Las pupilas se dilatan al compás del recuerdo. Lucía Lijtmaer creía que Argentina estaba en el cielo. Esa “confusión” tenía un sentido para la niña de apellido polaco: el momento del despegue, el cielo azul, las nubes de algodón y fantasía, la maravilla técnica que significaba volar doce horas desde Barcelona, la ciudad donde se instaló en 1977 a los siete meses de vida. Cuando le preguntaban por sus abuelos, que entonces vivían en Santa Fe, señalaba hacia lo alto. “Ahí es donde viajamos. Ahí es donde están”, decía con esa sensatez típica de una niña de seis años. Después de muchas idas y vueltas, la escritora y crítica cultural regresó en 2008 con un proyecto de entrevistas para escribir la que sería su primera novela sobre dos hombres conocidos de su familia, Jorge y Simón, que llegaron a Buenos Aires en los setenta, sin nada en los bolsillos, y lograron levantar un imperio de moda y de lujo, con clientas que gastaban en ropa “el equivalente a un departamento de cinco habitaciones”, hasta que el olvido, ese antropófago insaciable, los devoró. A Lijtmaer --que participó del 15° Festival Internacional de Literatura Filba gracias al apoyo del Centro Cultural de España en Buenos Aires (CCEBA)-- le preocupa el crecimiento de la ultraderecha en el mundo, una ola reaccionaria que avanza contra los cuerpos de las mujeres y sus derechos.

La representación de la vida

“Ser hijo de emigrantes te convierte en una isla en medio del Pacífico. Tu pasado es una narración. Es como tener la cabeza metida en un tupperware”, escribió en su primera novela, Casi nada que ponerte, publicada originalmente en 2015 y recientemente reeditada por Anagrama, que presentará junto a Luciana Peker este martes a las 19 horas en el CCEBA (Paraná 1159). Hacía quince años que no venía a Buenos Aires. La última vez fue en 2008, cuando se encontró con Jorge y Simón, decoradoras, modelos y varias clientas para reconstruir esa historia de ascenso y caída a la par que también narraba su propia historia. La novela es una mezcolanza vibrante de géneros donde conviven el testimonio, la crónica de viajes y algo tan encantador como atípico: el teatro. Los personajes, dentro de la novela, representan una obra teatral.

Lijtmaer (Buenos Aires, 1977), hija de exiliados políticos que militaron en el Malena (Movimiento de Liberación Nacional), explica cómo llegó a esta instancia teatral en Casi nada que ponerte. Al principio entrevistó a todas las personas que trabajaron con Jorge y Simón y creyó que podría hacer algo así como “una historia oral” en la que cada personaje fuera contando su rol en la trama; pero se dio cuenta de que no era fácil trenzar tantos testimonios. “Jorge me dijo que todo el mundo hace una representación de su propia vida, pero hay gente que no lo sabe. Ahí se me iluminó algo y cuando transcribía eso pensé que, en el fondo, ellos no son narradores fiables y yo estoy decidiendo creer algo que me están representando, que es su propia vida. Uno de los testimonios me dijo que esto nunca fue un juego como ellos decían, que era trabajo, que trabajaban muchas horas y no era grato. Ahí se me ocurrió que podía ser una versión teatral, además porque para mí era muy importante tener a Tennessee Williams y Manuel Puig como influencias”, repasa la autora de Ofendiditos. Sobre la criminalización de la protesta social, un ensayo en el que destierra los lugares comunes de la reacción conservadora. El feminismo no es puritano ni correcto. Ni los varones violentos son las nuevas víctimas cuando son denunciados.

La narradora de Casi nada que ponerte dice que “si Tennessee Williams hubiera conocido Santa Fe, habría situado aquí a Blanche Dubois”. Lijtmaer, que desde 2015 vive en Madrid y es autora de la novela Cauterio, aclara que aunque nunca estuvo en el sur de Estados Unidos hay un imaginario del gótico sureño que podría conectar con la humedad, los mosquitos y el tendido eléctrico que surca el cielo de Santa Fe.

Contra la nostalgia

-¿Qué encontrás en ese mundo en decadencia condensado en la historia de Jorge y Simón?

