una compañera y otra más que sigue con menos palabras una locuacidad que está hecha de entusiasmo y compromiso por la tarea. 

-Una buena peli, chicas, algo rico para comer, helado, chocolate o churros si les gustan, lo que sea. Una piyamada abortista, eso.

La sonrisa de la joven de las calzas se abre como un amanecer y son sus braquets lo que iluminan, su amiga la agarra del brazo; algo se afloja en sus cuerpos, el alivio es calor en la tarde fría. Agustina, la compañera que ofrece esa imagen tan otra para hacerse un aborto sabe que la disrupción tuvo efecto. Como un rayo que hiere la oscuridad lo que aparece es el abrigo de la manada, una manera de estar con otras en el desierto que imponen las leyes patriarcales, la clandestinidad, el deber ser de lo que se supone que hay que sentir frente a la decisión de interrumpir un embarazo. La manada como grupo de supervivencia, de lucha y de placer. Esa pertenencia que hace de la amistad política una herramienta que cambia la vida y que también puede cambiar la forma en que se hace un aborto.

Ese rayo aparece en una sala de la sede de Aten, el sindicato de trabajadores y trabajadoras docentes de Neuquén, aunque esa forma de volver cristalino lo opaco es un saber aprendido entre muchas, entre las ahora más de doscientas activistas que forman parte de Socorristas en red, un tejido que nació ahí en el sur y que casi diez años después de las primeras acciones, cuenta con 42 nudos que sostienen lazos entre las que abortan y las que acompañan. ¿Se puede convertir una decisión vital, una decisión que siempre es un duelo, aun cuando ese duelo sea liberador, en un encuentro con amigas, en una piyamada? ¿Y por qué no? ¿O acaso en los momentos difíciles y en los más alegres no nos potenciamos agarrándonos fuerte de las manos queridas?

Son seis las mujeres que escuchan y advierten cómo las palabras van devolviéndoles el cuerpo que sentían expropiado. Demasiados discursos sostienen el encierro que significa el embarazo cuando no se desea maternar, demasiadas imágenes, historias y experiencias se acumulan en la memoria corporal de quienes tienen capacidad de gestar como para no saber, no sentir, que un test positivo es un dilema ético y vital. Vital, porque es la vida a futuro la que se pone en juego, la vida entera. Estas seis mujeres tomaron la decisión por esas vidas concretas que encarnan y proyectan aquí y ahora. Ellas son las que van a abortar esta semana. Otras cinco han ido con ellas para acompañarlas, para registrar la información que se les brinda, para saber qué hacer cuando empiece el proceso que desencadena la medicación. Porque de eso se trata, de aprender y de cuidarse en el proceso de hacerse un aborto con medicamentos, en la privacidad del lugar que decidan, con el cuidado de otras mujeres que están ahí para darles seguridad.

Todas llegaron hasta la sede de Aten porque antes llamaron a un número de teléfono que está disponible en una página web, en consultorios médicos que lo pasan con confianza y en las paredes neuquinas donde “las revueltas” lo pintan con insistencia para hacer efectivo el Socorro Rosa, esa acción directa de acompañamiento a las personas gestantes que quieren abortar. 

“Una acción directa que transforma la vida de las personas ahora mismo, en este mientras tanto, mientras seguimos demandando junto con la Campaña por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito que el Estado proteja las decisiones íntimas de las mujeres y de todas las personas con capacidad de gestar”, dice Ruth Zubriggen, docente formadora de docentes, feminista, agitadora, militante, socorrista. 

