Las elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) del pasado 13 de agosto, arrojaron resultados muy preocupantes en diversas dimensiones. Una de ellas es que dos tercios del electorado se manifestó a favor de espacios políticos que esgrimen con gran virulencia un discurso manifiestamente opositor a la participación del Estado en la regulación de la economía. Esto da cuenta de una visión ampliamente dominante en la discusión pública que propone superar las dificultades de la realidad económica a partir de la liberalización de las fuerzas de mercado.

Esta proposición surge a partir del concepto acuñado por Adam Smith, conocido como “la mano invisible”, sobre el cual se estructura el andamiaje teórico de la economía mainstream. Esta perspectiva refiere a una supuesta y natural armonización de los intereses de los diversos agentes económicos, según la cual la planificación y la intervención estatal implicaría un obstáculo para el desarrollo. La hipótesis sostiene que, si cada uno persigue su interés particular, se alcanzaría el bienestar común dado que los objetivos individuales resultarían convergentes en esa dirección. El egoísmo es presentado como una característica benévola y distintiva del comportamiento humano, a partir de la cual los intereses privados fundan la prosperidad del conjunto de la sociedad.

Así, el liberalismo económico propicia un Estado mínimo que se concentre en la función policial y judicial y que se retire de todas las demás áreas. De esa forma, sostienen, la libre acción de la oferta y la demanda solucionaría cualquier problema económico y crearía empleo para todos. De modo tal que, cuanto menor sea la intervención estatal, mayor sería el desarrollo de la economía.

Experiencias de libre mercado

El problema para la perspectiva liberal de libre mercado radica en que la realidad histórica no convalida sus modelos. Sin ir más lejos en Argentina, las políticas de liberalización de la actividad económica ejecutadas por la última dictadura militar, por el menemismo en los noventa, e incluso durante la gestión del macrismo, arrojaron resultados calamitosos para el entramado productivo y social. Pero aun dejando de lado la experiencia nacional, la historia de la humanidad en su conjunto invalida las premisas del modelo del libre mercado.

Ancestralmente, las sociedades agrícolas primigenias presentaban esquemas sociales de no más de unos pocos cientos de miembros, en donde casi todos los individuos conocían a la mayoría de los miembros de su tribu, y a menudo estaban emparentados entre sí. La pequeña escala de estas sociedades y su cohesión facilitaban la colaboración y mitigaba las disputas. En ese marco, el liderazgo tribal hacía cumplir las reglas en la comunidad y fomentaba la cooperación. 

A medida que estos asentamientos se fueron expandiendo y sus poblaciones se hicieron más numerosas, surgió la necesidad de una cooperación más amplia que superara los lazos familiares. De este modo, florecieron instituciones políticas y religiosas mucho más complejas, que permitieron a nuestros ancestros colaborar a mayor escala, dando lugar a la construcción de grandes sistemas de riego, caminos, edificaciones, fortalezas intimidatorias y ejércitos temibles.

Estas ventajas permitieron una mayor producción de alimentos, lo cual dio lugar a un notable crecimiento demográfico y a la correspondiente división del trabajo. De este modo, el producir más calorías por trabajador, permitió sostener a una clase social que no estaba dedicada a la obtención de comida, al tiempo que se incrementaba la densidad poblacional. Tener una clase social que no estuviera destinada a la producción de alimentos permitió la creación de una estructura burocrática, dedicada a la organización política y a la acumulación de nuevos conocimientos.

En efecto, para facilitar la cooperación a gran escala, estas sociedades más complejas comenzaron a caracterizarse por un liderazgo político sostenido y por una toma de decisiones centralizada. Así, los Estados estructurados a partir de la recaudación de impuestos podían financiar mayores ejércitos, proporcionar mejores servicios públicos, imponer la ley y el orden, invertir en capital humano y hacer cumplir los contratos comerciales, todo lo cual fomentaba el progreso tecnológico y el crecimiento económico.

Más adelante en el tiempo, pero sobre la base de esa misma estructura, la Revolución Industrial constituyó la fuerza que metió de lleno al mundo en la moderna fase de crecimiento. Las innovaciones tecnológicas permitieron aumentar la población y fomentaron la adaptación de esta a su entorno, tanto ecológico como tecnológico. Las poblaciones más numerosas y mejor adaptadas fomentaron a su vez la habilidad de la humanidad para diseñar nuevas tecnologías y para obtener un control cada vez mayor de ese entorno. 

