Unicornio es muchas películas en una. No solamente porque narra varias historias de féminas, sino también por el abanico de temáticas que aborda y despliega.

En una primera lectura, la ficción se centra en la vida de cuatro mujeres en un barrio pobre, casi de reviente de Buenos Aires. Son cuatro mujeres aparentemente disímiles unidas por una amistad muy intensa no exenta de rivalidades y peleas. Amanda (Carolina Ramírez) es bailarina de strip-tease en un bar nocturno y se presenta como una mujer dura que huye de los estereotipos del amor romántico como si fuera de la peste. Grace (Nancy Dupláa) es una cincuentona que cree que se le pasó el cuarto de hora y se sumerge en el alcohol para olvidar los dolores de un amor a medias que lleva demasiado tiempo. Diana (Sofía Dieguez) es una mujer trans que no se siente plenamente aceptada ni satisfecha en su relación amorosa con Mario (Nicolás Pauls). Y, finalmente, Lila (Camila Azul Sosa) es una adolescente que sufre violencia intrafamiliar y que no se cree digna de vivir su primer amor por el espejo que le devuelve una madre despótica, sufrida y desilusionada con la vida. Cuando estallen los conflictos, las mujeres se percatarán de que lo que las asemeja es mucho más profundo de lo que las diferenciaba en la superficie.

A su vez, Unicornio es una película feminista. Y no solo por estar protagonizada por mujeres y escrita por una mujer: la genial Natural Arpajou en su tercer film como directora. Sino porque es antipatriarcal, pero en el sentido complejo del término. Es decir, más que una película que denuncia a los varones (aunque también da cuenta literalmente de los horrores de la violencia machista) lo que denuncia es el sistema desigual de sexo-género del cual salen principalmente perjudicadas las mujeres y que frecuentemente limita los afectos e incluso los goces corporales de los varones. En ese sentido no es una película maniquea: hay mujeres que víctimas del patriarcado que son bastante villanas (la madre de Lila interpretada magistralmente por Susana Varela) y hay mujeres que no pueden escapar de los límites del patriarcado; hay varones “buenos”, los hay atroces, pero hay otros, que son víctimas y victimarios de lo que Rita Segato llamaría “pedagogía de la crueldad”, hacen lo que pueden y son, a su vez, bastante infelices.

Lo que hace también de Unicornio una película feminista es que, en concordancia con los tiempos que corren y con las protagonistas de las luchas sociales más importantes de las últimas décadas, el vínculo más poderoso, el que salva es el que enlaza a las cuatro amigas protagonistas. En efecto, el lazo que une a Grace, Amanda, Lila y Diana es más fuerte que el sexo o el amor tradicional de pareja: es el lazo indisoluble que une a cuatro humanas que por momento se sienten rotas, que están atravesadas por heridas profundas y que, frecuentemente desamparadas, saben que lo único que tienen en la existencia es a ellas mismas.

Finalmente Unicornio es una película antiliberal. Porque, lejos de la propuesta del empoderamiento individual, su mensaje principal es que nadie se salva solo. Es una película sobre la fragilidad, la precariedad de las vidas y la necesidad de cuidado, de afecto, de ayuda de las otras y de la necesidad de conformar una familia y una comunidad ampliada para la supervivencia y la buena vida en sentido filosófico.

Natural Arpajou compuso una película honesta, bella y luminosa que puede ser leída como la versión trash, trans y nacional y popular de Sex and the City. (O de unas mujercitas a las que hermanó la vida ya que no la sangre y que de manera análoga al clásico de Louise Alcott por más que no consiguen nada de lo que desean, al final encuentran cierta felicidad). Alejada del glamour y el derroche del serial norteamericano, el cuarteto de amigas locales debe enfrentar -intersectorialmente- el problema de la supervivencia económica además de los derivados de sus relaciones amorosas y de los conflictos de clase, género, nacionalidad y raza. Impecablemente interpretada, todas convencen en sus papeles: Carolina Ramírez da cuenta de su ambivalencia de mujer dura, sexualmente libre y vulnerable; Nancy Dupláa descolla y conmueve en el rol de la frágil y amorosa Grace y se atreve a mostrar (otra de las subversiones del filme) que hay sensualidad tras los cincuenta. Y, en sus primeros protagónicos para el cine, Sofía Dieguez y particularmente Camila Azul Sosa hablan poco, pero seducen y emocionan con el manejo de sus cuerpos y un impresionante juego de miradas que lo expresan todo.