Apenas supo que había cuatro chicos argentinos en la pensión del Inter, Javier Zanetti los invitó a su casa. Los pibes tucumanos no podían creer dónde estaban. Pupi era una fija desde hacía años en la Selección y un indiscutido en aquel gran equipo milanés plurinacional en el que jugaban Ronaldo, Roberto Baggio, Álvaro Recoba, Iván Córdoba, Clarence Seedorf, Iván Zamorano, Christian Vieri, entre otros. Había camisetas por todos lados y una heladera llena de la que dieron cuenta. Uno de ellos, el más bajito, que miraba de reojo a un perro de gran tamaño, tenía 14 años y se había embarcado en una aventura sin siquiera saber muy bien dónde quedaba Italia. Era Luis Miguel Rodríguez, el Pulga. 

“Habíamos viajado con tres compañeros por un representante. Estaba todo muy bien, vivía en la pensión con todo lo que necesitaba. Incluso cuando nos fuimos para allá, el Inter había hecho una especie de filial en Tucumán para la que había mandado un montón de cosas. Pero de la noche a la mañana algo raro pasó y nos tuvimos que ir. Todavía no sé por qué fue, pero nos quedamos sin lugar”, le cuenta a Enganche el ídolo del Decano, a pocos metros del Obelisco porteño.

El predio al que se refiere fue otro de esos raros experimentos que distintos ricos clubes europeos emprendieron por estas latitudes. Estaba ubicado en la localidad de Los Sosa, dentro del departamento de Monteros. Ahí los chicos jugaban con la ropa que el Inter había mandado junto con varias pelotas y algunos elementos más para los entrenamientos. Con el correr del tiempo el predio quedó casi abandonado y hoy es un circuito de tierra para carreras de karting. 

No solo se trató de pruebas y entrenamientos, sino que disputó un torneo de divisiones inferiores en el que, con la camiseta azul y negra, enfrentó a Parma, Udinese y Perugia. Al equipo no le fue bien y por eso no avanzó a la instancia siguiente, en la que se hubiese cruzado en un mini derby con el Milan. Pese a no haber marcado goles, recuerda que enhebró varias de sus jugadas frente a defensores a los que apenas les llegaba al pecho. 

 “Apenas me instalé en la pensión del Inter me dieron dos bolsos llenos de ropa, con varios pares de botines, zapatillas. Todo resultaba increíble, como de otro mundo”, rememora. Eran tiempos en los que el Inter, alimentado por la fortuna de la familia Moratti, estaba poblado de estrellas. Pero al Pulga lo imantaba el juego de un moreno que se entrenaba cerca de las canchas de los juveniles, con el equipo de reserva. Era el nigeriano Obafemi Martins, hoy compañero de Carlos Tevez en el Shanghái Shenhua, de China. “Era un jugador impresionante, apilaba a todos los que se le ponían enfrente de una manera tremenda”.

De aquellos chicos que viajaron a Europa fue el único que llegó a jugar en Primera División. En la mirada retrospectiva valora con orgullo y una sonrisa que le ilumina la cara aquellos varios meses en uno de los clubes más renombrados del mundo. Incluso todavía mantiene la duda sobre si hubiese podido llegar a la primera del conjunto rossonero. “Fue una historia muy linda, una experiencia única, en un lugar único. Es un recuerdo especial de mi carrera. No alcancé a jugar en ese nivel y me quedó esa cuenta pendiente, esa duda. Porque sentía que podía llegar a jugar allá; tal vez no en el Inter, pero sí en otros clubes italianos de un escalón más abajo”.

El tiempo en el Inter fue escalonado, primero estuvo cuatro meses, después otros cinco y finalmente dos. Nunca supo por qué el empresario lo hacía ir y volver. Hasta que finalmente las puertas del conjunto de Milán se cerraron “por las cagadas que había hecho el representante”. El destino entonces fue Rumania. “El mismo tipo nos mandó al Craiova con la promesa de que íbamos a cobrar 500 dólares por mes; algo que no pasó nunca. Ahí sí que la pasé mal, porque estábamos solos, no entendíamos ni una palabra y estábamos sin plata”. Después de conseguir un alojamiento momentáneo volvió en un periplo interminable. Primero Bucarest, después Frankfurt, de ahí a Buenos Aires y seguido a Córdoba para luego llegar finalmente a Tucumán.