-En el fondo son dos personas que estaban en una gran casa con un lujo exuberante, pero en una historia que ya no avanza; es lo que fue y lo que pudo haber sido, que también es una historia muy argentina. Cuando Puig habla del ambiente de su pueblo, dice que era un ambiente “muy macho” y que en el mundo de las mujeres pasaban ciertas cosas. Siempre está la idea de la telenovela, el teatro, el cine, como espacios de escape para no ver la decadencia que hay a tu alrededor. Me interesaba de Jorge y Simón que los dos venían de familias muy pobres, especialmente Jorge. Ellos se van de su espacio seguro y no miran atrás para construir otra cosa.

-Hay un contraste entre la trayectoria de Jorge y Simón y la tuya, en el sentido de que como te exiliaste con tus padres a los 7 meses el pasado de Argentina te interpela y a diferencia de ellos sí necesitás mirar atrás, ¿no?

-Los que somos hijos de inmigrantes o exiliados tenemos en común que hay una narración de la cual formas parte pero no eres exactamente protagonista. Entonces observas cómo se desarrolla esa narración; es una lucha constante contra la nostalgia y la idealización en la que cada uno encuentra su camino. Venir a Argentina, ¿es venir o volver? ¿qué relación tienes con tu familia? ¿cómo construyes tu identidad? La identidad es una construcción.

-¿Cómo lidiás con Argentina como lugar de origen?

-Ahora lo tengo resuelto de la manera más placentera. Hace 15 años que no venía. Yo vine muchas veces en la adolescencia y tuve la fantasía de irme a vivir a Santa Fe porque era baratísimo y podía escribir ahí. En 2008, en mi viaje anterior, sentí lo lejos que estaba de mi centro vital. Ahora lo puedo vivir con alegría porque Argentina resulta un país increíblemente vibrante por el diálogo cultural y literario, por la creación artística en todos sus formatos. En ese sentido no tengo ningún tipo de tensión; es puro placer. En otras épocas no lo era, yo era más joven y tenía que batallar contra otros fantasmas, pero ahora mismo me hace muy feliz estar aquí. Consumo mucha literatura, pero también mucha televisión argentina; es un lugar que me interesa y me interpela.

-¿No hay nostalgia?

-No, no hay porque sería impostado para mí. Cuando llegué acá, me dio una emoción tremenda. No me da tiempo para viajar a Santa Fe y a Rosario, pero sin duda volveré pronto porque tengo ganas.

Un gabinete de curiosidades

-¿Cómo te presentás: como una escritora argentina o española?

-Me resulta más interesante que me definan los demás para ver qué piensan; hay gente que me puede reivindicar como escritora catalana porque yo soy mucho más de Barcelona que de Buenos Aires, me fui con 7 meses, pero es verdad que tengo una tradición argentina, por supuesto en la oralidad, que es básica en una crianza, y en las lecturas. Yo he leído a muchos escritores argentinos, y ahora me siento, también por amistad, muy cercana a muchas escritoras argentinas contemporáneas. Yo no soy una escritora española en el sentido tradicional, pero también creo que hay muchas escritoras españolas contemporáneas que están experimentando mucho más con las formas, como Laura Fernández, Irene Solà o Eva Baltasar, y curiosamente son las tres catalanas.

-En tu caso pareciera que también experimentás con las formas. Excepto “Ofendiditos”, que sería un libro de ensayos más tradicional, tus novelas “Cauterio” y “Casi nada que ponerte” tienen formas híbridas y trabajan también con la crónica y el teatro, ¿no?

-Sí, no lo había pensado. En Casi nada que ponerte lo que cuento pasó; pero también (Karl Ove) Knausgard publica novelas en las que se supone que narra lo que le pasó. Para mí tiene más que ver con el estilo. Las categorías se nos han mezclado tanto hoy en día que dan lo mismo. Evidentemente Ofendiditos es un ensayo. Casi nada que ponerte es como un gabinete de curiosidades, como un baúl mágico.

-Quizá el ensayo parece ser el género que está menos mezclado o estallado...

