Uno de los éxitos discursivos de Cambiemos es haber instalado en un vasto sentido común la debilidad del Gobierno. El autorretrato es falaz… y algo caló. Por razones evidentes, es más accesible (y astuto, por ende) corporizar la debilidad en la gobernadora María Eugenia Vidal que en Macri o el Jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta. La vicepresidenta Gabriela Michetti, por motivos que no vienen ahora a cuenta, ensayó para actuar ese rol y fue relegada. 

El oficialismo es “débil” en el Congreso nacional, póngale. Gestiona la Nación, Buenos Aires y la Ciudad Autónoma, no es poco. Pero Cambiemos es mucho más que una coalición política. Cuenta con un inédito poder fáctico: corporaciones empresarias (con pivote en el Grupo Clarín) y una facción dominante del Poder Judicial. Llamémoslo “confederación”, a falta de denominación más precisa… se aceptan sugerencias. Los socios conservan intereses propios, no siempre idénticos al del Ejecutivo pero prevalece el proyecto de país que comparten.

Las alas judicial y mediática contribuyen al asedio a Cristina, a su desprestigio e incluso a la amenaza de proscripción política que sigue pendiendo como espada de Damocles para el funcionamiento del sistema democrático.

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El oficialismo avanza, ataca, quiebra la legalidad asiduamente. Solo se frena si la oposición –usual aunque no exclusivamente expresada en acción directa– le marca que no pasarán. Así funciona la gobernabilidad macrista. 

Es desaconsejable forzar una descripción en base al modelo dicotómico que se propone desde diferentes relatos (unos para Venezuela, otros para la Argentina). “¿Democracia o dictadura?” “¿Blanco o negro?”. Tache lo que no corresponda, prohibido matizar o explicarse…demasiada simplificación.

 Sobre todo porque las movidas opositoras han constreñido unas cuantas jugadas autoritarias, ilícitas anche inconstitucionales.

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Va un listado básico, incompleto. Si fuera por el macrismo y no hubieran mediado réplicas de actores institucionales y sobre todo de colectivos populares movilizados:

  • Habría dos jueces de la Corte Suprema designados por decreto.
  • La Procuradora Alejandra Gils Carbó habría sido eyectada de modo similar hace más de un año
  • Milagro Sala seguiría encarcelada, en condiciones más ominosas que la actual y sin perspectivas de obtener pseudo prisión domiciliaria
  • Regiría el 2x 1 para represores y la amnistía encubierta permitiría que muchos anduvieran sueltos. Dos de los Supremos designados por Macri contribuyeron a formar la mayoría de tres.
  • Los tarifazos saldrían como por tubo, sin audiencias previas ni control judicial.
  • Cientos de miles de beneficiarios de pensiones no contributivas, jubilaciones, pensiones y planes Progresar continuarían privados de prepo de su derecho, sin notificación previa.

Todas estas tentativas tuvieron comienzo de ejecución, institucionalizado. Ora por el Ejecutivo, ora por su contingente judicial. Es factible que una movilización masiva, inaugural, a Comodoro Py haya disuadido al juez Claudio Bonadio de encarcelar ipso facto a la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner. A diferencia de los otros ejemplos, éste es una hipótesis.

Una nota al pie. Los retrocesos del oficialismo son temporarios, con frecuencia incompletos. Por caso, los despojos a jubilados, estudiantes o pensionados siguen vigentes en medida difícil de cuantificar porque el gobierno esconde la información. De cualquier modo, parte del objetivo está cumplido: ciudadanos vulnerables o de escasos recursos “transitaron” de ser sujetos de derecho reconocido a fatigar oficinas de funcionarios requiriendo la gracia de recuperar su paga. 

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La sociedad civil argentina es reactiva, muy dada a movilizarse para defender derechos, vetar acciones de gobierno, visibilizarse. El añorado sociólogo Guillermo O’Donnell describió esa veta jacobina hace décadas. Un periodista colombiano de la BBC, Daniel Pardo, reescribe el apotegma peronista: “donde hay una necesidad hay un quilombo”, reseña y se sorprende.

El oficialismo intentó desde el vamos vigilar y castigar la protesta. La detención de Milagro emitió una señal temprana, engalanada por un creativo protocolo de la ministra de Seguridad Patricia Bullrich que recién este año se concretó en plenitud.

El relato macrista estigmatiza, cuando no criminaliza, a quienes lo cuestionan en calles y plazas. El sociólogo Pablo Semán escribe esto en Panamarevista.com, mirando también a países vecinos. “Tal vez ese sea uno de los grandes rasgos del pos-pos-neoliberalismo en la región. El temer/madurismo de las elites enfrenta la problemática social con agresividad y metonimia: allí donde hay un reclamo hay una ilegitimidad y un sujeto a denigrar. No hay protesta justa: la masa de excluidos puede ser descompuesta en un sinnúmero de sujetos despreciables sobre los que ninguna violencia es mucha: no sólo aparecieron nuevos rótulos negativos como mafiosos, terroristas o planeros; la mácula de la indignidad resignifica categorías sociales enteras: industrial textil, pobre o pibe ya llegaron a ser estigma”. 

Así es. Comenzó con los “piqueteros”, con quienes usaban pasamontañas en las manifestaciones. La vindicta verbal y policial amplía sus objetivos, día tras día. Castiga a las mujeres despedidas de PepsiCo, es impresionante. Empleadas de fábrica, otrora paradigmas de la laburadora digna y sacrificada… ahora se las homologa a las mafias, los delincuentes o aún a dirigentes sindicales de baja calaña que las desamparan.

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El resultado electoral de las Primarias es provisorio, a la espera de octubre y del escrutinio-tortuga de Buenos Aires. Cambiemos se lee fortificado, con razón. Pronto lo traducirá en su tensa pulseada con la oposición social. Las intuiciones de este cronista sobre qué pasará están insinuadas; se fundan en los hechos del Gobierno y en la densa tradición de la derecha argentina. Se trata, claro, de especulaciones.  La historia, como siempre, la escribirán de las correlaciones de fuerzas.