“Allá estábamos entregados a la persona que nos había llevado. Ni siquiera teníamos nuestros pasaportes. Una vez estábamos paseando por la calle y nos asustamos mucho cuando nos paró la Policía; no teníamos nada para mostrarles. Logramos hacerles entender que éramos jugadores del Inter y nos llevaron al club”. Con la cicatriz de esa herida, hoy está atento a que los más chicos “entiendan lo que firman en un contrato; la plata, la duración y todas las cosas que implica”.

La aventura también tuvo el costo del desarraigo. “Cuando volví, lo primero que le dije a mi vieja fue que no me volvía a ir de Tucumán. Quería seguir jugando al fútbol, pero cerca. Por eso la primera vez que me llamaron para jugar en Racing de Córdoba les dije que no, porque tenía miedo de volver a alejarme”. Su lugar era Simoca; y lo sigue siendo, porque todavía vive en ese pueblo distante a poco más de 60 kilómetros de la capital provincial.  

Sufrir la distancia con su lugar no fue el único desencanto, también llegaría más tarde el de los manejos del fútbol. Por eso después de ser el goleador para que Racing de Córdoba llegue al Nacional B quiso largar todo. Pasó varios meses sin jugar hasta que finalmente desembarcó en Atlético Tucumán. Con el Decano transitó desde el ascenso hasta la Copa Libertadores y “al orgullo más grande en el fútbol”, como define al hecho de que Diego Armando Maradona lo citase a la Selección para disputar un amistoso con Ghana. 

 “Cuando tuve la posibilidad de ir al Inter era un chico con muy pocos conocimientos, ignoraba un montón de cosas. No sabía dónde quedaba Italia ni con quien me iba. Pero le di para adelante. No tenía miedo y era audaz, por eso a los 13 años jugaba en la liga tucumana. Pensé que esa era una oportunidad para jugar al fútbol y que mis viejos no trabajasen más”. Antes de irse a Italia, juntaba algunos billetes para ayudar a su familia en la construcción y el fútbol clandestino. Después de la escuela ayudaba a su padre como peón del albañil y los fines de semana esquivaba patadas con guapeza en torneos por plata.

Pese a todo, el Pulga no se arrepiente de la historia que protagonizó: “Si fuese chico y tuviese de nuevo esa oportunidad, incluso con el final que tuvo, no dudaría en volver a hacer lo que hice. Me permitió conocer Europa y estar adentro de uno de los clubes más importantes del mundo”. 

Después de aquella invitación a su casa, el Pulga no volvió a cruzarse con Zanetti. Invitado al partido a beneficio que la Fundación Pupi realizó en Santiago del Estero el mes pasado, su ausencia se debió al compromiso que dos días después Atlético Tucumán tenía en Bolivia por la Copa Sudamericana. “Cuando estuvimos allá él y su mujer, Paula, nos trataron como si fuésemos familiares. Nos regaló a cada uno de nosotros una camiseta suya del Inter, que en la casa tenía varias. Pero nunca más volvimos a tener contacto”. 

En una infancia en la que faltaba más de lo que alcanzaba, una pelota de cuero hubiese sido un tesoro. Fueron cien las que cayeron sobre el campo de juego del estadio José Fierro cuando, en abril del año pasado ante Defensa y Justicia, los hinchas celebraron su centenar de goles en Atlético Tucumán. Antes de aquel reconocimiento se habían sucedido los torneos por plata en Simoca, el inicio profesional en Racing de Córdoba por 200 pesos mensuales, el enojo y la rabia que lo hicieron pensar en dejar el fútbol, su paso por Newell´s en el que dejó un golazo a Boca en el Coloso Marcelo Bielsa y la citación de Maradona para vestir la camiseta de la Selección. Y también aquella aventura en Italia, cuando al menos por un rato fue jugador del Inter. 

Carlos Sarraf