-Depende... lo que está haciendo Paul B. Preciado es un ensayo que parte a veces del “yo” para llegar a otro lugar. O lo que hace también Virginie Despentes; hay escritores que están trabajando lo ensayístico desde su óptica. Lo que tradicionalmente se considera ensayo como una categoría inamovible lo estamos cambiando entre todos y todas, y ahora está más mezclado el pensamiento del sujeto que está escribiendo. Un ensayo siempre tiene un punto de vista, aunque formalmente no lo parezca. La idea de que la historia la cuentan los vencedores ya implica que hay un punto de vista. Pero jugamos a que es una tercera persona, un narrador omnisciente, que narra la verdad. Pero depende qué libro agarres te das cuenta de que no es así. El ensayo está acabando con esa impostación.

El avance de la ultraderecha

-Hoy se escriben novelas en las que se experimenta con todo y no hay límites definidos, pero a la par hay una avanzada muy conservadora y puritana que se propone censurar, cancelar o reescribir los clásicos. ¿Cómo analizás este momento?

- (William) Shakespeare fue censurado en los siglos XVII, XVIII y XIX. Lolita tuvo muchísimos problemas para ser publicada en su época. Yo no creo que estemos en un momento distinto históricamente a otros. La censura la ejerce el Estado y las instituciones. Si a uno no lo quieren publicar en un editorial, se puede ir a otra. Las dinámicas de la industria o del mercado podemos discutirlas. Hay que ser muy cuidadosos cuando hablamos de censura o de puritanismo. No considero que haya un movimiento puritano desde las diversidades. Los movimientos de ultraderecha, los nacionalistas blancos, son los que piden excluir ciertos libros de las bibliotecas públicas en Estados Unidos. Son los que quieren prohibir a Toni Morrison, por ejemplo; son los que quieren que no haya drag queens en los espacios públicos. Yo soy fanática de Bret Easton Ellis, de American Psycho, y sé que mucha gente tiene derecho a decir que no le gusta, pero otra cosa es que intenten prohibir la publicación de sus libros. Cuando se habla de que todo pasado fue mejor, en el sentido de libertad cultural para expresar lo que uno quiera, creo que estamos viviendo un momento en el que podemos disentir abiertamente sobre un montón de cuestiones que en otros momentos históricos no ha pasado. Siempre pongo el ejemplo de una profesora que tuve cuando estudié en Inglaterra que decía que si piensas que estamos en la máxima decadencia y que ahora todo es muy violento en el circo romano la gente iba a ver cómo despedazaban a otra gente y aplaudía mientras circulaba la sangre.

-¿Qué retrocesos vislumbrás en el horizonte?

-Me preocupa mucho el avance de la ultraderecha en general, sobre todo como castigo precisamente a las conquistas feministas; ya en Estados Unidos ha pasado. La ultraderecha siempre avanza contra los cuerpos de las mujeres y contra sus derechos. Me preocupa cómo estamos aceptando el discurso ultraderechista en los medios de comunicación como si fuera normal. Esta supuesta equidistancia donde simplemente se está dando lugar a que se exponga cualquier idea nos debería llevar a replantearnos si hay ciertas ideas que deben estar circulando públicamente como tal. Esto no quiere decir que sea una censora; en España tenemos una ley de delito de odio, que muchas veces es manipulada desde la ultraderecha, pero hay que pensar de manera colectiva qué se puede decir en el espacio público y ser conscientes de que las palabras generan violencia. En los ayuntamientos de Italia donde gobierna la ultraderecha hay más agresiones homófobas y contra las mujeres. Las palabras no son neutrales ni inocentes.

-¿Cómo explicás el avance de la ultraderecha tanto en España como en Argentina?

-Hay un discurso que llega a mucha gente, especialmente entre los más jóvenes, y que tiene que ver con la falta de perspectiva en el futuro y con la idea que ciertos políticos venden que ellos no son el sistema, que ellos no son corruptos. La reducción del gasto público como propuesta a mucha gente le resulta muy fácil de entender. Todo esto tiene que ver también con cómo se disemina la información contemporánea. La ultraderecha mundial está siendo muy capaz de insertar sus discursos a través de las redes sociales y de lo que consume la gente joven en TikTok, sobre todo píldoras muy cortas, intoxicación informativa sin parar y bulos informativos. La polarización política junto con grandes desigualdades y crisis económicas, más el avance de los derechos de las mujeres, genera una ola reaccionaria que es un caldo de cultivo para lo peor.