Así, la industrialización desencadenó una revolución en la educación de las masas. Los salarios de los trabajadores comenzaron a subir. En pocas palabras, las sociedades industriales de todo el mundo, incluso aquellas que se resistieron a adoptar otros aspectos de la modernidad occidental, decidieron apoyar la educación pública, sobre todo porque comprendieron la importancia de la educación universal en un entorno tecnológico dinámico, tanto para los empresarios como para los trabajadores.

A partir de ello, el desarrollo histórico del capitalismo tuvo lugar en los países centrales, a partir del crecimiento de la gran industria y la consiguiente constitución de sistemas industriales nacionales integrados. La maquinaria industrial permitió la aplicación de la ciencia al producto general del desarrollo social, es decir, al proceso inmediato de producción, potenciando el valor generado por la mano de obra. De esta forma, a medida que las innovaciones tecnológicas se consolidan en determinado sector, estas tienden a extenderse al resto de las ramas de producción, erigiéndose como la forma general socialmente imperante en el proceso de producción y conformándose en tanto un sistema industrial integrado. Así, el entramado productivo se constituye como el soporte material que permite al capital orientar el desarrollo de las fuerzas productivas a través de la innovación tecnológica derivada de la acumulación social de conocimientos.

Los avances tecnológicos y los sistemas públicos de salud contribuyeron al descenso en las tasas de morbilidad y al aumento de la esperanza de vida, que a su vez impulsaron los incentivos para invertir en educación y fomentaron nuevas innovaciones tecnológicas. El aumento de la calidad de vida a partir de la Revolución Industrial fue principalmente el resultado de la formación del capital humano y el rápido avance tecnológico, que se reforzaron mutuamente.

Al observar la historia de los países desarrollados, se puede verificar que cada uno de ellos atravesó diferentes fases y alcanzó el desarrollo delineando características únicas e irrepetibles. El desarrollo es una experiencia nacional plagada de contradicciones, conflictos y dificultades, en la que cada país debe seguir su propio recorrido a partir de su experiencia histórica y sus oportunidades. Sin embargo, la historia económica demuestra que no existe sociedad que se haya desarrollado a partir de los mandatos del libre mercado.

En efecto, y al contrario de lo propuesto por el liberalismo económico, los países más desarrollados del mundo cuentan con los estados más grandes y poderosos, en tanto los países más atrasados son los que presentan una estructura estatal más pequeña. Por ejemplo, en el año 2022 el gasto público en relación al PBI fue en Alemania del 49,7 por ciento, en Francia del 58,1 por ciento, en Italia 56,7 por ciento, Finlandia 53,4 por ciento y Suecia 47,7 por ciento. Incluso en casos como los de Estados Unidos o Israel, que suelen presentarse como paradigmas del libre mercado, durante el año pasado el gasto público en relación al producto fue del 43,02 por ciento y del 44,73 por ciento respectivamente. En tanto que en Argentina el gasto público sobre el PBI fue del 37,83 por ciento.

Esto es precisamente lo preocupante del resultado de las PASO: una mayoría importante del electorado apoyó espacios que promueven políticas absolutamente contrarias a aquellas que han impulsado históricamente el desarrollo económico en el mundo. Por lo cual, en caso de implementarse esas propuestas en Argentina, se inhibiría de forma categórica la posibilidad de impulsar el crecimiento inclusivo y, por ende, de mejorar la calidad de vida de los argentinos.

Para lograr replicar el éxito alcanzado por las sociedades con mejores niveles de vida, resulta fundamental reconocer cuáles han sido las recetas que han utilizado para conseguir ese grado de desarrollo, teniendo en claro que las mismas nada tienen que ver con las políticas propias del libre mercado que algunos insisten en promover. Por el contrario, ha sido siempre la regulación estatal y la planificación económica lo que permitió a las actuales potencias globales desarrollarse a través de la educación, la ciencia y la innovación productiva. En dónde un Estado grande y robusto es imprescindible, pero también lo es que ese Estado sea ágil, dinámico y eficiente en su objetivo prioritario de mejorar la calidad de vida de los ciudadanos.

* Economista UBA. @caramelo_pablo