La Colectiva Feminista La Revuelta -y por eso lo de “las revueltas”- es una manada patagónica, criada al ras del viento que sopla en las bardas neuquinas, fortalecida entre la lucha feminista, sindical, pedagógica, callejera. De esa conspiración y esa complejidad, después de haber puesto el cuerpo en la rutapor la lucha docente que en 2007 dejó la sangre derramada de Carlos Fuentealba y de haber denunciado en más de 50 escraches las responsabilidades de ese asesinato, nació el Socorro Rosa -en 2010- y nacieron las Socorristas en red -una articulación nacional que se afianzó a partir de 2012-. Agustina y Luz son la dupla que esta semana lleva adelante la guardia del acompañamiento, ellas van a estar disponibles cada vez que suene para calmar la ansiedad, las dudas, para que las mujeres que tomaron la decisión puedan sostenerla sintiéndose cuidadas. Y son, claro, parte de las revueltas. Agustina tiene 29 y un aborto hecho diez años atrás que le dejó marcas suficientes como para querer transformar esa experiencia para otras. Esas cicatrices son las voces de los otros queriendo imponerse sobre sus decisiones, sobre su autonomía: “Fue complejo porque el que era mi compañero y su familia querían torcer mi decisión, porque angustiada por la enfermedad de mi abuela y queriendo avanzar en la facultad me di cuenta tarde, porque me internaron por una fiebre y me trataban de ‘mamita’ cuando yo todo lo que quería era estudiar, volver a dar mis exámenes, seguir con mi vida”. Fue un profesional médico el que finalmente pudo acompañarla, junto con su familia. Desde entonces, ella sabía que cuando se recibiera iba militar con “las revueltas”. Y en eso está, militando y recreando imágenes y discursos para que abortar, además de un duelo posible, sea un acto de libertad. Una puesta en práctica de la autonomía. Un ejercicio de empoderamiento.

Hay una entre las seis mujeres que ocupa un poco más a Agustina y a Luz, es la única que llegó sola, tiene una nena pequeña y no quiere compartir con nadie más la decisión de su aborto. Le dedican un poco más de tiempo a la hora de completar “la protocola”, así llaman a esa recopilación de datos que se hace en privado, después de poner a disposición todas las estrategias necesarias tanto para conseguir como para usar la medicación. Ahí no se registran nombres y apellidos, pero sí historias personales, condiciones materiales, exposición a la violencia machista, todos los indicios necesarios para sistematizar los efectos del trabajo militante; para aprender de y con las mujeres que abortan.

Afectadas

La segunda plenaria patagónica de las Socorristas en Red sucedió el año pasado, en San Martín de los Andes, entre retamas florecidas que son como capturas de sol radiante y un arroyo que deja sentir su murmullo aun puertas adentro de otro local de Aten que está engalanado de violeta. Llegan de muy diversos puntos del sur del país, las ropas coloridas, las pieles tatuadas, con largas melenas o las cabezas rapadas. No se puede hablar de un promedio de edad porque hay de las más diversas, parte de la potencia de esta red es el diálogo entre generaciones, en el intercambio constante entre vitalidad, experiencia, saberes académicos y del cuerpo. La palabra “manada” se repite; perras o lobas, brujas aborteras, todas estas maneras de percibirse les resultan cómodas. “Indignadas, rebeldes, cómplices, ingeniosas, las de las zapas rosas ¿por qué hacemos lo que hacemos? Porque se nos da la gana, porque no tenemos miedo, porque aprendimos de nuestras ancestras, porque somos dueñas de nuestros placeres”, se presentan las anfitrionas, socorristas de la región de los lagos, para narrarse, para afianzarse en un modo de hacer que es hacer feminista. Lo primero que sucede es el almuerzo, donde también se comparte cerveza, porque acá nadie le teme al goce inconveniente. Cuando llega la hora del debate, de todos modos, las mesas estarán desarmadas en apenas quince minutos, en las planillas sobre la pared ya hay anotadas voluntarias para todas las tareas de infraestructura y sin nostalgia por la siesta, unas cincuenta mujeres estarán pensándose y revisando sus protocolos, poniendo en común dudas, dejándose afectar unas por las otras y también por la tarea que hacen.

