La relación entre arte y política en la Argentina del siglo XX está signada por su obra. Sin su aporte, las cosas habrían resultado de otra manera. No sólo las artes plásticas, terreno de su creación, sino también el campo fértil de la reflexión sobre los entrecruzamientos de ambas disciplinas, puestas en conjunto al servicio de la revolución desde fines de los ‘50, cuando fue uno de los fundadores del grupo Espartaco, y sostenidas en acciones concretas en una vida de compromiso con las luchas sindicales y con los derechos humanos. Porque es un artista fundamental, porque la lucha obrera tiene en su estética una representación en el imaginario colectivo de los argentinos, Caras y Caretas homenajea en su próximo número, que estará mañana en los kioscos opcional con PáginaI12, a Ricardo Carpani, de cuya muerte se cumplen veinte años.

En su editorial, María Seoane señala a Carpani como el mejor intérprete de “ese momento flamígero de rebeliones” que fueron los años 60: “Los cuerpos obreros desafiantes, sólidos, rocosos, dispuestos a ser verdaderas murallas contra las injusticias y la pérdida de derechos y, además, a ser los sujetos llamados a liberar a otras clases sociales de los padecimientos del capitalismo”. 

Felipe Pigna cita el manifiesto del grupo Espartaco, donde los artistas sentaban su posición política frente al arte y la vida: “El arte revolucionario latinoamericano debe surgir como expresión monumental y pública. El pueblo que lo nutre deberá verlo en su vida cotidiana. De la pintura de caballete, como lujoso vicio solitario, hay que pasar resueltamente al arte de masas, es decir, al arte”.

Desde la nota de tapa, la artista e investigadora Alejandra Maddonni sostiene: “Los murales de Carpani han caracterizado cada una de las etapas políticas, sociales e históricas de nuestro país, por eso su sintaxis ha cambiado en la medida que la Argentina también lo hacía. Así y todo, su obra ha logrado generar fuertes lazos de identificación nacional y latinoamericana a lo largo del tiempo. Si bien la mayoría de sus murales fueron destruidos, su imagen gráfica no sólo se conservó intacta sino que revive una y otra vez en cada publicación o afiche de agrupaciones políticas, estudiantiles y sindicales de hoy”. 

Desde la admiración y desde la amistad que los unió, Norberto Galasso recuerda: “Ricardo se sumerge en el movimiento del ‘68 de donde nace la CGT de los Argentinos, con Raimundo Ongaro a la cabeza. Y como recordaba siempre el dirigente farmacéutico Alfredo Ferraresi, era tan auténtico que no esperaba que fueran a retirar los afiches a su casa, sino que los cargaba él mismo y aparecía en el sindicato, así como después estampará su arte revolucionario en los murales de algunos de los gremios de esa línea   revolucionaria. Rechazado por el aparato cultural del régimen, encuentra apoyo en la clase obrera con sus afiches ¡Basta!, ¡Libertad a Ongaro y Tosco! o con sus recreaciones de Evita y Perón y de los verdaderos héroes del pasado, como el Chacho Peñaloza o el general San Martín”.

Vicente Zito Lema recuerda con cariño a su amigo, con quien compartió los duros años del exilio: “Era de esperar que en las épocas más sombrías de la historia argentina, con dictaduras y grupos parapoliciales como la Triple A, Ricardo sufriera acosos y persecuciones, amenazas concretas contra su vida que lo obligaron al exilio. Se fue con Doris a España. Vivió una época en Barcelona y otra en Madrid. También yo conocí el exilio. Y en el exilio continuó nuestra amistad”.

Ignacio Soneira escribe sobre muralismo latinoamericano: “Carpani fue, posiblemente, el muralista más prolífico y reconocido que tuvo la plástica argentina. La combinación entre el desarrollo de una producción contundente y la explicitación programática de su concepción del arte político volcada en sus ensayos y artículos se ve reflejada hoy en un número significativo de muralistas que toman su ideario y obra como un legado”. El número se completa con la página policial de Ricardo Ragendorfer y con dos entrevistas: una con Luis Felipe Noé, figura clave en la vida y la obra de Carpani, y otra con Aníbal Cedrón, que lo conoció y se referenció en sus producciones artísticas. 

En resumen, se trata de un número imprescindible, con las ilustraciones y los diseños artesanales que caracterizan a Caras y Caretas desde su fundación a fines del siglo XIX hasta la modernidad del siglo XXI.