Talampaya, el sexto disco del trompetista y compositor Sergio Wagner, abre con el tema “Una figura”, expresión de jazz abierto, donde entran ciertas rítmicas folklóricas y solos alternados de trompeta y guitarra eléctrica. A continuación, entre una guitarra acústica, un vibráfono y un tono elegíaco de la trompeta, irrumpe “Talampaya”, el que da origen al disco. Wagner sugiere cerrar los ojos para evocar el remoto paisaje riojano. Y entrar lentamente en el misterio de sus rojas y altísimas murallas, las que nacieron hace 250 millones de años en tiempos del Triásico.

Son temas largos, de entre ocho y nueve minutos, con una buena base de improvisación. “Durante la pandemia empecé a escribir lo que hoy es Talampaya, no la totalidad, sino varios de los temas. Con esa incertidumbre permanente de no saber nada acerca de la grabación de la música que iba escribiendo. Quizá eso la hace introspectiva, en sintonía con aquella época donde también era incierto el futuro del mundo global”, suelta Wagner, que reconoce amplias influencias en su disco, de Luis Alberto Spinetta a Guillermo Klein, de Mercedes Sosa a Atahualpa Yupanqui. La marca telúrica es ciertamente protagónica. En su nuevo material se escuchan “Plegaria” y “Atahualpa”, canciones instrumentales con largas inflexiones nostálgicas, de una profundidad lírica que se expande con aires meditativos, sin exageraciones, en el quinteto completado con Pablo Passini en guitarras, Fermín Merlo en vibráfono, Belén López en contrabajo y Carto Brandán en batería.

Apenas hace unos años, Wagner visitó con su pareja el Parque Nacional Talampaya y percibió un singular asombro por los inmensos paredones, por la tierra ancestral. “Sentí melodías en mi cuerpo y una linda inspiración para darle un concepto homogéneo al disco. De ahí viene el homenaje a este hermoso lugar con un humilde y honesto trabajo”, precisa el trompetista y se explaya. “Por más que haya escrito los temas, esta música es ochenta por ciento improvisación y aporte grupal, y el restante es mi intención, cómo escucho la música en este momento. Hubo una búsqueda de hacer sonar el disco con una identidad propia, que suene a jazz argentino. De todas maneras, el jazz no tiene banderas. Es música del universo”.

Empezó a tocar la trompeta a los 12 años en su ciudad natal de Azul, en la provincia de Buenos Aires. Absorbió rápidamente a los maestros a través de la escucha: no le quedó otra alternativa. “A esa edad me llegó Kind of Blue y compilados de Charlie Parker y Dizzy Gillespie. Rápidamente me atrapó esa música y comencé a trascribir las melodías y los solos de Miles, Dizzy, Chet Baker. En mi ciudad, al ser tan pequeña, no había quien me enseñe el lenguaje”. Poco a poco fue practicando el instrumento, imponiéndose una disciplina. Formó parte de orquestas sinfónicas en Olavarría e integró la del Mercosur en 2004, donde profundizó en el mundo clásico. A los 18 se instaló en Capital Federal y estudió jazz en el Manuel de Falla, su verdadera escuela.

“Esa etapa fue fundamental para relacionarme con profesores como Ernesto Jodos, Hernán Merlo, Carlos Lastra y Mariano Otero, que hoy son amigos, colegas, compañeros de trabajo, al igual que el enorme Enrique Norris, que partió hace tan poco tiempo”, dice el activo Sergio Wagner, que desde aquel momento hasta hoy calcula un promedio de 200 toques al año, grabando gran cantidad de discos como líder, colíder y también como sideman. Entre sus actividades integró el grupo Brote, editó el disco Backstage Sally junto a Alan Zimmerman, y en 2016, después de pasar por el hard bop y los standards, sacó su primer disco, Edén, que ganó el premio de Composición Popular Contemporánea del Fondo Nacional de las Artes.

Al año siguiente, Wagner fue seleccionado para una residencia artística en Basilea, Suiza. Trabajó con grandes figuras del jazz norteamericano y europeo, con la visita de artistas como Steve Swallow, Dave Holland, Kurt Rosenwinkel, Joshua Redman, Larry Grenadier, Guillermo Klein y Jorge Rossy. En el medio, de regreso a Argentina, armó un trío llamado Trébol junto a Sergio Verdinelli y Mauricio Dawid. Pero volvió varias veces a Europa y grabó con Jorge Rossy en un bello disco titulado Luna, mayormente poblado por standards, y después participó de una gira junto al Wolfgang Muthspiel Large Ensamble, donde conoció escenarios como Wiener Konzerthaus en Viena y Elbphilarmonie en Hamburgo.

Sergio Wagner (Foto: María Della Bella)

En sus idas y vueltas, Sergio Wagner siempre sintió el deseo de reconocerse como autor dentro del jazz argentino, sin dejar de meter las patas en las aguas de la música pop y el rock. De allí sus colaboraciones con Fito Páez, Sandra Mihanovich, Vicentico, Illya Kuryaki y Gustavo Santaolalla. “Es importante pasar por escenarios grandes”, dice el músico nacido en 1988. “Particularmente me dejó un aprendizaje, y es que me di cuenta que vine al mundo para tocar en escenarios chicos. Es lo que más me gusta, como estar metido en el estudio trabajando con grabaciones, ya sea con artistas comerciales, jazz o canción”.

Talampaya es un hermoso trabajo de seis composiciones originales con la fiel impronta de Sergio Wagner: lirismo, profundidad y hermosos solos”, opinó sobre su nuevo trabajo Juan Cruz de Urquiza, uno de los referentes locales de la trompeta. En el disco, la orquestación fue ideada por Wagner con la trompeta como único instrumento de viento y melódico, sumando sonidos como el del vibráfono y la guitarra para diferenciarse del quinteto habitual de piano y saxo. La tapa del disco, además, fue parte de un registro de fotos analógicas que hizo junto a su compañera, María Della Bella. “Con el sello Los Años Luz fuimos a una idea de lo simple, a los colores del paisaje y la calidez, que cada uno viaje con la música. A Talampaya, o adonde sea. Una música sin fronteras, sin límites”.

Todo desde el grado cero del jazz, aquel instrumento que glorificaron popes como Louis Armstrong en el nacimiento del género. “La trompeta me sigue desvelando, no hay día en la semana que no toque aunque sea una hora. Y si me voy de vacaciones, ella viene conmigo. Me ha pasado de dejarla y es realmente tedioso volver. Por eso me encanta tenerla siempre ahí, es parte de mí. Como una extensión del cuerpo”.