Hay un desplazamiento gozoso en el modo que las socorristas se acercan a la tarea de acompañar y cuidar a quienes deciden abortar, que recupera esa encrucijada como parte de la vida sexual y de la vida misma. Ese desplazamiento sopla como el viento en las acciones que llevan a cabo tanto al acompañar como al salir a hacer pintadas -que se hacen regularmente, como parte de los acuerdos comunes-, que además del número de teléfono de cada localidad donde se puede llamar cuando se necesite, imprime frases que de sólo verlas arrancan sonrisas: “Hagamos huelga de vientres contra el capital, orgasmos colectivos y clitorideanos”, pueden decir. O: “Le declaramos la guerra al héteropatriarcado”. A la noche, después del día de discusiones, el gozo estará en el centro: el baile durará todo lo que el cuerpo sabe que tiene que durar para sentir que se es parte de algo más grande ¿la manada?

Pero antes las definiciones y entre ellas la pregunta sobre de qué se trata el feminismo que van construyendo a fuerza de acción directa: “Es uno que inventa otra política de afectos. Es un feminismo que nos conmueve profundamente y le devuelve la humanidad a los abortos. El socorrismo nos enseña que hay una construcción otra de los sentimientos y a la vez una profunda práctica contrahegemónica de amar. El socorrismo pone a jugar sentimientos nuevos y novedosos. No hay palabras para describir exactamente qué cosas nos van pasando, pero sí la certeza de que la amorosidad que podemos desplegar nos ensancha la existencia”, dice Belén Grosso, también docente, de modos suaves como un temblor de tierra de esos que marean sin dar miedo. “Ensancha nuestras existencias -completa Ruth-, nos asombramos con esos otros mundos existenciales que vamos conociendo de quienes recurren a nosotras, por fuera del propio nicho que habitamos. Un sitio de potencia para desarrollar y organizar la desobediencia civil contra imposiciones y mandatos. Abre la posibilidad de un  feminismo intergeneracional, diverso, que se ocupe y preocupe por ocupar más espacio en este mundo articulando con otros sectores y organizaciones. Mostramos q cuidar a otras puede ser una responsabilidad social, colectiva, elegida, deseada y gozosa.”

Luz no es de las más locuaces en la plenaria, la tarea de acompañar aun a la distancia, implica no perder nunca de vista el teléfono, de tener la palabra dispuesta y de repetir, una vez y otra vez que es necesario contar con plata para un taxi, crédito en el celular para poder comunicarse, ibuprofeno, toallitas y cosas ricas para complacerse. Entre ella y Agustina se irán turnando para sostener el aparato, cruzarán miradas cómplices cuando un aborto ya sucedió -y entonces recordarán que entre 7 y 10 días después tienen que ir a un consultorio médico para estar seguras, para dar con el método anticonceptivo que sea efectivo según sus planes vitales, ellas mismas tienen disponible el mapeo de consultorios amigables, respetuosos de las decisiones autónomas, que son una articulación central en la tarea de las Socorristas.

Deseo, amor, afectación; todas palabras y sentidos que parecen no dialogar con la práctica del aborto, al menos no a priori, no cómo se lo suele nombrar en los debates esporádicos que aparecen en los medios, en los debates públicos. Pero son esos sentidos los que hacen crecer la red de Socorristas año a año, inaugurando nuevos nudos en la red -el último en Tierra del Fuego- que ya se extiende más allá de las fronteras nacionales con otras colectivas que también, como las Socorristas en Red, se inspiran en las experiencias que en las décadas del 60 y el 70 tuvieron lugar principalmente en Italia pero también en algunos lugares de Estados Unidos y de Francia. En la plenaria patagónica de San Martín de los Andes, dos compañeras chilenas asistieron a la cita, su “grupa” se llama “En casa y con amigas”, hasta esta misma semana en que en Chile se aprobaron las tres causales para el aborto legal -ver aparte- su práctica era sumamente riesgosa porque cualquier interrupción del embarazo estaba penada. Ellas hablan, además, de promover otras prácticas sexuales no reproductivas como modo de empoderamiento y de autodefensa, más allá de la orientación sexual o la identidad de género. La idea es bien recibida, aunque la mayoría sabe que cada mujer que aborta es distinta y que muchas se quedan con el alivio y el cuidado y después sólo verán a profesionales de la medicina para la anticoncepción. O a otras amigas, familiares, vecinas; las redes de cuidado se tejen de todos modos y las Socorristas no esperan quedar en contacto con todas las que acompañan. Basta que se establezca fugazmente, por el tiempo necesario, el pacto de cuidado mutuo. Y que el teléfono quede disponible hasta que alguien más lo necesite.

