A Graciela Neme y Luis Peñaranda
Se sentó sobre el borde de la barranca con una caña de pescar que sólo era un pretexto para poder pensar en el problema que lo atareaba. Un problema considerado trivial pero que él no consideraba menor, ya que ponía en juego un hábito heredado que daba de lleno con la verdad o, mejor dicho, con una verdad que siempre pretextaba ser una sola. Verdad que allí, observando el rumor de las aguas, que pese a sus ligeras y mínimas bifurcaciones descendían hacia la expansión del mar, lo convencían de un todo variable y transitorio.
El borrador que siempre portaba para inscribir un pensamiento repentino era su salvoconducto para evitar la angustia de una caída fulminante, que lo rondaba desde la parte muerta que portaba consigo, desde la muerte de su hija más pequeña, que reaparecía en cualquier instante, caminando a su costado, junto a un verso de Dante que lo expresaba: "chi es costui que sansa morte, va por lo regno de la morta gente…". En ese instante, instante sin duda privilegiado que los griegos llamaban ahora, se percató de que Heráclito trataba de pescar al lado suyo, siguiendo como alucinado un espacio de mismidad continuo en los pliegues huidizos, insinuando el misterio del movimiento, del tiempo y la inconcebible infinitud resistente a cualquier concepto.
En el rancho, a media cuadra de su espalda, los dos viejos, Don César y Don Torrenti, al modo de los antiguos se esmeraban en una discusión que ya llevaba algunos años. De ellos había escuchado, a la luz de una tímida hoguera, admitiéndole a la noche ser respectivos reflejos duales de sus sombras, la resonancia de algunas palabras: cuándo, dónde, cómo, extendiendo sus sentidos en el tiempo y el espacio y en las variables que traman la existencia. Existencia como la de él, que trataba de consumar el diálogo sostenido con sus maestros, a través de una escritura preexistente a sí misma y sin embargo inconclusa. De hecho, daba por sentado que todo era un influjo de esos viejos que parecían inacabados, pero consistentes a pesar de no unificarse en totalidades predeterminadas, sin sujeto ni objeto como punto de partida, sino en un comienzo insondable, hurgando en las combinaciones posibles, no con la pretensión de llegar a ser, sino simplemente subsistir. Por esa idea, descendía a esa precariedad de siempre, semejante a la copia de un mundo primitivo, destinado a una pobre eternidad sostenida por el canto de los grillos, el zumbido de un abejorro o el vuelo circular de algún pájaro, que lo impulsaban a transcribir esa percepción antes de que se disipe, sin pensar que la lengua y la escritura también se disipan. Creía que ese esfuerzo lo justificaba para destacar lo verdadero bajo el mundo de las formas y sus transformaciones, como si se tratase de penetrar en el núcleo del concepto, soterrado como un tesoro bajo el barro que subyace en lo profundo de las aguas. Pero ahora, cuando lo cercaban las primeras impresiones imprecisas del crepúsculo, debía regresar al rancho, donde los dos viejos asaban una boga mientras intercambiaban sus ideas cercanas y dispares.
Fiel a la supuesta simplicidad de decir, que transcribió en su borrador, Don Torrenti insistía: "Hay que decirlo todo… simplemente decirlo". Don César no estaba convencido: "Todo es una palabra de la lógica que da la forma al razonamiento. Pero además, ¿querer decirlo todo?". Don Torrenti se corregía: "Quiero decir que el todo es lo que nos incentiva, acerca de cualquier tema del que sea". "Ya veo –dijo Don César–, es un intento, como la vida ¿Y si no…?, para qué la viviríamos", agregó Don Torrenti. El silencio de Don César pareció confirmar un acuerdo tácito, sin embargo contrapuso: "El intento deriva o abarca una intención y, mientras discurrimos, siento que nuestra intención es lograr un acuerdo para obtener una suerte de bien común, algo que nos enriquezca a los dos de igual manera, pero me parece que no suele ser lo que ocurre. Yo suelo andar con la idea de que lo que me hace feliz debo compartirlo. He caminado por el campo, por las calles, a la orilla del río y he conversado con los pescadores, con los que plantan para regocijo de un jardín o el surtido de alimento en una huerta, y es verdaderamente bello el que planta o cosecha y el pescador que pesca, pero hay hombres en las ciudades que se erigen en líderes y se expresan en palabras más grandes que sus cabezas y una inmensa mayoría les cree. Hay mucha gente que profesa la ignorancia para ser felices, lo cual no es seguro", dijo Don Torrenti.
Este hallazgo de frases simples, de palabras expresadas por hombres simples, desprovistos de la vanidad del intelecto, lo impulsaban a transcribirlas rápidamente como si perderlas equivaliese a perder el don de la sabiduría proyectado en el éxtasis de las palabras. Y como la noche avanzaba desde el este con la oscuridad que complace a su naturaleza, se apresuró a buscar una vela para escribir en su borrador, agradeciendo al pequeño elemento, cuya tímida luz iluminó el lábil movimiento de su caligrafía, tal como el medio despojado la incentivaba con su carga de un tiempo milenario y a la vez íntimo, a pesar de tanta pobreza y desamparo. Que las palabras fueran verdaderas o no, no le importaba, su misma inocencia, que las hace despreciables al vulgo, eran su mérito primero. Para que fuese verdadero un enunciado cualquiera, sería primero preciso que la verdad fuese. ¿Pero valdría la pena poseer las palabras si fuera solamente para decir lo que se piensa o el pensamiento para comprobar lo que de por sí es?
En esa disyuntiva estaba cuando intentó el ritmo de un poema. El escriba. Dios sería primero si Dios fuese, la infinita sucesión del uno, para lo cual es preciso que desdoble, en infinitos números su ser, y en variable dicción a la palabra, para nombrar lo uno y lo no uno. Más si lo uno se desdobla, se pierde como uno y absoluto, y dos se vuelve, que no parece nombrar, más que uno dos veces. Y si dos son dos de uno, de este modo son tres y siempre de uno, que se llama a sí mismo de otro modo, pero siempre más o menos uno… y además: ¿Para qué la palabra, con que se nombra el uno, si uno sólo dice lo que piensa… o lo que sea que piensa, para pensar lo que uno es? El escriba operaba con números las letras, y con letras los números, pero la operación conjuraba contra él.
Incluso lo había observado durante un tiempo. A Don Torrenti lo seducía la noción del intento. Intentar desde un visión alucinada un concepto que nos haga un poco más solidarios para ser un poco más felices. Después estallaba. "No es posible que las intenciones queden en meras palabras… en pura retórica de políticos venales…"; mientras que Don César le contrastaba con su visión de un Dios incierto, pero en el que era preferible creer por la posibilidad de ganar otra vida.
Esas conversaciones lo atravesaban cuando un pez pequeñito picó en el anzuelo. Rápidamente lo sacó y lo devolvió a las aguas, porque todo lo que afectaba a los organismos del entorno, lo afectaba a él.