“¿Cómo es el feminismo que vamos construyendo? Callejero, que se sube al bondi, que interpela mi vida, que arde, que grita fuerte frente a tanto silencio, que se hace fuerte en la duda y se sostiene en la manada”, dice Valeria, socorrista patagónica, justo cuando el sol ya no entra por ninguna ventana y la jornada junto al arroyo y las retamas empieza también a apagarse.

Libre, legal y feminista

Las revueltas, tanto como las Socorristas en red, son parte de la Campaña por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito. Pero ellas piden más, quieren que el aborto sea libre y sea feminista. ¿Libre? ¿Y eso que quiere decir? ¿Ni siquiera alcanza con la legalidad? “Ya en la reunión plenaria nacional de La Plata en el 2016 empezamos -dice Zubriggen- a reflexionar sobre los límites que tiene pensar que todas las soluciones van a llegar con la legalidad estatal. Es más, algunas empezamos a proyectar que aún con ley que despenalice y legalice el aborto el movimiento socorrista tendrá razón de ser. Porque toda vez que los estados capitalistas, racistas, heteronormados, violentos, regulan y aprueban una ley vinculada al aborto, por lo general dejan afuera un sinnúmero de situaciones a las que hay que seguir dando respuestas. La salida de aborto por causales es insuficiente (aunque a veces existe una romantización de las causales) por un lado porque nos obliga a dar motivos de por qué abortamos y los motivos de por qué abortar son tantos y tan disímiles como mujeres y personas con capacidad de gestar quieren abortar. Quiero decir, los motivos no entrarán nunca en sus causales “universalistas”. Estas leyes regulan para generar algún modo de control social. Queremos pensar los reclamos vinculados a las decisiones sobre nuestros cuerpos sin las injerencias estatales sobre ellos. Esto puede ser visto como un deseo inalcanzable para el mundo en que vivimos, sin embargo el feminismo tiene sentido para nosotras si se estructura en deseos de cambios por fuera de la fe estatal.” Para que haya aborto “libre”, de todos modos, es condición que haya aborto legal, eso no dejan de repetirlo las Socorristas, pero mientras lo hacen insisten en preguntarse por qué hablan de aborto feminista, para que no quede en la consigna, para que no sea una mera provocación. “Ese es el desafío, densificar nuestros sentires y deseos”, dice Ruth, y así se piensan en conjunto. “Al aborto lo deseamos feminista para que pongamos en acto prácticas de cuidados, de amorosidades entre nosotres -insiste usando la e para la primera persona del plural como quien abre una duda, una hendidura en el lenguaje que dice que ni siquiera todos los cuerpos que abortan son de mujeres, también lo hacen las lesbianas que no se consideran así y los varones trans-, donde no exijamos motivos ni justificaciones, donde armemos pactos que alivien dolores, donde demos hospitalidad a la ternura, donde abortar no sea el mal menor sino una experiencia más de nuestra existencia vital generificada”.

Feminista, entonces, para cambiar la vida y el imaginario, para que la autonomía sobre nuestros cuerpos sea un hecho, para que gestar o elegir no hacerlo sean decisiones éticas, momentos de duelo y de libertad, entramados en la construcción de ese mundo otro en el que entremos todos, todas, todes. Como dice una las socorristas al salir de aquella plenaria en San Martín de los Andes: “Porque quiero, porque me quiero y en este querer nos quiero a todas”. Por una pedagogía de la ternura en contra de la crueldad.